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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Bajar al chino

Han sido los primeros comercios de nuestro país en cerrar por esta crisis voluntariamente

Ana Useros
Exterior de un negocio de alimentación cerrado por vacaciones durante un mes, en Madrid.
Exterior de un negocio de alimentación cerrado por vacaciones durante un mes, en Madrid.Ricardo Rubio (Europa Press)

Una de las experiencias más frustrantes, en mi tortuoso proceso cotidiano para librarme de los pequeños tics del racismo heredado, es tratar de no usar, para referirme a esas pequeñas tiendas de alimentación que puntean nuestros barrios, surtidas de todo aquello que se pueda necesitar en una emergencia y en la vida cotidiana, el apelativo de “chino”. Por el camino, rescato palabras semienterradas: colmado, economato, ultramarinos... No ayuda, es cierto, la ausencia de nombre comercial en la mayoría de ellas, que obliga a nombrarlas mediante perífrasis como “la tiendecita de la esquina”, “el ultramarinos de la plaza”, “el comercio al lado de la peluquería” hasta que la mirada vacía de nuestro interlocutor se ilumina: “¿Dices el chino?”. Y la mayoría de veces, lo confieso, me rindo: “Sí, el chino”.

Estas tiendas de barrio llevan hoy una semana cerradas, con carteles que explican que están de vacaciones o de reforma. Su ausencia ha puesto aún más de manifiesto algo que era evidente desde hace mucho tiempo: que hoy por hoy, en muchas poblaciones, grandes y pequeñas, son prácticamente el único comercio de proximidad para los productos de primera necesidad no perecederos. El único sitio donde comprar un bote de tomate o pan de molde sigue siendo un gesto sencillo. En las zonas gentrificadas y turistificadas, por ejemplo, o en las áreas residenciales de la periferia, aparte del lugar donde se compra la merienda antes de ir al parque o la cena después de una jornada laboral imposible, son también un recurso vital para las personas que no pueden desplazarse a las grandes superficies y que tampoco tienen la posibilidad de comprar por Internet.

Han sido los primeros comercios de nuestro país que han cerrado por la crisis del coronavirus, voluntariamente, sin ningún decreto de por medio. Renunciaron a sus ingresos sin quejarse, con discreción, sin buscar el aplauso ni crear la alarma, para no perjudicar a sus clientas habituales. Sin embargo, en un primer momento, mi racismo interiorizado me llevó a pensar que cerraban por miedo, que las personas que trabajaban allí habrían sufrido una hostilidad que les habría llevado a esconderse. Una vez más, había pensado en ellas como ajenas, extranjeras, en lugar de como miembros activos y responsables de nuestra comunidad

Extraña crisis esta, que prohíbe las metáforas habituales de la solidaridad: poner el cuerpo, arrimar el hombro, echar una mano, hacer piña… que transforma bajar una verja en un gesto de amor, que nos obliga a imaginar otras formas de cuidado. Los centros sociales, los colectivos, la sociedad civil organizada tratamos estos días de combinar las medidas de protección con la creación de redes autogestionadas de atención y de apoyo mutuo, dirigidas especialmente a la población precarizada, a la que esta crisis, y el énfasis en la responsabilidad individual de quienes la gestionan, deja más desamparada aún. Pero la autogestión no puede sustituir otras decisiones que nosotras aún no podemos tomar. Algunos de estos colectivos han recogido una serie de medidas urgentes dirigidas al Gobierno central en el #PlanDeChoqueSocial. Hay que inventar nuevos microgestos de cuidado, pero los macro, los que definen el modelo de sociedad en la que queremos vivir, ya hace tiempo que los conocemos, solo hay que tener el valor y la humanidad para aplicarlos.

Ana Useros es ensayista, traductora y crítica de cine.

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