La llamada de KKKthulhu
‘Territorio Lovecraft’ subvierte la narrativa de H. P. Lovecraft convirtiendo el terror del célebre escritor a las razas y el mestizaje en horror al racismo
El escritor estadounidense Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), el gran HPL maestro del terror, se hubiera horrorizado ante una historia que llevara su nombre y la protagonizaran negros. Eso es precisamente la serie Territorio Lovecreaft, que utiliza referencias lovecraftianas para tejer una trama metaliteraria que mezcla elementos sobrenaturales con el muy realista terror del racismo en los EE UU de los cincuenta. Territorio Lovecraft está basada en la exitosa novela del mismo título de Matt Ruff (Destino, 2016) y cuenta, con mucha menos sutileza que el original pero mucho ritmo y espectacularidad, la peripecia de tres afroamericanos, un joven veterano de la guerra de Corea, fan de la ciencia ficción y lector de Lovecraft, su tío editor de la Travel Negro Safe Guide —ideal para los tiempos de la segregación— y una amiga del chico, en busca del padre desaparecido de este. La búsqueda los lleva, en un peligroso road trip, de Chicago a Nueva Inglaterra —los predios de HPL— y a vivir aventuras entre supremacistas blancos dignos de Arde Misisipí, terribles monstruos y una diabólica secta ocultista de hechiceros con estética entre la Golden Dawn, los Malfoy de Harry Potter y el Ku Klux Klan. La gracia del asunto está en que meten más miedo los racistas que las criaturas de género lovecraftiano invocadas, incluida una aparición estelar sensacional del mismísimo Cthulhu, la gran figura del panteón del escritor de Providence —con permiso de Nyarlathotep, el caos reptante—. El verdadero monstruo aquí, sin embargo, es, por así decirlo, KKKtulhu.
Incluso los que veneramos a Lovecraft, autor de algunas creaciones señeras del género fantástico contemporáneo, como La llamada de Cthulhu, El color que cayó del cielo, En las montañas de la locura o La sombra sobre Innsmouth, y de una topografía inventada que incluye lugares tan legendarios como Arkham, Kingsport, la universidad Miskatonik o R’lyeh, hemos de reconocerle un tufo racista (amén de su misoginia, sus prejuicios clasistas de supuesto señorito de abolengo colonial, su desprecio de los emigrantes y su aborrecimiento de la homosexualidad), que hoy en día no puede disculparse de ninguna manera. Es cierto que el denominado “solitario de Providence” pertenecía a otros tiempos, incluso más antiguos que los suyos propios, que era un hipocondriaco crónico aquejado de graves sociopatías y fobias, que el miedo a los que consideraba seres degenerados comenzaba por sí mismo, hijo de padres que murieron ambos en sanatorios mentales, y que mientras vivió (solo 46 años), lo que escribía y pensaba no le importaba un comino prácticamente a nadie. Convertido hoy en un autor de culto (y valga la palabra para Lovecraft), admirado por millones de lectores, reivindicado literariamente por un amplio abanico de gente como Stephen King, Joyce Carol Oates o Michel Houellebecq (entre nosotros Rafael Llopis y Fernando Savater) y elevado desde el pulp a la altura de Poe, que ya es salto, no hay que olvidar sus defectos morales, sin que ello impida disfrutar de su extraordinaria creación que nos enseña qué desasosegante y peligroso es el universo y qué poca y vulnerable cosa somos nosotros.
Pobre HPL: el moderno cuestionamiento de su figura, que ha significado que se retirara la estatuilla con su imagen que era el icono de los prestigiosos World Fantasy Awards, ha llegado muy poco después de que el escritor lograra por fin el ascenso al parnaso literario y hasta lecturas deconstructivas tras muchos años de que la crítica y la academia lo ningunearan (véase la indispensable edición anotada de sus obras a cargo de Leslie S. Klinger, Akal, 2017).
Lovecraft, del que se estrena también estos días la adaptación cinematográfica de El color que cayó del cielo (Color out of space), con Nicholas Cage, no ha tenido hasta ahora demasiada suerte en la pantalla (con notables excepciones como Reanimator o la canónica versión muda de 2005 con aire retro de La llamada de Cthulhu), pese a que se han hecho numerosas películas sobre sus obras, con actores tan notables como Boris Karloff y Christopher Lee. La intrínseca imposibilidad de representar sus monstruos que desafían la cordura ha impedido en general visualizarlos —así como a sus adjetivadas atmósferas—, sin caer en el ridículo. La serie Territorio Lovecraft viene más que a reivindicarlo a propinarle, como ha dicho una crítica estadounidense negra, un sonoro bofetón al xenófobo. En realidad, pese a que salen Cthulhu, los shoggoths, un grimorio perdido que no es el Necronomicón, un portal a otro mundo y la localidad de Ardham (sic), la serie es lovecraftiana solo a medias. En todo caso, bienvenidos sean la aventura, el necesario debate sobre HPL y las referencias que puedan incitar a leer la maravillosa, inigualable obra del caballero de lo extraño e innombrable.
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