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Un infierno de pederastia en los colegios jesuitas: “Tenía que orinar con él, decía que eran cosas de mayores”

La Compañía de Jesús es la orden que más acusaciones de abusos ha recibido en España en los últimos años: 130 religiosos señalados, un 15,4% de los 840 clérigos acusados contabilizados por EL PAÍS

El padre Mondéjar, junto con unos alumnos en 1947, en Málaga.
El padre Mondéjar, junto con unos alumnos en 1947, en Málaga.

Es inevitable. Cada vez que Bautista (nombre ficticio) pasa por delante del colegio jesuita de Sant Ignasi de Sarrià, en Barcelona, siente cómo su estómago se le revuelve. Este antiguo alumno afirma que no ha pasado una semana en los últimos 50 años en la que no recuerde cómo el hermano Emilio Benedetti le hacía llamar a su despacho para agredirle sexualmente o le llevaba consigo a la casa de colonias que el colegio tenía en Ribes de Freser, donde los abusos “eran más serios”. La denuncia de Bautista no es la única. EL PAÍS comenzó a investigar el caso de Benedetti en 2018 y desde entonces ha recabado más testimonios. En total, Benedetti está acusado por abusar de al menos 13 menores en ese colegio entre 1969 y 1973. El exalumno Alejandro de Gregorio afirma que fue testigo de tales hechos: “Hacía ir a algunos al colegio los sábados por la tarde, para explicarte cosas. Todos temblábamos, porque sabíamos lo que ocurría. A mí no me llamó nunca, pero todos contaban lo mismo: sacaba un libro de anatomía y te explicaba el aparato reproductivo, y entonces aprovechaba para hacer tocamientos”.

Durante las vacaciones de verano del curso de 1969 y 1970, De Gregorio fue a Salardú (Lleida), en los Pirineos, a un curso de inglés organizado por los jesuitas, donde el acusado impartiría varias clases. “Cada noche, Benedetti se levantaba a tocar a algunos niños. Todos lo sabíamos. Yo no quería seguir allí y llamé a mis padres para volver, con la excusa de preparar los exámenes. Al llegar a casa se lo conté. Luego supe que fueron al colegio a protestar, pero [los sacerdotes] no hicieron nada”, relata. Años después, en 1973, Benedetti fue trasladado al colegio Joan Pelerí, en el barrio barcelonés de Hostafrancs (1974-1985), y a la Escuela Nacional Mallorca (labor que compaginó con el centro de la capital catalana entre 1983 y 1985). Entre 1985 y 1998 se mudó a Bruselas para trabajar en los centros Foyer Catholique Européen y Arbeitstelle der Jesuiten im Bistum Aachen. Volvió a Cataluña y desde 1998 hasta su muerte en 2019 colaboró con varias entidades, como Cáritas, la Biblioteca regional de la Misión Rusa y asociaciones de antiguos alumnos de los colegios jesuitas de Sant Ignasi y Joan Pelerí, entre otras.

El caso Benedetti no es el único al que hace frente la Compañía de Jesús. En total, 130 miembros de la orden (religiosos y laicos que trabajan en la institución) están acusados de haber abusado de menores en las últimas décadas. Más de la mitad (67 de ellos) forman parte de los dos dosieres que este diario entregó al Vaticano y a la Conferencia Episcopal Española en 2021 y el pasado junio. El número de víctimas se eleva a 160, según datos recabados por este diario durante la investigación sobre la pederastia en la Iglesia que inició hace casi cuatro años. La Compañía de Jesús es la orden que más acusaciones de abusos ha recibido hasta la fecha, un 15,4% de los 840 clérigos españoles señalados por abusos que este diario ha contabilizado en su base de datos.

La Compañía de Jesús fue una de las primeras órdenes en realizar una investigación interna sobre los casos de pederastia cometidos dentro de sus muros. La contabilidad de la orden, recogida en dos informes publicados a comienzos de 2021 y mediados de 2022, cifra en 84 las víctimas que sufrieron abusos por parte de 68 jesuitas y cuatro laicos que trabajaban para la orden. No obstante, más allá de dar estas cifras, la Compañía se ha negado a informar de datos relevantes sobre cada caso, como las iniciales de los acusados o el lugar donde tuvieron lugar los hechos.

