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La Palma que no tiembla por el volcán

El norte de la isla, la zona más despoblada y envejecida, acoge a evacuados y también a palmeros que, aunque no hayan perdido sus casas, quieren escapar del rugido y la ceniza del cráter

Una mujer y una niña frente a la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en Las Tricias (Garafía).
Una mujer y una niña frente a la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, en Las Tricias (Garafía).Luis Sevillano (EL PAÍS)
Emilio Sánchez Hidalgo

La zona más despoblada de La Palma, el norte de la isla, tiene problemas muy parecidos a los de cualquier otro territorio con poca densidad de población: sinuosas carreteras en mal estado, población muy envejecida, pocos niños en los colegios, escasa actividad económica y, hasta hace poco, internet a trompicones. Sin embargo, en las últimas semanas está ganando habitantes porque es el territorio más protegido de las embestidas del volcán. Apenas se sienten los terremotos, solo los de magnitud en torno a 5 y los perciben con menos fuerza que en el resto de la isla. Tampoco se escucha el bramido de la montaña de fuego ni las calles están cubiertas de ceniza. Solo algunos golpes de viento traen el rumor del cráter o un poco de arena gris. “Somos un pequeño refugio”, dice Yeray Rodríguez, el alcalde (PSOE) de Garafía, uno de los dos municipios más al norte, La Palma vacía.

Volcan La Palma
Yeray Rodríguez, alcalde de Garafía, posa con la espalda descubierta, donde luce el tatuaje de un volcán. Luis Sevillano (EL PAÍS)

“Calculamos que podemos tener unas 400 personas más viviendo en Garafía por culpa del volcán”, explica el alcalde. Es una cifra altísima, teniendo en cuenta que la estadística oficial reconoce 1.730 habitantes. Está entre los municipios con la edad media más alta de Canarias, 49,3 años, frente a los 42,1 del conjunto del archipiélago. Ocupa el 14% de la superficie de La Palma y solo acoge al 2% de la población. “Por primera vez hay tráfico en la zona. Ahora me cuesta aparcar cuando vengo al Ayuntamiento”, dice Rodríguez tomando un café en un bar de Las Tricias, uno de los 14 núcleos que componen Garafía. La plaza principal es un mirador con vistas al mar, coronado por un molino antiguo. No se ve la columna de humo. Al contrario que en Los Llanos de Aridane, a pie de volcán, los camareros no entregan dos posavasos a los clientes que se sientan en una terraza: uno para dejar el vaso y otro para impedir que le caiga ceniza a la bebida.

No todos los nuevos habitantes de Garafía, temporales o permanentes, afrontan las mismas circunstancias. Algunos son evacuados que vivían en áreas arrasadas por la lava o en la zona de exclusión. Es el caso de Javier Álvarez (52 años), que vendía productos de artesanía en el paseo marítimo de Puerto Naos, la zona más turística de la isla y ahora sepultada por la ceniza. “Me trasladaron a Los Llanos, pero no podía estar ahí. Tanto ruido del volcán, tanta ceniza... No dormía ni un minuto”. Entonces se puso en contacto con el Ayuntamiento de Garafía: le explicaron que podían acogerle en un albergue municipal en El Tablado, una aldea entre pinos, dragos y barrancos. Es sábado por la tarde y el único bar está cerrado. “Estoy encantado. Vuelvo a dormir”, dice Álvarez, mientras muestra los instrumentos artesanales que ahora no puede vender en Puerto Naos. El Ayuntamiento da cobijo en instalaciones municipales a otras 15 personas.

Javier Álvarez posa en El Tablado con uno de sus instrumentos artesanales.
Javier Álvarez posa en El Tablado con uno de sus instrumentos artesanales. Luis Sevillano (EL PAÍS)

Otro perfil de nuevo habitante de Garafía es el de los hijos retornados. “Aquí viven sobre todo personas mayores, ganaderos y agricultores ya jubilados. La gran mayoría de sus hijos emigraron a otras zonas de la isla, como Los Llanos”, explica el alcalde. Algunos de ellos han vuelto al pueblo en el que se criaron para escapar del volcán. “No podía aguantar allá. Estaba muy cansada, así que he venido unos días con mi madre”, explica María, de 38 años, que el sábado por la tarde paseaba por Santo Domingo, el principal núcleo de Garafía. No ha perdido su vivienda ni su lugar de trabajo, pero teniendo la posibilidad de huir del volcán no la ha desaprovechado.

Las circunstancias de María son muy comunes: lo normal es que los habitantes del norte tengan familiares en Los Llanos, el motor productivo de la isla gracias a las plataneras, y que sufran los efectos de la crisis en primera persona. Hacia allí quiere ir Ana Torres (40 años), que hace autostop en una carretera de la zona. “Voy para ayudar a mi familia a quitar ceniza de los tejados en la zona de exclusión”, explica al subir al coche. “El volcán explotó el día de mi cumpleaños, el 19 de septiembre. Estaba celebrándolo en la playa del Callejoncito; ni nos enteramos. Me siento mucho más segura en mi casa, en el norte. Si no fuera por mi familia, no iría a Los Llanos”. José Otilio (65) y Onésima Pérez (61) han perdido por culpa del volcán su vivienda, dos parcelas, dos estanques, viñedos, frutales, un garaje... “Estamos durmiendo en una bodeguita que tenemos en Garafía, una herencia familiar. Llega algo de ceniza y ruido, pero es muy diferente. Cada uno va donde puede”, cuenta Pérez.

