Vivir con el temor a ser grabadas: el día a día de miles de mujeres en Corea del Sur
Human Rights Watch denuncia el gran número de crímenes sexuales digitales que se cometen en el país asiático y los traumas psicológicos a largo plazo que enfrentan las víctimas
Jieun Choi intentaba dormir cuando alguien llamó a su puerta una noche de 2018. Era un agente de policía, que informó a esta joven surcoreana de que su equipo acababa de detener a un hombre que la había estado grabando por la ventana durante dos semanas desde el tejado de un edificio cercano. A medida que avanzó la investigación fueron surgiendo más datos. Jieun no había sido la única víctima. Otras siete mujeres aparecían en las grabaciones de aquel extraño. Pero, pese a que todas las imágenes habían sido obtenidas de manera ilegal y el hombre contaba con antecedentes, las normas en Corea del Sur especifican que solo pueden presentar cargos aquellas que hayan sido filmadas desnudas. “Me he vuelto paranoica cuando estoy en casa. No me siento segura. Pienso que alguien ha instalado una cámara cuando he salido, o que me espía desde los alrededores”, reconoce aún hoy Jieun.
Subir las escaleras cuando se lleva puesta una minifalda, probarse ropa en un vestidor, ir a un baño público, caminar por la calle, estar en la intimidad de la habitación… En Corea del Sur, esta cotidianidad se ha convertido en motivo de ansiedad para muchas mujeres, quienes temen (como denunciaron casi 6.800 de ellas en 2018) ser víctimas del denominado fenómeno molka: ser grabadas con cámaras ilegales sin ser conscientes de ello.
“Aunque no se utilicen armas, es como un asesinato de la identidad o la mentalidad de una persona”, expresa una de las víctimas, en declaraciones que recoge la ONG Human Rights Watch (HRW) en su informe My Life is Not Your Porn: Digital Sex Crimes in South Korea (Mi vida no es tu porno: delitos sexuales digitales en Corea del Sur), sobre los traumas psicológicos y el estigma que enfrentan las mujeres damnificadas por estos crímenes, una forma más de violencia machista.
En Corea del Sur son especialmente frecuentes aquellos en los que se comparten imágenes privadas sin consentimiento de la víctima. En la mayoría de estos actos, las grabaciones se realizan con minúsculas cámaras espía, dispositivos que se pueden encontrar en el mercado surcoreano por precios irrisorios y que son fáciles de camuflar, no solo en lugares públicos; en muchas ocasiones, se ocultan en artículos domésticos, como relojes, cuadros, perchas o tazas de café.
Los factores que contribuyen a ello son de dos tipos. Por un lado, Corea del Sur se encuentra entre los países más digitalizados del mundo: el 91% de sus 51 millones de habitantes tiene acceso a internet. Por otro, los avances que ha experimentado este desarrollo digital están a años luz de aquellos concretados en materia de igualdad de género. “Tendemos a pensar que los países más desarrollados son menos machistas, pero hay excepciones, y Corea del Sur es claramente una”, comenta Heather Barr, codirectora interina de derechos de la mujer en HRW y autora del informe.
Los valores tradicionales confucianos pesan en una sociedad muy jerarquizada en la que la posición de la mujer está claramente por debajo de la de los hombres. Según el Foro Económico Mundial, Corea del Sur ocupa el puesto 102 de 156 en su Informe Brecha Global de Género de 2021, el más bajo de todas las grandes economías. Además, sigue siendo el país de la OCDE con la mayor brecha salarial de género (del 32,5%) y repite como la nación con peor techo de cristal en la clasificación anual de The Economist (solo el 4% de los puestos de poder en el país están ocupados por mujeres).
Estos preocupantes números prueban el por qué la violencia machista está extendida de forma tan alarmante: datos de la Línea de Ayuda Directa para Mujeres Surcoreanas muestran que, en 2019, al menos una mujer fue asesinada por un hombre cada 1,8 días y en un estudio del Instituto Coreano de Criminología realizado a 2.000 varones en 2017, casi el 80% de los encuestados afirmó haber ejercido violencia sobre su pareja.
