Querida Gisèle Pélicot:
Ha desenmascarado la cobardía y el egoísmo legitimado de estos hijos del patriarcado que se empalman con la sumisión absoluta de una mujer sin ver el problema
La primera vez que la vi fue en mi teléfono. En la prensa aún no se mencionaba su nombre. Temían herir sus sentimientos, ir más allá de su deseo de exposición. Estaba entrando, con el rostro descubierto, en el ruedo de las violaciones en el tribunal de Aviñón.
Cuatro meses y 52 condenas después, no he conseguido contar los policías que la escoltaban cuando salía, con más de un centenar empujando a la multitud que acudía a animarla. Gritaban “Gracias, Gisèle” con todos los acentos del mundo. No había espacio suficiente para los periodistas y los seguidores que habían venido de todas partes para verla.
Entre ambas, entre la entrada enérgica pero preocupada y la salida aliviada y globalizada, nos gustaría creer que un viejo mundo misógino y violento ha quedado enterrado. O al menos desenmascarado.
Entre ambas, he venido a verla.
Entre ambas, he visto los vídeos. Todavía me siguen afectando. Los psiquiatras lo llaman “reactivación traumática”, que en mi caso se traduce en un mutismo sonriente y ausente, sequedad de boca, pensamientos intrusivos y ganas de quemarlo todo. “Este juicio es nuestro Vietnam”, decían algunos de mis compañeros y compañeras. Es el fascismo en casa. La violación es la bomba de racimo en la guerra contra las mujeres. Una guerra de propaganda y terror. Una guerra que aplasta, deshumaniza, subyuga y silencia. Al pedirnos que nos enfrentemos a estos videos, ha vuelto el arma contra el enemigo.
Al principio, a las feministas nos asustaba la imagen de la heroína que iba a encarnar. Si usted era la víctima perfecta, ¿qué sería de nosotras, todas las que no estábamos en coma, que no tenemos vídeos, ni ADN, que no somos blancas ni pertenecemos a la categoría social adecuada?
La víctima perfecta es la otra cara maligna de la moneda del monstruo. La construcción de un Otro que no es como nosotros. “Yo no soy un violador”, repetían una y otra vez. La careta tras la que se esconden los violadores corrientes tan masivamente representados en este juicio.
Su orgullo y su rabia han hecho que desaparezca cualquier reticencia. Quiere cambiar el mundo. Ha conseguido lo que las feministas se esfuerzan por demostrar: ha desvelado la versión más vulgar de los estragos de la masculinidad moderna. Los antropólogos tienen trabajo suficiente para años.
Ha desenmascarado la cobardía y el egoísmo legitimado de estos hijos del patriarcado que se empalman con la sumisión absoluta de una mujer sin ver el problema. Lo niegan, le quitan importancia (yo tenía una mitad blanda), se hacen las víctimas, invierten la culpa.
Se escudan en el doble rasero: utilizan la libertad sexual para eximirse de la responsabilidad moral, la buscan en usted para hacerla responsable de lo que ellos han hecho.
La dominación les hace correrse. Una mujer vale menos que su pene. Ella existe como una vil subcategoría.
Entre ambas, Francia empieza a preguntarse seriamente si no habría que cambiar la ley sobre la violación siguiendo el modelo español del “Solo si es si”. Nos gustaría que su juicio tuviera el mismo efecto en la sociedad francesa que el que tuvo el de la manada.
Entre ambas, los estadounidenses han elegido presidente a un agresor. Y los franceses tienen a uno que califica de “ollas a presión” a las mujeres que se dedican a la política.
Entre ambas, lo que usted ha hecho por nosotras no tiene precio.
Gracias.
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