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Los muchos lugares de Laura Luelmo

Los amigos de la profesora, a ambos lados del Atlántico, recuerdan sobre todo su inquietud por viajar y conocer gente y sitios nuevos

La fachada del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en Zamora, donde Laura Luelmo fue alumna. En vídeo, así era Laura Luelmo, la profesora de Zamora asesinada en Huelva.Foto: atlas | Vídeo: VÍCTOR SAINZ | ATLAS
Isabel Valdés

Recordar a Laura Luelmo es trazar líneas sobre un globo terráqueo, su maleta rara vez cogió polvo. La primera, la más marcada, tiene 38 kilómetros, es la que va de Zamora a Villabuena del Puente, el pueblo de 700 habitantes de donde procede la familia de su madre. Allí la profesora es la bisnieta de Plasen, “El Banco”, apostilla Maximiano, un hombre de 82 años y manos gruesas que ara cuando sale el sol: “Cuando yo era chico nadie iba al Español [se refiere al Banco Español de Crédito, Banesto] sin una firma de Plasen en algún papel. El Banco lo llamaban a él”. Está seguro de que era “el hombre con más dinero del pueblo”. Y el único con un ultramarinos donde comprar abastos a principios del siglo XX. Una familia que trabajaba “como una mula” y que “se ganó lo que tuvo”.

Maximiano se ajusta la boina mientras parpadea con los ojos brillantes tras unas gafas salpicadas de gotitas por el sirimiri. Vivió sus primeros 26 años en la casa que linda con la de la familia de la profesora, en el número 7 de la calle Abogados, donde todavía se mantiene la reja metálica de acordeón que cerró durante años aquella tienda, luego traspasada: "Hablé con Laura el domingo del puente, sentada estaba con su novio y sus amigos en el bar de los jubilados, tan maja como siempre, como su bisabuela y como su abuela. Y le gustaba muchísimo ir de aquí para allí". Se mira las zapatillas, de paño con motas de barro después de su jornada en el campo: "Yo perdí un hijo con 43 años, por esclerosis. Ese dolor no se puede contar. No se puede explicar cómo es perder a un hijo, y menos como han perdido a esta muchacha. Yo no encerraría a esta gente, les daría una semana de vacaciones con la familia de ella. Cabrones, esta gente que hace esto no tiene otro nombre. Qué dolor”.

Del relato de ese hombre menudo salen los orígenes maternos de Luelmo. Su abuela Chencha, ahora en una residencia en el cercano pueblo de Benavente; sus dos hermanas, una monja que falleció y una boticaria que abrió farmacia en Zamora; y el hombre con el que se casó Chencha, un psicólogo que murió hace años. Después su madre, Maite Hernández, funcionaria del servicio de Empleo de Zamora; su padre, Ángel Luelmo, ingeniero agrónomo en Agricultura de la Junta de Castilla y León, ya jubilado; y sus dos hermanos, Violeta y Ángel. Una larga familia de Luelmo y Hernández, tías y tíos y primas y primos que quieren silencio, intimidad. “Con todo el derecho a pasar su pena y su dolor”, decía un vecino apoyado sobre un pilar de la plaza Castilla y León, donde está el Ayuntamiento de Villabuena. “Con todo el derecho, sí”, apostillaba otro a su lado.

Concentración el pasado martes en Villabuena del Puente, en Zamora, de donde procedía la familia materna de Laura Luelmo y donde ella acudía a menudo.
Concentración el pasado martes en Villabuena del Puente, en Zamora, de donde procedía la familia materna de Laura Luelmo y donde ella acudía a menudo.Víctor Sainz

Los amigos de Teófilo Jiménez, la pareja de Luelmo, recién llegados desde El Campillo, en Huelva, donde todavía permanece él junto a sus padres y la familia de Luelmo, ni siquiera pronuncian un “no”. Piden no responder con un gesto. Igual en Zamora. De vuelta a la ciudad donde Luelmo nació y creció, el silencio se mantiene. En su barrio, alrededor de la Avenida de las Tres Cruces, donde alguna bandera de España y algún Niño Jesús adorna algún balcón, los vecinos respetan ese silencio que la familia ha pedido a través de mensajes de WhatsApps en algunos grupos y un post en el Facebook de la hermana de Luelmo.

Solo la directora del Colegio Sagrado Corazón de Jesús, Rosa Oviedo, donde Luelmo estudió, y José Feliciano García, el director de Nuestra Señora del Rocío, donde hizo el pasado noviembre una sustitución por maternidad, hablan, de forma “oficial”. Oviedo apenas lo consigue, respira hondo varias veces en la entrada del centro para explicar que, además de ser la directora, le une a la familia un vínculo muy estrecho, y no cree conveniente ni importante decir nada: “Lo que teníamos que decir lo hicimos ya con el minuto de silencio y el in memoriam que le dedicamos. Ahí está todo lo que este colegio siente”. Un texto que habla de la incertidumbre, de la libertad y de la vida de la que disfrutó Luelmo, de lo temprano de la despedida, de cómo a veces se detiene el tiempo: “A pesar de los miedos, a pesar de las inseguridades que le pudieran surgir en esa nueva etapa de su vida, Laura quiso ser valiente, ¡y ser libre!, aunque no todo el mundo estuviera de acuerdo con ello”.

