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Bicis hasta en los tejados

Ámsterdam busca soluciones ingeniosas para aparcar el vehículo más popular en la ciudad

Isabel Ferrer
Un ciclista pasea cerca de la estación central de Ámsterdam.
Un ciclista pasea cerca de la estación central de Ámsterdam.K. VAN WEEL (REUTERS)

La bici de la abuela, un diseño clásico de uso urbano fabricado con materiales de última generación, está de moda en Holanda. Los chicos la llevan de colores oscuros. Ellas, con grandes cestas y profusión de flores artificiales sujetas al manillar. Con más bicicletas (18 millones) que habitantes (16 millones), es uno de los modelos más visibles en las grandes ciudades de Holanda. En Ámsterdam, que suma 800.000 velocípedos de todas las épocas en el área metropolitana y otros 300.000 en el centro urbano, no son solo la imagen de marca de la capital. Tapizan calles y plazas por falta de espacio y se han convertido en un problema. Buscarle acomodo seguro a las 100.000 que no lo encuentran ahora no es fácil.

La ciudad busca acomodo a las 100.000 bicicletas dispersas por sus calles sin aparcamiento

La ciudad es monumental, con un estrecho cinturón de canales, edificios del Siglo de Oro levantados sobre cimientos de arena y agua y compactos barrios del XIX. El Ayuntamiento lo ha probado todo: grandes recintos de pago en la superficie, subterráneos y barcos adaptados, o bien pequeños puestos callejeros. También, desde luego, los conocidos arcos de acero clavados en el suelo para sujetar la cadena de seguridad. El último grito es un aparcamiento automático en los tejados de las casas. Sí, ahí arriba.

La idea parece sacada de un libro de inventos peculiares, pero ha sido patentada con éxito por la empresa local de ingeniería Velominck. Su propietario, Lo Minck, ha jugado con las bicis como con su nombre propio, y su almacén mecanizado dispone de un ascensor que llega hasta cuatro pisos de altura. No precisa guardas de seguridad, y el usuario abre y cierra la puerta con su tarjeta personal de transporte para evitar errores en la recogida.

Instalada ya en su modalidad subterránea junto a la estación de trenes de Ámsterdam, la ciudad alemana de Münster tiene una versión adaptada a la fachada de un edificio. “El conductor no entra con la bici en la instalación. Solo encaja el vehículo en un raíl para que esta pueda subir en el ascensor sujeta a un brazo robótico. Una vez arriba, es colgada en un bastidor junto con otras 50”, según Coen Verwer, portavoz de la firma. Cuando el dueño regresa, usa de nuevo la tarjeta y espera a que su bici baje por el mismo canal. Un ejercicio limpio y preciso.

Almacén mecanizado de bicicletas con un ascensor.
Almacén mecanizado de bicicletas con un ascensor.

La visión de las bicis balanceándose y girando en un colgador rodeado de paredes transparentes resulta cuando menos curiosa. En Ámsterdam no sorprende. Más del 75% de sus residentes mayores de 12 años tienen una; un 37% del total de desplazamientos urbanos es realizado sobre ellas, y hay más 400 kilómetros de carriles adaptados. Lo esencial es aquí cotidiano. Le faltan ideas innovadoras. Si no, sus aceras y plazas emblemáticas, como la céntrica Dam, y la de Leidseplein, en la ruta de los museos, seguirán presas de las redes tejidas por miles de bicicletas amontonadas.

“Velominck es uno de los planes que baraja el Consistorio. No sirve para la zona antigua. En los inmuebles más modernos y semimonumentales sí se puede probar. Las bicis son el método más sano de transporte, pero no podemos criticar al ciclista por aparcar sin control. Debemos darle sitios adecuados para ello”, señalan en la Oficina de Ingenieros de la capital, el servicio municipal encargado del aparcamiento de biciclos. “En Japón hay un modelo robotizado. En Barcelona, uno subterráneo firmado por Biceberg. El de Velominck solo se ha probado dos veces en el mundo: en el subsuelo de Ámsterdam y en Alemania. El usuario quiere dejar la bici cerca de su destino y tenemos que actuar lo antes posible. Hay rincones en la capital con cuatro o cinco veces más bicis que sitio para ponerlas”, añaden los ingenieros.

En Utrecht, un plan piloto calentará los carriles-bici en invierno para que no se hielen y evitar así accidentes

Aparcarlas puede ser un reto, pero la innovación asociada a las bicicletas muestra su vigor en otras áreas del mercado. El 60% de los holandeses la usa al menos tres veces por semana. Un 80%, como mínimo una vez. Hay accidentes, como en todas partes. En los últimos años, sobre todo con niños y adolescentes que hablan por teléfono. Pero la filosofía nacional es considerar peligrosos a coches y conductores, no a los ciclistas. Teniendo en cuenta que la bicicleta es unas 140 veces más sostenible como medio de transporte (en relación con la emisión de gases de efecto invernadero) y que el invierno es largo y riguroso, dejarla en casa es una pena cuando aprieta el frío. Para evitarlo, hay en marcha un ensayo aún más llamativo que el de los aparcamientos elevados. Se trata de calentar los carriles bicis para derretir el hielo y repeler la nieve. A punto de probarse en Utrecht y Zutphen, en el centro y este del país, respectivamente, por el grupo de ingeniería civil Tauw, incluye un concepto igualmente innovador: los colectores de asfalto.

El sistema es similar al utilizado para ahorrar energía bajo el suelo de grandes edificios. Bajo los pasos de bicis, tuberías de agua recogen el calor en verano y lo liberan en invierno para calentar el asfalto. El método tradicional para evitar patinazos o derrapar al manillar consiste en echar sal gruesa al suelo. Resulta caro y siempre hay problemas de escasez si las temperaturas bajan demasiado. “El hielo causa hasta un 10% de los accidentes de bici. Calentar los carriles costaría entre 30.000 y 40.000 euros por kilómetro, más o menos como asfaltarlos de nuevo”, aseguran en Tauw. La poderosa Federación Ciclista y la Asociación Conducción Segura calculan que así habrá unos 7.000 accidentes menos por culpa del hielo invernal. En plena crisis, las reacciones no se han hecho esperar. Los partidarios están entusiasmados de seguir al pedal contra los elementos. Plantarle cara a la naturaleza es, al cabo, una de las señas de identidad nacional. Para los escépticos, el gasto es excesivo. “Será una broma, ¿apagan las luces en las autopistas nacionales para ahorrar y vamos a calentar carriles bici?”, ha sido la queja más repetida.

Sorprendentemente, ninguna agrupación holandesa aboga por introducir el casco obligatorio, al menos para los menores ciclistas. Con el pragmatismo que caracteriza al ciudadano holandés medio, sostienen que reduciría el uso general de bicicletas porque no es tradición llevarlo. Y eso que, entre 2006 y 2010, un promedio de 14.000 niños (de 4 a 12 años) recibieron atención médica tras una caída. Y la mayoría de los 2.000 que acabaron en el hospital sufrieron conmociones cerebrales de diverso grado. Una paradoja intocable en la tierra de las bicis, que se usan desde el parvulario y hasta el final, cuando ya casi no se puede caminar.

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