Un “depredador sexual” expulsado de Miami abusó de menores durante años en Salamanca
El obispado ignoró el aviso de EE UU y destinó al sacerdote a una decena de pueblos de la provincia entre 1981 y 2004, donde EL PAÍS ha localizado a tres víctimas
El obispado de Salamanca ignoró un aviso de la archidiócesis de Miami, que expulsó en 1981 de su jurisdicción a Francisco Carreras tras un caso de abusos a un menor, y mantuvo a este sacerdote durante más de dos décadas, entre 1981 y 2004, al frente de una decena de parroquias rurales de la provincia. En sus nuevos destinos, Carreras dejó un reguero de nuevas agresiones sexuales, según han denunciado ahora tres víctimas a EL PAÍS.
Son testimonios muy duros, que hablan de sesiones de sexo en grupo en las que el único participante que superaba los 11 años era el sacerdote. “Nos hacía mantener relaciones entre nosotros y con él”, rememora una víctima. Los afectados responden estupefactos al ser informados por este diario del pasado de Carreras en Miami. “El obispado lo sabía. Lo podría haber evitado, pero nos dejó en sus manos. Fuimos entregados en bandeja a un pervertido. No puede haber perdón para eso”, acusa otro de los denunciantes.
El obispado defendió airadamente al cura en 2011 cuando medios locales de Salamanca se hicieron eco de las denuncias contra él en Miami. Calificó su trayectoria como “intachable”. Ante las nuevas revelaciones guarda silencio. Carreras llegó a Salamanca cuando el obispo era Mauro Rubio, ya fallecido. En 1995 le relevó Braulio Rodríguez, actual arzobispo de Toledo. En 2003 le sustituyó el actual, Carlos López.
Francisco Carreras nació en 1945 en Nueva York, según relató a un medio local, y fue ordenado sacerdote de la orden benedictina en 1973 en Salamanca. Antes de ir a Miami, estuvo destinado dos años en los pueblos de Ahigal de Villarino, Robledo Hermoso y Sanchón de la Ribera, según los boletines de la diócesis. Llegó a Miami en 1975 y, según las denuncias posteriores, los abusos empezaron pronto.
En sendas denuncias presentadas en 2002 y 2011, dos hombres le acusaron de abusos cuando eran niños cometidos en sus propias casas, en campamentos y horas de teatro. Los relatos de las víctimas, con coincidencias notables, sitúan los hechos en 1976 y 1981, respectivamente. Ambos casos fueron desestimados por lo que sería el equivalente a la prescripción en España. El archivo de la demanda se cierra, sin embargo, con un mensaje de aliento para el denunciante. "Somos conscientes de los beneficios que para la sociedad tiene que los supervivientes de abusos sexuales sufridos en su infancia den un paso al frente para dar testimonio de lo que tuvieron que soportar. [Con el archivo] no queremos desmerecer el coraje de estos supervivientes que han roto el silencio que ha protegido a los abusadores".
Las acusaciones de EE UU describen al sacerdote como “un depredador sexual” que accedía a los niños tras ganarse la confianza de las familias con su carisma. Una víctima recordó como, tras una noche de terror, al día siguiente le regaló “un avión teledirigido”.
La archidiócesis de Miami asegura que, con Carreras en Estados Unidos, solo tuvo noticia de un caso, que actuó de inmediato y que las otras demandas llegaron décadas más tarde. “Un alegato de abuso sexual fue presentado contra el reverendo Carreras por la familia del niño en 1981”, explica por escrito la archidiócesis. “Fue retirado de la parroquia y la actividad sacerdotal. No se le permitió hacer ningún otro servicio en cualquier otra parroquia”. Preguntada sobre si la archidiócesis informó de lo ocurrido al obispado de Salamanca, la respuesta es: “Sí”. Esta afirmación retumba como una nueva agresión a oídos de Antonio y Carlos, de más de 40 años, que no dudan en ofrecer sus testimonios, pero ruegan que no sea revelada su identidad. “Que salga todo. Ya era hora. Pero que esto no nos perjudique más de lo que ya lo ha hecho”, afirman.
Ambos crecieron en el pueblo de Sequeros, destino que el obispado dio al cura tras su expulsión de Miami. Allí estuvo de octubre de 1981 a abril de 1983. En esos 18 meses, volvió a mostrar su doble cara: cautivador de día, monstruo de noche. “Montó un taller de marquetería al que íbamos muchos niños. Los viernes, nos quedábamos a dormir en su casa. Allí sucedía todo”, recuerda Carlos. “Tengo la imagen grabada de ocho o diez niños con él en medio. Todos desnudos, todos masturbándonos”, añade Antonio.