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Hacia el noroeste de la ciudad, tras la Parroquia de San José Obrero, un enorme crespón negro se levanta en el hall del Nuestra Señora del Rocío. José García, su director, explica que Luelmo apenas estuvo allí un mes, seis horas a la semana: “No da tiempo a crear un vínculo fuerte, sin embargo, a los estudiantes esto les afecta, sobre todo a los que dio clase [de 1º y 3º de ESO] y a los más pequeños. Laura tenía un compromiso absoluto con su trabajo, vino con muchas ganas, era muy responsable y siempre muy amable. Se notaba que era esto lo que quería hacer. Cuando la avisaron desde Huelva, pudo irse enseguida, pero quiso quedarse hasta el último día, a aprovechar todo el tiempo posible y despedirse de sus alumnos y sus compañeros”.

García explica que, según las edades, han hablado con los estudiantes sobre lo ocurrido y ahora están alerta a las señales que puedan mostrar que están tristes, preocupados o que sienten miedo. “A veces no lo dicen claramente, pero es inevitable que estén pensando y sintiendo algo. Les daremos todo el apoyo y la escucha posible, lo que necesiten”. García, que apenas la conoció durante un mes, apunta a lo difícil que, sin embargo, resulta aceptar este asesinato: “Lo que ha ocurrido es… Terrible, de verdad, terrible”. Cuando se despidió de ella, dice el director, lo hizo con la convicción de que ella iba hacia su futuro, “valiente”.

El mismo adjetivo que usan varios de sus amigos al otro lado del Atlántico. Valentía y música. Mucha música de fondo. Try to be, de Blue Hawaii, fue la última canción que Erick J. Tello compartió con ella desde San Andrés Cholula, en México; también la última vez que hablaron. Él le decía que si pasaba un año más, no se iban a reconocer. “Jajajajajaja, ¡yo sigo igual Tello! Con el pelito un poco más corto, pero igual, jajaja. Quiero viajar a veros, pero no encuentro hueco y necesito ahorrar”, contestó ella. “Laurita Pim”, cuenta Tello, “como la conocíamos sus amigos. La persona más soñadora que he conocido, su forma de pensar era arte por sí sola”. Dice que le cambió la vida, que siempre tenía una nueva experiencia que contar, que amaba México. Que amaba vivir. Que era feliz.

En Latinoamérica, Luelmo formó algo parecido a una familia hace ya cuatro años, un grupo de amigos con los que siempre siguió en contacto. “Skype, notas de voz… Yo viví el año pasado en Madrid y pudimos vernos un par de veces. Me encantó darme cuenta de que, a pesar del tiempo y la distancia, lo nuestro seguía igual”, narra Rocío Herrero. Se conocieron en el Colegio Ignacio Bernal, una residencia de estudiantes mixta cerca de la facultad de Humanidades en San Andrés Cholula, donde Luelmo estudió Artes Plásticas durante un curso. “Ella era dos años mayor que yo y me presentaba a muchísima gente. Por aquel entonces yo vivía aún con miedo e inexperiencia de vivir sola, ella me ayudó a salir y divertirme, a no tenerle miedo a la vida. Vivía muy fugaz ante todo, le encantaba cada fin de semana que podía salir de viaje, visitó muchos lugares de México y siempre llegaba alegre a contarme sus travesías”.

Cuando regresaba de cada excursión, también la esperaba Lidia G. Zapata, su otra “rommie” [compañeras de habitación], explica ella; preparaban juntas la cena, se hacían fotos e iban a nadar a menudo: “Los domingos íbamos al mercado a hacer nuestra despensa y luego nos quedábamos por ahí desayunando quesadillas”. Al acabar el primer semestre, Luelmo y Herrero decidieron irse a vivir a un apartamento, Zapata pensó en mudarse con ellas, pero tuvo que irse con su familia a otro Estado. A partir de entonces se mantuvieron en contacto a través del móvil: “Me contó que quería ser profesora de niños, de alguna de sus mudanzas y después de su vida en España”. Para Zapata, Afterglow de Wilkinson y I Follow Rivers de Lykke Li son las dos canciones que la acercan a ella: “Ella me las enseñó y, cada vez que las escucho, la recuerdo”. Cuando se enteró de la noticia, no tiene claro si sintió más tristeza o más rabia: “No puedo creer que mi amiga, feliz y animosa todo el tiempo, a la que le encantaba hacer arte y salir a bailar, ya no esté. Aunque yo no viva en España, el miedo se transmite hasta acá”. Hasta cualquier parte.

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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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