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Así empieza la vacunación en América Latina

Un inicio lento y desigual marcado por carencias de capacidad, confianza en la efectividad y acuerdos de cooperación para acceder a las dosis que se anticipan tardíos e incompletos

Jorge Galindo
Un trabajador sanitario se toma una 'selfie' tras recibir la vacuna contra la covid-19, en Nuevo León, al norte de México.
Un trabajador sanitario se toma una 'selfie' tras recibir la vacuna contra la covid-19, en Nuevo León, al norte de México.DANIEL BECERRIL (Reuters)

Un año después de las primeras noticias sobre el nuevo coronavirus, América Latina se pregunta si la vacunación masiva será la única salida a la pandemia. Lo hace en medio de una nueva ola de contagios, posiblemente favorecida por las vacaciones, los encuentros y desplazamientos de diciembre. Y no solo en términos individuales: la vacuna parece ser hoy la única apuesta de gobiernos que no han conseguido —o apenas han intentado— restringir al máximo el movimiento de sus ciudadanos, sobre todo en economías con altos índices de formalidad.

La mayoría de los países de la región aún no han empezado a aplicar la vacuna. Solo Argentina, Chile, Costa Rica y México tienen programas en marcha con números que empiezan a ser significativos, y aún así se mantienen todos por debajo del 0,2%: apenas unos miles de personas.


En adquisiciones por acuerdos bilaterales con las farmacéuticas productoras, Chile destaca muy por encima del resto de países de la región. Sin embargo, es notable también la diferencia que existe entre, por ejemplo, México y Venezuela o El Salvador. Por no mencionar países donde no hay registro de compras específicas: en algunos, como Uruguay o Paraguay, porque todavía no se han concretado negociaciones bilaterales que sí se insinúan desde los gobiernos; en otros, como Cuba, porque están desarrollando iniciativas propias. Y en otros más, por aparente falta de recursos. En ellos, a falta de confirmaciones de adquisición, el acceso a las vacunas depende por ahora de mecanismos supranacionales de compra, particularmente de uno: COVAX.

COVAX, un acuerdo auspiciado por la OMS para garantizar el acceso de todos los países del mundo a la vacuna, será en cualquier caso empleado probablemente por todos los países de la región. Las autoridades en Colombia o Perú, por ejemplo, han remarcado su intención de completar los programas de cobertura de sus poblaciones gracias a vacunas llegadas a través de este mecanismo. Las autoridades peruanas esperan que parte de los 13,2 millones de dosis adquiridas por esta vía empiecen a llegar en el primer trimestre del año. En Colombia, los planes de COVAX alcanzan los 20 millones de dosis. En Guatemala, se esperan 6,7 millones de dosis (las únicas confirmadas por ahora) por esta vía; 1,9 a Honduras, que sí planea adquisiciones bilaterales (otros casi 2 millones a AstraZeneca). En ambos países centroamericanos, de los más pobres de la región, la inmunización dependerá del sostenimiento del acuerdo, y llegará en cualquier caso con retraso respecto a sus vecinos.


La mayoría de gobiernos están, por tanto, desarrollando una estrategia mixta en la que las vacunas que han adquirido por su cuenta en negociaciones directas con farmacéuticas representarán solo una parte de la inmunización. Pero esa fracción es, por ahora, para la que existen datos disponibles y programas en marcha en los cuatro países mencionados. El origen de estas dosis es variado. Argentina está empleando la vacuna desarrollada por AstraZeneca con la Universidad de Oxford (de doble dosis, y con una efectividad estimada del 65% en probabilidades de reducción de enfermedad), pero también la Sputnik V, producida por Gamaleya bajo el paraguas del gobierno de Vladímir Putin. Según las autoridades rusas, su efectividad supera el 90%, similar a la de Pfizer (también de doble dosis, y la más habitual ahora mismo en el continente: Chile, Costa Rica y México la están empleando; Colombia espera comenzar con ella en febrero) o a la de Moderna (cuyo elevado costo por unidad parece haberla dejado fuera de los paquetes adquiridos en América Latina.


Aunque AstraZeneca y Pfizer dominan el mercado, las vacunas de origen chino también han contado con significativas compras en la región. Chile adquirió muy pronto hasta 60 millones de dosis de Sinovac, cuya efectividad el gobierno chino da por sentada (ya la está empleando), y que el Gobierno estatal de São Paulo ha anunciado hoy que llega al 78% en mitad de una disputa política con el Gobierno de Jair Bolsonaro. Colombia se adelantó en la desarrollada por Jannsen/Johnson & Johnson, cuyas pruebas se están practicando en los grandes países de América Latina, pero sin resultados públicos todavía (el Ministro de Salud colombiano, Fernando Ruiz, remarcó que la farmacéutica los revelaría en la segunda semana de enero, anunciándolos como “prometedores”).


Todas estas especulaciones, cálculos y comparaciones entre países o entre vacunas vienen en no poca medida del resquebrajamiento que ha sufrido COVAX, sin llegar a romperse. A través de este mecanismo, concebido para que todos los países puedan acceder a la vacuna independientemente de su nivel de ingresos, las naciones más pobres (Guatemala o Bolivia, por ejemplo) serían receptoras netas, mientras que las de ingreso medio (Colombia, México, Perú) o alto (Chile) podrían emplear el sistema para adquisiciones, pero también deberían contribuir a la inmunización global. Toda América Latina y el Caribe están comprometidas con COVAX (Cuba estableció una relación no vinculante). No obstante, los países más poderosos de la región optaron desde un principio por no confiarle todo al acuerdo, y se apresuraron a establecer las compras bilaterales mencionadas: Chile o México fueron rápidos en ir al mercado.

Ello se debe probablemente a la presión interna, de ciudadanías ansiosas de tener claro un horizonte de fin de pandemia que solo la vacunación completa puede proporcionar, facilitada por la comparación entre vecinos que mueven a los gobiernos a mostrar que están tomando medidas por acercar ese horizonte a la par de otros países de la región.

La paradoja es que esto se produce en un clima de incertidumbre y cierta desconfianza ciudadana hacia las vacunas. El MIT viene realizando una encuesta periódica internacional vía Facebook. En los cuatro principales países de la región para los que mantiene datos bisemanales, el porcentaje de personas que afirman que se pondrán la vacuna cuando esté disponible no ha hecho sino descender durante la segunda mitad de 2020.

Estas cifras no son tanto un indicador certero de cuántas personas acabarán por aceptar la vacuna (es probable que el número suba a medida que médicos, autoridades, familiares y amigos se la pongan, creando cadenas de confianza), como una manera de calibrar la confianza que existe en todo el aparato científico y logístico, pero también inevitablemente político, del que se espera que actúe como verdadero, único cortafuego a un virus cuyo contagio se recrudece estos días en toda América Latina. Por ahora, la única certeza es que durante los próximos meses la región seguirá conviviendo con la pandemia, aunque posiblemente lo haga con el alivio de ver progresivamente inmunizadas a sus poblaciones más vulnerables y a los trabajadores de la primera línea de batalla contra el virus.

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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