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LA MUERTE DE NEIL ARMSTRONG
Tribuna
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El control del riesgo

Importa mucho educar en valores como la decisión o el arrojo y capacidades como el dominio de sí mismo. En algunos terrenos de la innovación pueden ser tanto o más importantes que los conocimientos

Homenaje frente al busto de Armstrong en la Universidad de Purdue (Indiana)
Homenaje frente al busto de Armstrong en la Universidad de Purdue (Indiana)Brent Drinkut (AP)

Mis pensamientos tras el fallecimiento de Neil Armstrong discurren hacia claves personales. Las imágenes de televisión que en una noche de mi adolescencia quedaron grabadas en la memoria, de un hombre bajando una escalera y dando saltitos por la Luna, no se por qué motivos pertenecían de hecho al conjunto de recuerdos de ficción. Pero un día tomaron realidad a través de la palabra.

Recuerdo cuando en 1999 fui invitado a asistir a la inauguración de la nueva sede del COSI (Center of Science and Industry de Columbus, en Ohio), en un acto cuyo protagonista era un veterano astronauta, el pionero John Glenn, y pude saber que a la única persona que envidiaba en el mundo era a su amigo Neil Armstrong, por haber sido el primero en pisar la Luna treinta años antes. Armstrong existía.

Aquel museo interactivo, con nueva sede en un edificio diseñado por Arata Isozaki y con divertida señalización interior de Javier Mariscal, estaba concebido y dirigido por la geóloga Kathy Sullivan. Recuerdo el desconcierto que me ocasionó cuando durante la cena de recepción se me ocurrió preguntarle si conocía España, y con una sonrisa ella me respondió que solo la “había visto de lejos”. Fue así como aprendí que aquella activa directora era en realidad también astronauta, y había salido al espacio en tres ocasiones.

El museo llevaba su sello personal. Al lado de un precioso péndulo de Foucault y de salas con temáticas más o menos predecibles y académicas, me llamó la atención en particular un espacio que estaba dedicado a la aventura. En él se ofrecía la posibilidad de acometer a nivel individual distintos tipos de “retos” que definían una alternativa de circuitos: escaleras con peldaños basculantes, suelos con blandura y flexibilidad impredecible, cuevas estrechas a recorrer a oscuras donde era posible encontrarse a alguien en dirección opuesta y más de una veintena de situaciones en donde la única información previa –a veces- era ver lo que hacían los demás.

Evidentemente no pude menos que comentar con ella la fascinación que me había producido ver aquella sala en un museo de ciencias. Nuestra conversación tocó también las fronteras entre los museos, los circos, los parques de atracciones y otras alternativas de ocio. Ella subrayó –sin duda afirmada por la experiencia propia- la importancia de la educación en valores como la decisión o el arrojo y capacidades como la del dominio de sí mismo y el control del riesgo para muchas tareas. En algunos terrenos de la innovación pueden ser tanto o más importantes que los conocimientos científicos. Y por ello tenían cabida en aquel museo.

Ahora leo que John Glenn comentó en una entrevista que a Neil Armstrong le quedaban entre 15 y 35 segundos de combustible cuando posó el módulo lunar sobre la superficie de nuestro satélite el 20 de julio de 1969. Inevitablemente hube de volver a pensar que aquel hombre tuvo una educación donde eran necesarias más dotes que los puros conocimientos en ingeniería aeronáutica.

Ramón Núñez Centella es director del MUNCYT (Museo Nacional de Ciencia y Tecnología)

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