Aunque subir a la red imágenes sexuales sin consenso es un problema global, según recuerda Barr, la nación que podría jactarse de tener la proporción más alta de propietarios de teléfonos inteligentes presenta una tendencia que, a su juicio, es única: se graban escenas de mujeres en la intimidad por el simple hecho de humillarlas y hacerlas sentir vulnerables y, además, se obtiene beneficio económico al compartirlas. Cifras de la Fiscalía Superior surcoreana revelan que, en 2008, menos del 4% de las acusaciones de delitos sexuales involucraban filmaciones ilegales (585 casos). Sin embargo, en la década pasada, las denuncias de grabaciones ilícitas se multiplicaron exponencialmente, pasando de 1.100 en el año 2010 a 6.615 en 2017 y representando un 20% de las acusaciones.
En verano de 2018, cuando el mensaje del movimiento #MeToo calaba profundamente en todo el mundo, Seúl acogió las mayores manifestaciones de su historia a favor de los derechos de la mujer. Al grito de “Mi vida no es tu porno”, las surcoreanas salieron a las calles para denunciar lo que se ha convertido en parte integral de la lucha feminista en el país: la epidemia de cámaras ocultas y la difusión de vídeos privados a través de Internet. El detonante de las protestas fue el encarcelamiento de una chica que había subido a la red la foto de un modelo desnudo sin su consentimiento, cuando en el caso de los hombres (el 98% de los perpetradores de estos crímenes en 2016, según la Agencia Nacional de Policía), la condena no suele ir más allá de una multa.
Las marchas feministas propiciaron la aprobación de reformas legales y la creación de centros de apoyo destinados específicamente a las víctimas de crímenes sexuales digitales, primeros de su tipo ─y probablemente únicos─ en el mundo. A pesar de que la ley prevé sanciones económicas elevadas, activistas afirman que las sentencias son mucho más laxas en la práctica y que, en la mayoría de los casos, las denuncias caen en saco roto. “A menudo te sientes más dolida por la respuesta y el trato de la policía que por el crimen en sí”, expresa a HRW una de las encuestadas en el informe.
La ONG pide acciones inmediatas para prevenir estos crímenes y pone énfasis en la necesidad de educar en igualdad y de promover mecanismos para sentirse seguros en Internet. A pesar de que ya existan servicios de apoyo, decenas de miles de mujeres (incluso las que no han sufrido este tipo de agresión) viven agobiadas por el pánico a ser grabadas, denuncia Barr. El insomnio, la ansiedad, la depresión, los deseos de abandonar el país y la culpa son los sentimientos que más se repiten entre las víctimas: “Las supervivientes están traumatizadas de una manera muy particular, porque es un crimen que nunca termina”, añade. La mayoría ha contemplado el suicidio como una salida a esta vejación.
Según el informe, los legisladores deben determinar qué es punible y cuánto lo es, castigar a las redes sociales que dejan que ese material ilegal se propague, y obligarlas a que eliminen esa información lo antes posible. Asimismo, deberán forzar a esas plataformas a asumir la responsabilidad por su complicidad ─aunque sea involuntaria─ y a proporcionar apoyo psicológico a las damnificadas.
En el caso de Jieun Choi, su acosador solo recibió una condena suspendida, que nunca ha llegado a cumplir. “Ni cárcel, ni multa. Ha podido seguir su vida igual que antes”, se lamenta la joven en el informe de HRW, donde también se queja de que las leyes surcoreanas “estipulan que la grabación debe ser excitante y humillante, que es algo que culpabiliza a la víctima. [Debería castigarse] simplemente la falta la de consentimiento”. Jieun cree que el perpetrador reincidirá, “porque nunca ha recibido castigo”.
Para Barr, la solución es clara: debe haber más mujeres legisladoras, juezas, procuradoras y en puestos de poder en empresas. En Corea del Sur, donde una apropiada educación sexual se mantiene como asignatura pendiente y el machismo permea el comportamiento de la población, la combinación de esta mentalidad retrógrada con el acceso casi ilimitado a tecnología punta continúa provocando insomnio a decenas de miles de mujeres.
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