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Diario Viral
Crónica
Texto informativo con interpretación

Conversaciones con mi ascensor

Algunos objetos te acompañan toda la vida, hay jerseys con los que llevas 20 años, y las cosas hablan, tienen una historia

Un vecino de Barcelona aprovecha para tomar el sol en su balcón este domingo.
Un vecino de Barcelona aprovecha para tomar el sol en su balcón este domingo.Enric Fontcuberta (EFE)
Íñigo Domínguez

El otro día, por primera vez, tuve ganas de salir corriendo. Bajé la basura y sentí un impulso de mandarlo todo a la porra y correr hasta los límites de la ciudad a dormir bajo las estrellas. No he llegado al extremo de un señor de Milán, que salió en pelotas a hacer la compra, pero ahí voy. También veo a mi alrededor gente que enloquece. En nuestra calle observamos con aprensión a un vecino que a las ocho se sube al tejado. Tengo conocidos que creen realmente que el Gobierno sabía todo y no hizo nada adrede. Esto gente con estudios, viajada. Yo mismo el otro día me quedé mirando una lámpara. Algunos objetos te acompañan toda la vida y me puse sentimental: “Querido azucarero, ¿hace cuánto que nos conocemos?”. Hay jerséis con los que llevas 20 años. Las cosas hablan, tienen una historia. El fin de la prisa da vida a lo inanimado, si sabes mirar. Antes mirábamos poco, la verdad, salvo el móvil.

Por ejemplo, el ascensor. Me da pena verlo parado con la luz encendida, expectante, no entra nadie. Julio Camba podría escribir un diálogo con el ascensor, hacía cosas así de raras con toda naturalidad, pero yo no, y no sé si hemos llegado a un enrarecimiento tal de la vida pública en el que podría colar. Aunque el presidente del Gobierno habla solo en las ruedas de prensa. Pero mi ascensor, antiquísimo, de madera, algo dice en un cartel de la época: “Para hacer subir el camarín a un piso desde este, actuar sobre el botón de llamada. En algunas instalaciones se prescinde de estos botones por la poca utilidad de emplear el ascensor para el descenso”. Es decir, cuando inventaron los ascensores les parecía absurdo usarlo para bajar. Y ahora te traen la cena a casa por no cocinar ni mover el culo hasta un restaurante chino. Cuando te empiezan a cobrar el perejil y es gratis ver una película hay algo que va mal. Y empezó a ser normal que te dijeran: “Le sale más barato comprar otro que repararlo”. Perdimos el cariño a los objetos, te desprendías de ellos como si fueran empleados. Una tostadora que lleve ahí 10 años es un insulto a la economía de mercado.

Camba, alérgico a todo tremendismo ibérico, tiene un divertido diálogo de microbios en plena gripe española. En 1920 enfermó y le preguntó al médico qué debía hacer. “Haga usted un artículo. La prensa todavía dispone de cierta influencia”, le aconsejó. Qué tiempos (la nota es mía). “Y el doctor pasó a explicarme cómo mi enfermedad era culpa de los malos Gobiernos que no se preocupan del problema de las subsistencias y que abandonan los servicios sanitarios. La medicina —me dijo— no existe todavía en España donde está aún mezclada a la política. Yo, a veces, en lugar de indicarle al enfermo la conveniencia de un cambio en el régimen alimenticio, estoy por prescribirle que cambie de régimen gubernamental”. Los humanos somos muy burros, quizá las cosas, más serias, nos ayuden a recordar y si las paredes hablaran, quizá nos dirían: no te quejes y cuando votes piensa si quieres recortar la sanidad o te preocupa más la nobleza de la raza. Que además se defiende mejor con un hospital público.

Los años en que Camba escribía esto no eran más tranquilos, aunque ahora parezca el fin del mundo. Se asesinaba presidentes con cierta facilidad (Prim, Cánovas del Castillo, Canalejas); hacíamos una guerra en África; en Rusia triunfaba la revolución; en Italia, el fascismo; y todo eso sin fútbol (la liga es de 1928). En 1923 hubo un golpe de Estado en Cataluña, de Primo de Rivera, con un alegre manifiesto: “Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada que espere en un rincón”. Qué enternecedor es reconocer los tics nacionales. No hay nada más viejo que ir de nuevo.

En casa hemos rescatado juegos de mesa (Risk: “¡Yakutia declara la guerra a Kamchatka!”) y hay uno que dice cosas increíbles, visto ahora. Se llama ¡Virus! y se presenta así: “El juego de cartas más contagioso. Enfréntate a la pandemia y sé el primero en erradicar los virus. Éticos o no, todos los medios a tu alcance valen para ganar. Usa tu astucia para alzarte con la victoria boicoteando a tus rivales”. No crean, no va de política, pero es que hasta el dibujo del virus es igual, una bola con pinchos de anuncio de Pato WC. Y concluye: “Como Bertrand Russell dijo una vez: ‘Lo único que redimirá a la humanidad es la cooperación’. Obviamente, no conocía este juego”. ¿A qué jugamos nosotros? Obviamente, no hemos leído a Russell —los holandeses menos—, tampoco a Camba, ni los libros de historia, y desde luego nadie escucha a su tostadora.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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