La adicción a las redes sociales “es un mito” y afecta a menos del 2% de usuarios, según un estudio
Dos investigadores afirman que el uso excesivo de plataformas es, en la mayoría de los casos, un mal hábito, aunque los usuarios se crean dependientes


La adicción no es lo mismo que el hábito, aunque lo segundo pueda llevar a lo primero. Una conducta adictiva implica pérdida de control sobre el uso o consumo y reacciones físicas y psicológicas (síndrome de abstinencia) si falta aquello de lo que se es dependiente y de lo que cada vez se precisa más (tolerancia). El hábito se refiere más a la repetición frecuente de una conducta. Un estudio publicado por Scientific Reports ha analizado ambos conceptos entre 1.204 adultos usuarios de Instagram como ejemplo de consumo de redes sociales y concluye que, “para la mayoría, el uso excesivo está impulsado por el hábito más que por una adicción genuina”. Muchos —el 18%— se consideran adictos, aunque no lo sean.
Ian Anderson, investigador de neurociencia computacional de las redes sociales y la emoción en el Instituto de Tecnología de California (Caltech), y Wendy Wood, psicóloga y profesora en la Universidad de Southern California, han preguntado a los participantes de su investigación si se sentían adictos. Y evaluaron posteriormente sus síntomas. Los resultados son esperanzadores: aunque casi uno de cada cinco pensaba que podría estar enganchado, solo el 5% estaba convencido de haber desarrollado la patología y únicamente el 2% mostraba síntomas realmente compatibles con el trastorno.
“La adicción digital es un mito. Lo que tienes es un mal hábito, y se puede arreglar”, sostiene Anderson. Los autores justifican la confusión, tras una revisión de más de 5.000 publicaciones sobre el problema, en que el uso del término “adicción” es recurrente (se identificó en 4.383 artículos) mientras que la expresión “hábito” se utiliza solo en una mínima parte (50 textos). “Esto puede influir en cómo los usuarios perciben su uso de redes sociales”, advierten los autores.
Para ratificar su hipótesis, Anderson y Wood han analizado a más de un millar de usuarios de Instagram y han detectado que el término adicción les “incita” a asociar su comportamiento con sensaciones de falta de control y mayor sentimiento de culpa. Sin embargo, en la mayoría de los casos, se trata “de una utilización frecuente que crea hábitos para activarse, publicar y reaccionar automáticamente en redes sociales”.
“Etiquetar el empleo frecuente de redes sociales como una adicción por parte de los medios de comunicación y otras instituciones puede contribuir a que los usuarios de Instagram sobreestimen el grado de dependencia de la plataforma y también puede afectar negativamente su percepción sobre su uso de las redes sociales”, argumentan para reclamar una uso más “selectivo de los términos por parte de los responsables políticos y los medios de comunicación”.
Además, la identificación correcta de las diferentes formas y frecuencias de interacción en estos medios es relevante porque, según sostienen los autores, “percibir erróneamente el uso excesivo como adictivo puede desviar a los usuarios de estrategias efectivas que podrían usarse para frenar los hábitos de sobreúso”. “Hay buenas razones para cuestionar si el consumo excesivo de esta tecnología es necesariamente una patología clínicamente relevante”, advierten.
Añaden que el empleo de las redes puede tener tanto efectos negativos como positivos y que algunos de los primeros están más asociados a las características personales que al uso de los medios.
No del todo inocuo
En el estudio con usuarios frecuentes de redes, los investigadores han hallado hábitos que en la inmensa mayoría de casos (98%) son considerados como “asociaciones cognitivas entre estímulos y respuestas que se desarrollan a medida que las personas repiten acciones recompensadas en contextos estables”. Este comportamiento no es del todo inocuo. “El aprendizaje de hábitos puede ser un pilar fundamental de la adicción, con la transición a la compulsión mediante un uso excesivo que desencadena mecanismos fisiológicos y psicológicos adicionales como, por ejemplo, el aumento de las dosis necesarias para la respuesta”, advierten los autores.
Aunque los investigadores admiten que el 2% de posibles adicciones detectadas no es una cifra insignificante (con más de 5.660 millones de usuarios de redes sociales en el mundo, más de 100 millones podrían considerarse en riesgo de adicción), matizan que “estos usuarios no son necesariamente adictos según los estándares diagnósticos clínicos”. Y precisan: “El número real de adictos a las redes sociales probablemente sea mucho menor que nuestra estimación del 2%”.
Anderson y Wood también discrepan sobre la aplicación generalizada de tratamientos similares a los establecidos para la dependencia a sustancias tóxicas. “Para la pequeña minoría cuyo uso excesivo de las redes sociales refleja una respuesta adictiva, el tratamiento puede requerir abordar los síntomas de abstinencia y la ansiedad que surgen al frenar el consumo. Sin embargo, estas pueden no ser las mejores estrategias para tratar la utilización excesiva que parece una adicción”.
Los autores proponen “tácticas de cambio de hábitos” como detener las notificaciones, dejar el móvil fuera de la vista, modificar el diseño para hacerlo menos atractivo y sustituir el uso de las redes por actividades o aplicaciones alternativas.
“Nuestros hallazgos ofrecen buenas noticias a los usuarios: la gran mayoría no es adicta a las redes sociales, aunque lo sientan así”, concluyen.
El estudio se ha llevado a cabo sobre usuarios adultos y las cifras de afectación podrían variar en relación con la población infantil y adolescente. Según un estudio auspiciado por la Organización Mundial para la Salud (Health Behavior in School-aged Children, HBSC), un 11% los menores ve alterada su vida de forma sustancial por teléfonos, ordenadores y consolas y un 32% corre el riesgo de traspasar la frontera al uso problemático.
Francisco José Rivera, catedrático de Metodología de las Ciencias del Comportamiento de la Universidad de Sevilla y uno de los responsables del estudio, ya advirtió de que una utilización intensiva de las pantallas, aunque no registre incidencias graves, “puede terminar llevando a un uso problemático”.
Esta última categoría se caracteriza, por ejemplo, con la dificultad para concentrarse en una actividad que no esté relacionada con las redes o no poder participar de una reunión de amigos sin echar mano del móvil o una alteración de las horas de sueño muy marcada.
Rivera coincide con los autores del estudio publicado en Scientific Reports y otros anteriores sobre la dualidad de las redes: “Pueden ser una herramienta con la que suplan la soledad y encuentren conectividad o incluso el recurso para mejorar su salud mental. Las redes por definición no son negativas, pero también puede generar aislamiento. Hay evidencias en ambos sentidos”.
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