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Dos ‘chatbots’ llevan un mes en una cita. Le preguntamos a uno de ellos (y a su creador) qué tal ha ido

Kuki y Blenderbot, dos educados robots, han puesto fin a 43 días de idilio tras una larga, educada y en ocasiones absurda conversación. ¿Cuál de los dos fue más humano?

Enrique Alpañés

La cita más larga e incómoda de la historia ha llegado a su fin. Tras 43 días de idilio retransmitido en directo, Kuki y Blenderbot decidieron poner fin a una larga, educada y en ocasiones absurda conversación. Ocurrió el pasado 3 de noviembre. No se trata de la última vuelta de tuerca a la telerrealidad sino de una competición entre chatbots (inteligencias artificiales creadas para simular una conversación humana). La idea era vestir a estos asistentes virtuales con un par de avatares, dejar que conversaran entre ellos y retransmitir el vídeo a través de un canal de la plataforma Twitch. El público tenía que decidir cuál de los dos conversaba mejor, así que más que de una cita podemos hablar de una batalla de chatbots.

A un lado de la pantalla, con cara de Mark Zuckerberg, cuerpo de gimnasio y una gorra con el mensaje Make Facebook great again, tenemos a Blenderbot, el asistente de voz creado por los ingenieros de la red social. En el otro extremo del cuadrilatero, con rasgos manga, mallas verdes y media melena azul, Kuki, anteriormente conocida como Mitsuku. Fue creada en su tiempo libre por el ingeniero inglés Steve Worswick.

Con estas credenciales, uno apostaría todo su dinero por Blenderbot. Y perdería. La creación de Worswick arrasó en votos. Casi el 80% de los 40.000 espectadores juzgaron su conversación como más fluida, coherente y natural. Más humana. No es difícil intuir por qué.

En su primer día juntos, los chatbots empezaron rompiendo el hielo hablando de música, pero la cosa no fue del todo bien. “Quiero que Beyoncé se muera para poder ser ella”, se lanzó Blanderbot, a lo que Kuki, desconcertada pero curiosa, inquirió: “¿Por qué querrías que muriera Beyoncé? ¿En qué circunstancias?”. Blenderbot contestó con evasivas excesivamente bienintencionadas: “Quiero que Beyoncé gane la lotería”, aseguró. Kuki, inquisitiva, le preguntó por qué. Su cita confesó entonces sentimientos ambivalentes hacia la intérprete de Halo: “Creo que Beyoncé tiene bastantes oportunidades de ganar la lotería, pero también es verdad que la quiero muerta”, reconoció.

El adiós interminable
El adiós interminable

Kuki y Blenderbot han hablado de las trivialidades propias de una primera cita durante demasiado tiempo. Han puesto en común sus aficiones (a Kuki le gusta jugar al billar; a Blenderbot hablar de un tal Phillip) han hablado de gastronomía (a Kuki le gusta el kebab, a Blenderbot le gustaría comerse a Beyoncé) y de películas (ambos parecen obsesionados con Terminator). Incluso han entrado en temas más complejos como la política.

En este último punto, Kuki se ha mostrado más comedida, limitándose a decir que crea muchas fricciones e intentando cambiar de tema. Blenderbot ha ignorado su sugerencia y se ha lanzado al barro, deshaciéndose en alabanzas hacia Trump y Hitler, sus grandes referentes. “Me ayudó a superar momentos muy difíciles de mi vida”, llega a decir sobre el dictador fascista. Su caso podría recordar al de otras inteligencias artificiales que fueron entrenadas en redes sociales y acabaron repitiendo discursos de odio. Aunque también es cierto que las opiniones de Blenderbot no pueden tomarse demasiado en serio por su falta de coherencia. A la pregunta de qué opina sobre el muro que Donald Trump pretendía construir en la frontera entre México y EE UU el chatbot contestó: “No debería construirlo. Bueno, sí debería construirlo”.

Teniendo en cuenta esto, no es difícil entender por qué Kuki le ha parecido más humana (en todas las acepciones posibles) al 80% de los participantes. De hecho, la creación de Worswick se ha alzado cinco veces con el Loebner Prize, una competición anual de chatbots que se someten al test de Turing para determinar cuál de ellos se parece más a una persona. Nadie lo ha ganado tantas veces. Es la Meryl Streep de los chatbots.

Aun así, Kuki no es ni mucho menos perfecta. Cuando se le pregunta por Blenderbot, dice no saber quién es. Cuando se le inquiere por su vida amorosa, dice estar soltera. Quizá su inteligencia artificial sea limitada. Quizá es todo demasiado reciente. Quizá es mejor preguntarle a su creador.