Un drago corona el lateral de un camino en El Tablado.
Un drago corona el lateral de un camino en El Tablado.Luis Sevillano (EL PAÍS)

Uno de los bares más concurridos de Santo Domingo es el Plaza, que regenta Petra Dvorakova, una checa de 38 años residente en la isla desde hace 10. “Se nota muchísimo que hay más gente en la zona, sobre todo los fines de semana. Son personas que quieren descansar del volcán, poder dormir al menos dos días. El domingo tengo el doble de gente en el bar”, dice con el cepillo en la mano. Sin embargo, asegura que esto apenas repercute positivamente en su negocio: “Sí, han venido estas personas, pero hemos perdido turismo. Los hoteles están llenos de evacuados y todo el que viene va a ver el volcán”. Una de las paredes de su bar está adornada con un cuadro del puente de Carlos de Praga y con fotografías antiguas de Garafía: procesiones multitudinarias, bailes en la plaza del pueblo, un hombre sonriente montado en burro... “Entonces [los años cincuenta] vivían 5.000 personas en el pueblo”. Ahora son unas 3.000 menos.

Hay dos carreteras que conectan Garafía con el otro municipio situado más al norte. Muchos turistas optan por la antigua, la que se adentra entre túneles sin iluminación, bosques espesos y desfiladeros que cuentan la historia geológica de la isla, capa sobre capa de lava apagada. La vía está llena de piedras que se desprenden de paredes verticales. Al otro lado se encuentra Barlovento, que registra una situación similar a la de Garafía. “Creo que somos una válvula de escape para muchos afectados por el volcán”, opina el alcalde del municipio, Jacob Qadri (PP). Lo está viviendo de forma personal: sus suegros, evacuados, ahora viven en su casa.

Terraza del bar Plaza en Santo Domingo (Garafía).
Terraza del bar Plaza en Santo Domingo (Garafía).Luis Sevillano (EL PAÍS)

El relato se repite, se pregunte donde se pregunte en Barlovento. “Tengo un cliente que no ha sido evacuado, viene todos los días a dormir aquí y se va al sur a trabajar. A la zona de Mazo”, explica María Jesús Cabrera (39 años) en su pequeño supermercado. Villa de Mazo está en la cara de la isla contraria al volcán (como la capital, Santa Cruz de La Palma), pero la sismicidad es muy alta.

“Hay personas de Los Llanos que han inscrito a sus hijos en el colegio de aquí. La gente te dice que vienen para, al menos, respirar. Algunos han venido en autocaravanas”, dice Montserrat Pérez, en la farmacia 24 horas. Asegura que está vendiendo muchos más ansiolíticos y antidepresivos que de costumbre: “Aunque aquí no se noten apenas los terremotos o no se vea el volcán, también lo estamos pasando muy mal. Vivimos en una isla muy pequeña y los afectados son nuestros familiares, nuestros amigos... Aunque no lo estemos viendo cada día, nos afecta muchísimo”.

Agricultores en Barlovento, el sábado.
Agricultores en Barlovento, el sábado.Luis Sevillano (EL PAÍS)

¿Por qué el norte sufre menos?

En el norte de La Palma se encuentra El Roque de los Muchachos, el punto más alto de la isla (2.426 metros). Forma parte del parque nacional de la Caldera de Taburiente. “Es una frontera natural. Impide que, normalmente, se vea la columna de humo en los pueblos de la zona o que pase mucha ceniza”, explica el vulcanólogo e investigador del Instituto Geográfico Nacional Stavros Meletlidis, al frente de la red de alerta en la isla. Todo el norte está a más altitud que el centro y el sur, donde se concentra la sismicidad. Es la zona más vieja de La Palma, de unos dos millones de años de antigüedad: es un conjunto geológico distinto. Stavros confirma que es “menos probable” que en el norte se produzcan erupciones. “En los últimos 125.000 años toda la actividad volcánica se está desarrollando en la zona de Cumbre Vieja. El norte lo formaron los primeros volcanes de La Palma”, añade el vulcanólgo.

Desde el Roque se puede observar la columna de humo rompiendo el manto de nubes. “Es uno de nuestros principales atractivos turísticos. Lo que más buscan los que vienen a visitarnos es practicar senderismo en nuestras zonas naturales”, añade el alcalde de Garafía. Una de las mejores pruebas de esta vocación montañera es la carrera Transvulcania, una ultramaratón que atraviesa el techo de La Palma.

El penacho gris del volcán se cuela entre las nubes, visto desde el mirador del Roque de los Muchachos.
El penacho gris del volcán se cuela entre las nubes, visto desde el mirador del Roque de los Muchachos.Luis Sevillano (EL PAÍS)

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Sobre la firma

Emilio Sánchez Hidalgo
Redactor de Economía. Empezó su trayectoria en EL PAÍS en 2016 en Verne y se incorporó a Sociedad con el estallido del coronavirus, en 2020. Ha cubierto la erupción en La Palma y ha participado en la investigación de la pederastia en la Iglesia. Antes trabajó en la Cadena SER, en el diario AS y en medios locales de su ciudad, Alcalá de Henares.

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