La Compañía explica que en estos dos informes aún no se han incluido los casos que este diario recopiló en sus dosieres, pero que estarán presentes en su próxima publicación. No obstante, la orden explica que dichos casos se encuentran “en proceso de investigación”. Pese a ello, la congregación ha precisado que de los 67 casos publicados por EL PAÍS al menos 50 de los acusados jesuitas ya han fallecido y cuatro siguen con vida —de los 15 restantes la Compañía explica que aún no dispone de la información suficiente para conocer su paradero: ocho son seglares, de dos de ellos no conocen el apellido, otros dos están sin identificar y uno de los clérigos acusados de abusar en uno de sus centros no es jesuita―.

El caso más antiguo data de 1927 y el más reciente es de 2012. Si se tienen en cuenta que, desde esa primera fecha, según datos de la orden, 8.782 jesuitas han pasado por la congregación, puede extraerse que en torno a un 1,4% de los religiosos de la compañía están acusados de haber cometido abusos.

La mayoría de los abusos denunciados se cometieron en centros educativos. Concretamente en 25 centros repartidos en 19 provincias. La compañía dirige actualmente 68 centros en toda España. En algunos hay varios acusados, como el colegio de Sant Ignasi de Sarrià, donde Benedetti impartió clases de Espíritu Nacional, religión e inglés. Allí hay otros seis jesuitas señalados: José Soler, el padre Cabanach, Pere Sala, Josep Antoni Garí, Antoni Roigé y Luis To. Estos dos últimos fueron los sacerdotes a los que acudieron los padres de Gregorio para alertar del comportamiento de Benedetti. El sufrimiento de los abusos se entremezcla con la frustración que Bautista y De Gregorio sienten al pensar que el resto de los profesores jesuitas no hacían nada ante lo que, según afirman, “era un secreto a voces”.

En cuanto a los casos del colegio de Sarrià, los jesuitas de Cataluña informaron que To fue condenado en 1992 a dos años de cárcel por abusar de un menor y la orden le envió ese año a Bolivia, donde residió hasta su muerte. Pere Sala fue apartado en 2019, después de que dos víctimas pusieran una denuncia canónica y una querella en los tribunales civiles. Ese mismo año, la orden también tomó medidas cautelares con Roigé y le abrió un procedimiento eclesiástico. Garí dejó la orden en 1971, aunque la institución admite que había “rumores” de que abusó de menores durante los años sesenta, según informó El Periódico de Catalunya en 2019.

Emilio Benedetti, acusado por varias víctimas de abusos en el colegio jesuita de Sarriá en Barcelona, en la foto que la orden publicó en su obituario en 2019.
Emilio Benedetti, acusado por varias víctimas de abusos en el colegio jesuita de Sarriá en Barcelona, en la foto que la orden publicó en su obituario en 2019. W

Sobre Benedetti, explicó que abrió un proceso después de que EL PAÍS le informase a finales de 2018 que estaba investigando este caso, pero que lo cerró tras la muerte del acusado en febrero de 2019. Para Bautista, esta respuesta es insuficiente. “Ya no tengo pesadillas, pero las recuerdo con un detalle estremecedor. Lo que el colegio Sant Ignasi de Barcelona hizo, no solo a mí sino a muchos otros, debería ser suficiente para cerrar ese establecimiento para siempre”, dice.

“Me decía que no dijera nada, que me quería mucho”

Otra historia de abusos es la de José Luis Blanco. Con 15 años empezó a trabajar en la sede de la Federación Española de Religiosos de Enseñanza (FERE) en Madrid. Corría 1960 y Blanco trabajaba en turno de tarde, a partir de las 16.00, cuando ya no quedaba mucha gente en las oficinas. Entre sus responsabilidades diarias estaba repartir el correo. Cada tarde, relata, acudía al despacho del entonces director de la federación, el jesuita Luis Fernández, para que le indicara a quién debía entregar la correspondencia. Durante los primeros meses no hubo ningún comportamiento anormal.

No fue hasta el séptimo mes, denuncia Blanco, que el jesuita empezó a sobrepasarse con él. “Al sentarse en su sillón y yo a su lado para recibir la correspondencia, comenzó a pasarme el brazo de forma disimulada por la entrepierna. Al principio, al notar mi rechazo, automáticamente cesaba en su intento”, relata.

Pero cierto día, añade la víctima, Fernández fue más allá. “Cerró la puerta con llave, se aposentó en su sillón y me arrimó hacia él. Bajó la cremallera de mi pantalón y se entretuvo sobando y besando mi miembro”. Blanco cuenta que, a partir de aquel día, el padre Fernández abusó de él cada tarde durante dos años. “Al terminar me decía que no dijera nada, que me quería mucho, dándome una copa de vino de consagrar, caramelos y obleas”, describe.

