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Columna
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Remontaje

Me agota el enfermizo afán de tantos directores por ofrecer nuevas versiones de películas que desde que fueron estrenadas permanecen llenas de hermosura en la memoria de los espectadores

Fotograma de la película "El Padrino III", de Francis Ford Coppola.
Fotograma de la película "El Padrino III", de Francis Ford Coppola.
Carlos Boyero

Me agota el enfermizo afán de tantos directores de cine por ofrecer remontajes o nuevas versiones de películas que desde que fueron estrenadas permanecen llenas de hermosura en la memoria de los espectadores. Al parecer, lo que veíamos no respondía a la voluntad de sus creadores. Los productores siempre les imponían sus tontos y mezquinos criterios en el montaje. Pero los añadidos cambios, la inclusión de secuencias que fueron desechadas, los distintos finales, a mí no me aportan más felicidad que la que sentí cuando las vi por primera vez. Coppola, Ridley Scott y Peter Jackson dedican gran parte de su obsesiva existencia retocando a sus viejas y fascinantes criaturas. Y recuerdo aquella súplica antigua y pragmática que decía: “Virgencita, virgencita, que me quede como estoy”.

No me imagino a Velázquez y a Van Gogh añadiendo o restando elementos y detalles a sus obras maestras. Ni a Miles Davis ni a John Coltrane ofreciendo nuevas versiones de discos perfectos y geniales como Kind of Blue y A Love Supreme. Ni a Stendhal ni Melville dándole la vuelta a clásicos como Rojo y Negro y Moby Dick. Pero algunos cineastas son tan celosos de su arte y tan perfeccionistas que todo el rato nos repiten que aquellas maravillas que parieron nacieron tullidas.

Revisitando por infinita vez la turbadora, lírica y apasionante Blade Runner constato que en el último montaje de su creador aparecen enigmáticos unicornios. Deduzco que eran absolutamente trascendentes en la historia, pero nunca les eché de menos ni comprendo qué significan. Me llega la edición definitiva que ha hecho Coppola de la tercera parte de El padrino. Espero que no haya quitado el grito agónico de Michael Corleone ante el asesinato de su hija en la Ópera de Palermo. El pintor Edvard Munch resucitaría para darle la bronca.

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