Aplaudidor
No necesito estar de acuerdo con las ideas de alguien para constatar su brillante personalidad
Creo haber leído hace muchos años en un relato o novela del sombrío Onetti: “Solo soy un hombre apoyado en una pared que fuma en la oscuridad”. La imagen no es envidiable, pero me reconozco bastante en ella. Y pienso en la que yo tengo de otras personas. Por ejemplo, de un tal Rafael Simancas. Asocio a este señor con alguien que lleva casi toda su existencia en segunda fila y aplaudiendo con fervor en el Parlamento todo lo que salga de la sagrada boca de los presidentes de su partido. Es una profesión exótica, pero muy arraigada en la política lo de ejercer de palmeros de los jefes del tinglado. Simancas acarició el gran poder y coronarse presidente de la Comunidad de Madrid, pero la muy humana y sórdida corrupción de dos diputados sociatas le dejó llamando infructuosamente a las puertas del cielo y con un futuro de eterno aplaudidor. Y tampoco parece alguien muy dotado para la oratoria. Bueno, cada uno se busca la vida como puede. Sería una hermosa utopía que alguien dijera “lo que ha dicho el boss o el colega de partido me parece una gilipollez”.
No veía yo en trabajo tan entusiasta a la desterrada Cayetana Álvarez de Toledo, esa portavoz tan altiva, dueña de una insultante seguridad en sí misma, inteligente, leída, esgrimista feroz, una primera actriz rodeada de intérpretes tan fofos como previsibles. Y, por supuesto, no necesito estar de acuerdo con las ideas de alguien para constatar su brillante personalidad, la evidencia.
El emblema cansino del “y tú más” y el campeón de España de lanzamiento de huesos de aceituna le han cerrado su insolente y peligrosa boca. El espectáculo va a decaer un montón
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