“Fue un contratiempo tremendo que, por mi corta edad, no sabía cómo afrontar”, dice. Esta víctima, ahora con 77 años, padecía los tocamientos como una contradicción enorme: por las mañanas, dice, veía al padre Fernández consagrar en la capilla de la FERE y, unas horas más tarde, ese mismo jesuita abusaba de él en el mismo piso, a tan solo unas puertas de la capilla. Atrapado en una espiral de confusión y sin saber cómo salir de ella, Blanco pidió ayuda al segundo al mando de la FERE, el sacerdote salesiano Luis Blázquez. “Le indiqué que quería confesarme. Le comenté el problema y su contestación rotunda y autoritaria fue que como se me ocurriera decir a alguien algo de este asunto, automáticamente me excomulgaría. Que me atuviera a las consecuencias. Nadie me iba a creer”, afirma la víctima.

Blanco explica que su situación allí “no tenía arreglo” y que lo único que podía hacer era marcharse de ese lugar. Les dijo a sus padres que ya no quería trabajar en aquella oficina, aunque no les explicó el porqué. Cuenta que tuvo que “aguantar las broncas y reproches” de su familia y que su padre le hizo ir al despacho del padre Fernández “a pedirle disculpas” por su decisión de abandonar su puesto en la FERE. El jesuita, dice Blanco, le dijo que sus puertas siempre estarían abiertas para cuando el joven quisiera regresar. Los jesuitas han declarado a EL PAÍS que en 1971 una víctima denunció a Fernández por abusos y fue apartado de su puesto. “Se le impusieron medidas cautelares de prohibición de la docencia y también de contacto con menores. Desde entonces y hasta su fallecimiento, estuvo dedicado a la investigación histórica”, informa una portavoz.

“Me robó la dignidad”

Cuando D. M. tenía seis años, a mediados de la década de los setenta, su madre limpiaba el colegio jesuita San José de Málaga. El niño y su hermana, tres años mayor que él, iban cada tarde con su madre al colegio. Mientras ella limpiaba, dice D. M., él se iba solo con el padre Mondéjar. Ahora, con 53 años, afirma que recuerda perfectamente la ubicación del despacho donde el jesuita le llevaba: entrando al colegio a la derecha. Era grande, con una mesa delante de un ventanal. “A mí me llamaban mucho la atención los cajones [de la mesa], algunos de ellos tenían cerraduras y cuando se quedaba conmigo a solas me daba las llaves para que los abriera. Dentro de uno había Sugus y en otro, Huesitos. Me acuerdo mucho de eso, porque los Huesitos eran un dulce nuevo y poco conocido. Estaban muy buenos”, narra.

Pero no son los caramelos lo que D. M. retiene en sus recuerdos con más nitidez, sino lo que el sacerdote hacía con él cuando se quedaban solos: los rozamientos del sacerdote contra él mientras él dibujaba sobre la mesa, el olor del aliento y el ruido de los labios secos del religioso que se pegaba en su nunca. “En la comisura tenía restos de saliva seca, blanca”, describe.

La víctima cuenta que no entendía lo que pasaba. “También íbamos los dos al baño y yo tenía que orinar con él en la misma taza del váter. Él decía que eso eran cosas de mayores y en varias ocasiones me hizo que le tocara el pene. A partir de ahí, yo estuve hasta los 13 años haciéndome pipí en la cama sin saber por qué”, cuenta. Los abusos duraron tres años.

D. M. también sentía pánico ante la idea de contar lo que estaba sufriendo. “Mi madre le tenía idealizado, para ella era un Dios. Era un intocable y muy querido por la comunidad. Recuerdo que tuve que acompañar a mi madre a su entierro en 1992″, dice. “El padre Mondéjar fue la primera persona que me robó la dignidad, la inocencia. Me lo robó todo”, lamenta. La orden ha comunicado que ha revisado toda la documentación de la que dispone del acusado en sus archivos y no ha encontrado “ninguna señal que invite a pensar que cometió algún delito de abusos”. No obstante, invita a la víctima a que contacte con la compañía “para poder ampliar la información y por tanto la investigación”.

Si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es. Si es un caso en América Latina, escríbanos a abusosamerica@elpais.es.

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