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El obispo que puso a prueba al Papa

Francisco debe enfrentarse a la ostentación y las mentiras del prelado de Limburgo

El obispo de Limburgo, Franz-Peter Tebartz-van Elst, en diciembre.
El obispo de Limburgo, Franz-Peter Tebartz-van Elst, en diciembre. Boris Roessler (EFE)

Una valla metálica bien proporcionada permite asomarse al patio de la sede obispal de Limburgo, pero un grupo de curiosos lamentaba el jueves que ni de puntillas se atisbara “la bañera de 15.000 euros” que se hizo instalar el obispo en la multimillonaria reforma de su residencia. Tras las risas, Klaus Weisbrod y Erich Keller explican bajo la lluvia fina la gravedad de sus bromas: ambos rectores de escuelas superiores estatales son católicos de la diócesis de Limburgo y ambos han estado “pensando seriamente en apostatar” por el escándalo que puso al obispo Franz-Peter Tebartz-van Elst en la picota pública y en el punto de mira de la Fiscalía. Cerrado a cal y canto, el elegante producto de tres años de costosas obras encargadas por Tebartz-van Elst atrae miradas y sarcasmos, a la espera de que el Papa Francisco resuelva el destino de un prelado que pone en entredicho la “Iglesia pobre para los pobres” a la que dice aspirar el Pontífice, guiada por “pastores con olor a oveja en medio de su rebaño”.

Fuentes: Obispado de Limburgo y Der Spiegel.
Fuentes: Obispado de Limburgo y Der Spiegel.HEBER LONGÁS (Fotografía: WOLFGANG RATTAY (REUTERS).)

Más que ovejas, Tebartz-van Elst criaba valiosas carpas japonesas en los estanques de su casa. Para el olor tiene la bañera de 15.000 euros en la zona privada del recinto, situado frente a la catedral de Limburgo sobre el cerro que corona la ciudad medieval. El obispo dijo al principio que la obra costaría 2,5 millones de euros; hace dos semanas admitió que serán más de 30, pero se cree que superará los 40. Además del despilfarro, sobre el prelado pesa la acusación de mentir a la Iglesia y a los fieles en varias ocasiones. En dos de ellas, también al juez. Acusó a unos periodistas de difamarle y negó, bajo juramento, haber admitido un vuelo pastoral a India en clase business. La Fiscalía de Hamburgo ha presentado cargos por perjurio, porque hay una grabación donde lo reconoce. El prelado que quiso dejar una huella indeleble en la arquitectura de Limburgo está a punto de convertirse en el primer obispo con una condena penal en Alemania.

Los fieles lo lamentan. Tras dejar a su madre octogenaria rezando el rosario en la iglesia de Santa Ana, Annette Bausch deploraba el jueves que “nadie deje de dar patadas al obispo, que ya es un hombre caído”. La católica practicante de 44 años explica que estuvo “entre los defensores acérrimos” del prelado, en quien confió hasta hace muy poco. A la pregunta de si desea su regreso al cargo, Bausch se pregunta a su vez “cómo vamos a celebrar la navidad con él”. Mientras, Tebartz-van Elst lleva una semana desaparecido, al parecer refugiado en Roma en espera de la decisión papal sobre su destino.

En el registro de la ciudad, el funcionario Rüdiger Eschhofen, que tramita las apostasías, apunta en un cuaderno el número de católicos a los que viene atendiendo desde hace dos semanas: “Nunca vi nada igual”, explicaba el viernes. La víspera, 34 vecinos de Limburgo renunciaron a la fe católica y, con ello, a contribuir con el 9% de su IRPF a que la Iglesia alemana sea una de las más ricas del mundo, con un patrimonio de 400.000 millones de euros y unos ingresos de 5.200 millones en impuestos en 2012.

Los tejados de pizarra que rematan las abombadas fachadas de entramado dan al casco viejo aires románticos. Arriba, en una especie de réplica a la fortaleza plomiza que domina Limburgo y el río Lahn tras la catedral, despunta la capilla privada de Tebartz-van Elst en medio de su complejo residencial. Estiliza los tejados de dos aguas sin romper el perfil de la ciudad. Dieter Bartetzko, crítico de arquitectura del Frankfurter Allgemeine Zeitung, cree que el conjunto “es de una calidad destacable”, próxima a otras obras que mezclan estructuras actuales con componentes ruinosos, como el Museo Kolumba de Colonia.

Tebartz-van Elst empezó con mal pie en Limburgo. Cuando lo nombraron en 2008 era el obispo más joven de Alemania, pero sus costumbres chocaron con las de su predecesor, Franz Kamphaus, que vivía en un pequeño apartamento en el seminario local, llevaba una cruz de madera como los franciscanos y solía conducir su propio coche. La gran cortesía de Tebartz-van Elst resulta distante y casi afectada. Controla sobremanera sus propios gestos y su presencia física, marcada por un rostro casi lampiño que le hace aparentar menos de sus 53 años. Tiende al boato y su participación en actos litúrgicos es más temida que anhelada porque complica los preparativos.

Tebartz-van Elst criaba valiosas carpas japonesas en los estanques de su casa, donde tenía una bañera de 15.000 euros

Es conservador en lo político y en lo teológico. Se significó como crítico del entonces presidente federal, el democristiano católico Christian Wulff, cuando este dijo, en 2010, que “el Islam es parte de Alemania”. Como Wulff, acusado de cohecho hace dos años, el escándalo de su casa ha hecho de Tebartz-van Elst pasto de críticas despiadadas. Pero su lista de polémicas locales empezó antes. El teólogo Patrick Dehm, que hace unos meses perdió su trabajo al frente de una institución católica de Fráncfort tras criticar al obispo, explica en su casa de Limburgo que el prelado “no tiene capacidad de discusión”. Se comportó, dice, como un “príncipe absolutista”.

El portavoz episcopal Martin Wind denuncia “ataques muy duros” y “rumores grotescos” contra su jefe. Vestido de traje gris y corbata con alfiler, Wind describe ante un café con leche la “hostilidad” de los medios. Algunos sugieren una lucha de poder tras la abdicación de Benedicto XVI. Tebartz-van Elst está en su ámbito ideológico, pero Dehm apunta que el obispo “dejó a la izquierda a los conservadores de la Iglesia local”. El obispo apenas ha encontrado defensores, más allá de los que piden compasión cristiana o reclaman, como el camionero Peter Schleyer, “que termine ya tanta historia”.

La cuestión es quién conocía los gastos de Limburgo. ¿Pudo sustraerse el obispo de los controles vaticanos para despilfarrar el tesoro episcopal, de unos 100 millones de euros? Parece improbable. ¿Cometió irregularidades para obtener liquidez? Muchos en Limburgo creen que sí. Una comisión de la Iglesia empezó el viernes las investigaciones internas, mientras los fiscales estudian si se vulneró la ley. La última palabra será del Papa Francisco, del que millones de católicos quieren saber si su exhortación a la pobreza eclesial traerá consigo otras novedades que zapatos de suela de goma y papamóviles cuatrolatas.

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