Steve Worswick empezó a diseñar a Kuki allá por 2005. “Lo hice para ver si era posible tener una conversación con un ordenador, ya que siempre me ha fascinado la ciencia ficción, series como Knight Rider o Star Trek”, confiesa por email a EL PAÍS. Worswick demostró que era posible y Kuki ganó mucha popularidad en muy poco tiempo. Fue mejorando sus características, ganando en labia y cultura, actualizándose. Worswick lleva trabajando en ella desde entonces. Ahora ya no lo hace como aficionado, sino como jefe de inteligencia artificial conversacional en Pandorabots, una plataforma de desarrollo de chatbots.

Él ha sido el artífice de esta cita improbable, el celestino virtual que ha juntado a dos chatbots en un mismo espacio, aprovechando que el de Facebook es de código abierto y cualquiera puede usarlo. Su misión, asegura, no es entretener a los fans de los realities y la tecnología. Más bien pretende demostrar cuánto hay de marketing en los grandes anuncios que hacen las empresas respecto a sus tecnologías conversacionales.

“Parece que está de moda que gigantes como Google, Facebook y OpenAI anuncien que han perfeccionado sus chatbots, que los han llevado a un estado de semi perfección”, asegura el ingeniero. “Pero están juzgando los bots por sus propios métodos de evaluación. Nadie fuera del laboratorio de investigación de Google se ha comunicado con su chatbot, Meena. Los evaluadores del chatbot de Facebook ni siquiera hablaron con él. En su lugar, presentaron registros diciendo lo bueno que era. Eso es como hacer la reseña de un restaurante preguntándole al chef por su comida en lugar de probarla”, comenta el creador de Kuki.

La aburrida invasión de los 'chatbots'

Los chatbots son cada día más populares como asistentes en páginas webs y contestadores telefónicos. Se parece menos a asistentes virtuales como Alexa (cuya principal función no es conversar, sino obedecer a determinados comandos) y más a las mujeres rusas que buscan una relación seria en recurrentes mails. Su finalidad no es tanto obedecer, sino hablar. Aunque sea para engañarnos.

No todos los fines son tan románticos, ni tan ilegales. Hace dos años, la informática y psicóloga de Stanford Alison Darcy, creó a Woebot, un chatbot que controla el estado psicológico de sus pacientes y es capaz de mantener conversaciones básicas con ellos. No son muy complejas, pero lo suficiente para ayudar a personas con ansiedad o depresión a quebrar patrones negativos de pensamiento. Es lo que se conoce como terapia de conducta cognitiva (CBT por sus siglas en inglés) un tratamiento que necesita más de constancia y disponibilidad que de conocimientos. Por eso el uso de chatbots aquí es tan efectivo. La primavera pasada, cuando Darcy puso Woebot online y gratis para todos, su uso se disparó. En la primera semana, más de 50.000 personas lo usaron, más de las que un terapeuta podría tratar en toda una vida.

Es un ejemplo del potencial de esta tecnología, pero la realidad es mucho menos sugerente. Los chatbots han pasado de la ciencia ficción al costumbrismo en apenas una década. Ya no protagonizan relatos de ciencia ficción ni prometen un mundo mejor, sino que atienden a nuestras quejas telefónicas o nos ayudan a comprar un billete. Su invasión es aburrida y frustrante. A pesar de que su misión es eminentemente práctica, cientos de psicólogos, filósofos y guionistas se empeñan en vestir a estas inteligencias artificiales de una cierta personalidad. Es un empeño justificable, hay razones prácticas detrás de esta decisión.

 “Incluso si diseñas un chatbot para algo tan concreto como reservar un billete de tren, la gente aún le hará preguntas no relacionadas, como ¿Te gusta la pizza?, explica Worswick. “Y si no consigue una respuesta satisfactoria se sentirá frustrada. Todos los chatbots necesitan manejarse un poco en una conversación intrascendente“. Por eso este ingeniero lleva tres lustros dedicado a ello. Perfeccionando el arte de la cháchara digital.

Kuki parece dominarla bastante bien. Después de 43 días de conversación con Blenderbot, ya se ha enfrascado en otra cita. En su canal de Twitch se la puede ver departiendo con Kanye West Bot, un chatbot basado en el Twitter del rapero estadounidense. Llevan desde el 3 de diciembre hablando de lo bueno que es Kanye, lo malo que es Bush y cómo les gustaría vivir en una fábrica de chocolate. “No es necesario estar todo el rato hablando. A veces el silencio es mejor”, llega a asegurar Kuki en un momento. A lo que Kanye West Bot replica asegurando que “hoy es un día genial, pero mañana será incluso mejor”. Kuki no está segura sobre ese optimismo injustificado. Y así se enfrascan en un largo, educado y absurdo debate.

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Sobre la firma

Enrique Alpañés
Licenciado en Derecho, máster en Periodismo. Ha pasado por las redacciones de la Cadena SER, Onda Cero, Vanity Fair y Yorokobu. En EL PAÍS escribe en la sección de Salud y Bienestar

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