El testimonio de las víctimas ilustra el laberinto emocional al que se enfrentan las víctimas y los mecanismos que dejan impunes muchos abusos. El primero, la culpabilidad por el abrupto descubrimiento del sexo. “Te hacía partícipe y cómplice de sus actos. Luego te hacía regalos increíbles, como una cámara Polaroid. No sabías cómo manejarlo”, lamenta Carlos. El segundo, la presión social. “El pueblo lo reverenciaba. Era inimaginable decirlo. Yo mismo lloré el día que se marchó del pueblo”, sigue Antonio. Y si el sórdido secreto amagaba con aflorar, Carreras recurría a la violencia. “Un día me atreví a decirle que se lo podía contar a mis padres. Me pegó un guantazo que me tiró al suelo y me dijo: Explícalo si te atreves”, concluye Carlos. Ninguno ha contado su caso hasta hacerlo ahora este diario.
Los supuestos abusos se sucedieron hasta que un día Carreras desapareció. Nunca se dieron explicaciones claras. “Lo que pasaba debió llegar a oídos del obispo”, aventuran Carlos y Antonio. La pesadilla siguió en su nuevo destino, Calzada de Valdunciel, según cuenta otra víctima a EL PAÍS. También fue párroco en Castellanos de Villiquera hasta que, en 1987, fue trasladado de forma poco clara a Palacios Rubios, Poveda de las Cintas y Villaflores. Pero a los dos años, en 1989, regresó de nuevo a la zona de Calzada, la comarca de la Armuña, aunque a otras localidades aún más pequeñas: Valdunciel, Carbajosa de la Armuña, Naharros de Valdunciel, San Cristóbal de la Cuesta y Mata de la Armuña.
En los archivos también figura que al menos en 1993 era profesor en el colegio Lorenzo Milani de Salamanca. “No tenemos constancia y no vamos a dar información”, responde su directora. En 2004, Carreras fue apartado de las parroquias rurales y nombrado capellán del convento de las Bernardas, en las afueras de Salamanca. Pero su alejamiento fue mayor en 2011, cuando fue enviado al remoto santuario de Valdejimena. Fue justo antes de que aparecieran en la prensa local las denuncias de Miami.
EL PAÍS ha localizado este martes a Carreras: “Se solucionó todo, era todo mentira, depende todo de Estados Unidos, aquí nada”, aseguró en un primer momento. Al revelarle las nuevas acusaciones, ahora ya en Salamanca, reaccionó agresivamente: “¡Son ustedes unos miserables!”. Y salió corriendo.
Si conoce algún caso de abusos sexuales que no haya visto la luz, escríbanos con su denuncia a abusos@elpais.es
“Nos ponía películas porno mientras nos daba Cola Cao”
"Todas las tardes íbamos a su casa unos 10 ó 15 chavales a pasar la tarde", recuerda una víctima que acusa a Francisco Carreras en Calzada de Valdunciel, el pueblo de Salamanca donde este cura llegó en 1983. Entonces esta persona tenía ocho o nueve años. "Aquella casa era un sueño para un chaval. Llena de juguetes, los últimos modelos y los más caros. La primera playstation que vi fue allí, la Atari... Y tenía dulces, galletas. Nos daba dinero del cepillo, 100 pesetas de entonces, muchísimo. Y luego nos empezó a poner películas porno. La primera que vi en mi vida fue allí, nos las ponía mientras nos daba un Cola Cao. Otro día nos enseñó un cajón lleno de revistas porno homosexuales".
La casa, hoy abandonada, estaba a menos de cien metros del cuartel de la Guardia Civil. Presidía el salón una gran bandera de Estados Unidos. El cura contaba incluso que había sido piloto en la guerra de Vietnam. “Un día que un amigo y yo nos quedamos solos con él nos quitó la camiseta y nos empezó a tocar los pezones. Salimos corriendo y no volvimos. Nunca hablamos de ello. Pero no sé qué pasaría con los demás. Algunos hasta se quedaban a dormir en su casa”. Es la segunda vez que esta persona lo ha contado a alguien. La primera fue a un psicólogo, con más de 30 años. “Te deja tocado para siempre, no se me olvidará nunca”, concluye.
En Calzada, de 600 habitantes, reina el silencio. “Aquí todo el mundo lo sabe, pero nadie dice nada”, explica un vecino. Nadie sabe a ciencia cierta que pasó, pero hubo incidentes con Carreras y dejó la parroquia en 1987. “A veces le daban arrebatos. Un día echó de misa a una mujer. Otro día en misa desafió a la gente a que entraran en la sacristía de uno en uno si tenían cojones. Nos quedamos estupefactos”. Este vecino relata que las polémicas fueron sonadas y llegaron a oídos del obispo, porque aparecieron incluso en programas de radio.
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