“Doy cien vueltas al pasillo pero no es lo mismo”
Los mayores aliviarán por fin un encierro que sufren más los que arrastran dolencias y están solos y en pisos
Lázaro González ha afrontado estos 50 días de confinamiento con 79 años y una isquemia cardíaca que debe mantener a raya caminando. “Doy cien vueltas al pasillo pero no es lo mismo”, confiesa desde su piso de Madrid. Este jubilado aplaude que el Gobierno le permita por fin los paseos al aire libre pero discrepa de que los turnos se establezcan por edad y no por patologías, reservando los tramos de 10.00 a 12.00 y de 19.00 a 20.00 para los mayores de 70 años, tal y como publica este viernes el Boletín Oficial del Estado (BOE). “Se deberían reservar esas franjas horarias para personas con patologías de riesgo, porque discriminar por edad es caer en el típico viejismo y nosotros no merecemos compasión sino derechos y responsabilidades”, aduce. Él aún no tiene claro si saldrá ya este sábado, porque teme que el primer día la necesidad acuciante de aire y sol que deja el encierro provoque más aglomeraciones de las debidas: “A lo mejor este fin de semana solo salgo un poquito, pero a partir del lunes claro que sí”.
Lázaro no está solo en su piso, sino con su esposa, pero sabe que otras personas de su generación lo han pasado mal durante estos 50 días y no únicamente por razones físicas. “Después de tanto tiempo de encierro llega un momento en que la gente se deprime, se pone nerviosa… No todo el mundo tiene la misma fortaleza interior y si estás solo es peor”. Los hogares sin compañía, recalca, abundan más entre los mayores y el confinamiento de muchos de ellos ha sido más estricto que el del resto de adultos porque son más vulnerables al “bicho”.
A 600 kilómetros de la casa de Lázaro, en A Coruña, María Antonia Serrano, de 78 años, no ha pisado la calle desde que se decretó el estado de alarma y, como vive sola, su único contacto con el exterior es por teléfono. Admite que tiene “un poco de miedo” y que el aire libre no es lo que más echa de menos de esta clausura: “Lo que estoy deseando hacer es abrazar a los míos”. Su hija María, que junto a su hermana Sandra le deja la compra a su madre en la puerta de casa y la llama continuamente para aliviar su aislamiento, se muestra convencida de que un paseo diario le será “muy beneficioso” para sobrellevar estas difíciles semanas: “Lo importante es que no se meta en supermercados o lugares donde se puede contagiar, pero que le dé el aire es salud”.
La Fundación Pilares, una organización que se dedica a promover la autonomía personal de los mayores, tiene claro que el “abandono forzoso” de la actividad física durante tanto tiempo “pasa factura” incluso en el estado anímico. Caminar diariamente de 30 a 45 minutos “actúa como elemento preventivo” para su salud y para la de las personas con determinadas patologías cardiovasculares, osteoarticulares, respiratorias o musculares, explica la entidad. Las sociedades científicas y asociaciones especializadas en geriatría y gerontología han sido rotundas en su rechazo a que el confinamiento se prolongase para los mayores más tiempo que para el resto de adultos. Una propuesta de este calibre, que sus detractores consideran una “sobreprotección paternalista” y una “discriminación”, provocó en Francia la bautizada como “rebelión de las canas”, que obligó a las autoridades a descartarla.
Distinto es pasar este encierro en un piso de ciudad y en una casa en el campo. Hasta que llegó la pandemia, María Sara Viña, de 67 años y vecina de la aldea de Boiro, en la localidad de Val do Dubra (A Coruña), llevaba una rica vida social de actividades y cursos de manualidades que se ha ido al garete. Pero actividad física no le falta. El hogar que habita sin compañía incluye huerto y frutales y no ha tenido que salir al supermercado ni un día porque la abundancia de su tierra le permite autoabastecerse. Guardaba varas de mimbre recogidas en los alrededores de su vivienda antes de recluirse y sus habilidosas manos no han estado quietas: desde mediados de marzo ha elaborado más de 60 cestos. “Iré a andar por aquí pero no mucho, porque tengo artrosis. Yo lo que realmente quiero es poder ir a donde me dé la gana y ver a mi hija y a mis dos nietos”.
Incluso aquellos que ya han visto tanto también están superando la pandemia con sensación de irrealidad. “Yo he vivido otros tiempos extraños. A mí me cogió la Guerra Civil de niña y no creí que repetiría algo así. Esto es como una guerra biológica: no hay bombas, pero también mata”. Maruja Bujeda tiene 92 años, tres hijos, siete nietos y tres bisnietos. Habla desde su confinamiento en casa de su hija Paca, en Valencia. Dice que lo lleva bien porque “es lo que hay que hacer”. “No puedo ver a mis otros dos hijos pero sé de ellos. Nos podemos quejar pero no del todo: hay gente que está mucho peor”. Ve estupendo que le dejen dar paseos aunque antes del coronavirus ya no salía mucho. La increíble energía que aún conserva la dedica a cocinar y a otras tareas de la casa: “Yo si puedo no paro. A mí ritmo, eso sí, que ahora ya no es el que fue”.
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