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MOVIMIENTO ME TOO
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El feminismo hace historia

El Me Too ha permitido que se convierta en político un malestar que se vivía en silencio,

Rosa Cobo
Movilización hasta la puerta del Congreso de Buenos Aires.
Movilización hasta la puerta del Congreso de Buenos Aires.Carlota Ciudad (EFE)

Hace ahora un año que se inició en EE UU el movimiento Me too. Nadie imaginó que se pudiera hacer caer a uno de los productores más poderosos de la industria cinematográfica estadounidense, pero tampoco nadie creyó que la denuncia de las agresiones sexuales de Weinstein pudiera encender la mecha de un movimiento que ha ido creciendo a medida que pasaban los días. El yo te creo se ha ido extendiendo y ha dado nombre a situaciones de abuso en el que muchas mujeres se han sentido reconocidas.

El Me Too ha permitido que se convierta en político un malestar que se vivía en silencio, con vergüenza y culpa. Este movimiento ha espoleado a sociedades patriarcales que miraban hacia otro lado y pensaban que la violencia sexual no formaba parte de la biografía de las mujeres, pero también ha hecho tambalear la impunidad en la que han crecido los agresores sexuales.

Sin embargo, este fenómeno solo puede ser entendido en el marco de un poderoso renacer del movimiento feminista. El Me Too ha acelerado un proceso que se estaba gestando desde hace años y que ha adquirido sentido político gracias al movimiento feminista. Las organizaciones feministas de la sociedad civil, la formación feminista impartida en las universidades y en otros espacios y las políticas de igualdad aplicadas desde distintas administraciones han creado una atmósfera política que ha facilitado el éxito de este movimiento y han contribuido a crear un clima de legitimidad para la vindicación feminista.

Después de tres siglos de luchas hemos iniciado una nueva ola feminista. Y el corazón de esa ola es la lucha contra la violencia sexual. Las agresiones sexuales son una enfermedad de nuestra cultura que el movimiento feminista ha denunciado sin interrupción desde los años setenta. A esas violencias que conocíamos se han añadido otras, esta vez articuladas por el capitalismo. La prostitución se ha convertido en el núcleo de una industria que incluso funciona como estrategia de desarrollo para algunos países. La pornografía, parte fundamental de la industria del sexo, y mecanismo principal de socialización masculina, difunde brutales mensajes de violencia contra las mujeres. Y el fenómeno de los vientres de alquiler se está configurando como una nueva forma de violencia que hace de la explotación reproductiva el eje de un nuevo negocio.

Sabemos que las sociedades patriarcales se han edificado sobre la apropiación masculina de las capacidades sexuales y reproductivas de las mujeres y este mensaje es el que ha calado poderosamente este último año: las mujeres no aceptamos ser propiedad masculina ni mercancía sexual para fines patriarcales y neoliberales.

Rosa Cobo es profesora de Sociología y directora del Centro de Estudios de Género y Feministas de la Universidad de A Coruña.

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