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Columna
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Machismo

Me niego a aceptar que la mitad de mis amigos, de los tíos que conozco, o yo mismo, hayamos tratado de esa forma execrable al otro sexo, a nuestras parejas, ligues, conocidas o desconocidas

Carlos Boyero
Fotografía de archivo de una concentración frente al Ayuntamiento de Madrid en contra de la violencia machista.
Fotografía de archivo de una concentración frente al Ayuntamiento de Madrid en contra de la violencia machista.Samuel Sánchez

Leo con pasmo, risas, admiración e imperdonable retraso una novela de Felipe Benítez Reyes titulada El novio del mundo. Resulta arduo definir con precisión su género. Tal vez el de la picaresca con tintes surrealistas. Sigue los pasos desde la exótica niñez hasta el definitivo crepúsculo de un buscavidas obsesionado exclusivamente con las mujeres en el aspecto menos espiritual, impenitente borracho, carne de eterno perdedor. Sus aventuras son hilarantes, la prosa tan deslumbrante como sarcástica, el cerebro del autor es de primera clase. Y no quiero sentirme culpable por mi regocijo, pero sospecho que en estos tiempos tan peligrosos hubiera tenido problemas para ser publicada. Como dudo que lo hubiera tenido fácil aquella maravilla que parió Nabokov y que comenzaba narrando lo que le ocurre a la lengua y a los sentidos al pronunciar la palabra Lolita.

Me informan de la macroencuesta en la que varios millones de mujeres españolas, un 57%, declaran haber sufrido violencia de género, acoso sexual, miradas y propuestas lascivas, vejaciones de machos. Si esto es real, acojona la cifra de maltratadas y la impunidad de tantos de sus agresores. He conocido de cerca algún ajusticiable caso, pero encuentro dudosas estas estadísticas. Me niego a aceptar que la mitad de mis amigos, de los tíos que conozco, o yo mismo, hayamos tratado de esa forma execrable al otro sexo, a nuestras parejas, ligues, conocidas o desconocidas.

También me asombra la capacidad detectivesca de tantas infatigables rastreadoras de machismo al exigir que cambien los signos de los semáforos porque el niño va ligeramente adelantado a la niña con la que enlaza su mano. Y me pregunto caprichosamente, sin el menor sentido de la proporción y de la lógica, por el pertinaz olfato del senador McCarthy detectando rojos, de Stalin adivinando la identidad de los traidores, de los volcánicos chicos y chicas del führer detectando judíos por su apariencia. O sea, tengo alucinaciones tan baratas como lamentables.

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