Campus grandes ¿para qué?
Distintos países europeos han optado por la fusión de universidades para aprovechar recursos y ser más competitivos La propuesta irrumpe en España, pero halla resistencias El tamaño, frente a la necesaria especialización
¿Es mejor ser una universidad pequeña, como Stanford, en Estados Unidos, o una inmensa, como la UNAM de México o una entre medias como la Universidad de Barcelona? ¿Es mejor que un país tenga muchas o pocas universidades? ¿Deben unirse o especializarse para ser mejores? La globalización trajo consigo una enorme competencia entre los campus de todo el mundo, y ello propició a su vez la llegada de los famosos ranking.Y todo ello, un enconado debate en los países del Viejo Continente sobre si sus universidades se habían quedado viejas, fuera de juego, pues no tenían representación en los puestos de cabeza de esas clasificaciones. Se está replanteando la misión de la universidad, su relación con las empresas y su entorno, su financiación, su modo de gobernarse...
El modelo francés: la competición
En Francia, los ranking universidades fueron un duro golpe, un toque de atención, coinciden numerosos responsables universitarios del país galo. Así, el objetivo del Gobierno es hacer campus capaces de competir en esas clasificaciones mundiales.
Estos nacerán de unir fuerzas entre universidades (que en Francia, desde los años sesenta, son muy pequeñas, a veces, como una sola facultad española) y grandes écoles, las elitistas escuelas superiores que siempre han formado a las clases dirigentes francesas. Hay dos fusiones pioneras, la Universidad de Estrasburgo (se unieron en 2009 tres universidades, varias grandes écoles, y un hospital) y la Universidad de la Ciencias y la Letras de París (se han unido 13 instituciones) y Burdeos (siete). Y otras están en camino.
Hasta aquí, tampoco debería sorprender mucho en España, pues los campus ya tienen en su mayoría esas características de universidad comprehensiva y diversificada que ahora buscan los franceses, de hecho, en exceso. El megacampus de Estrasburgo tendrá 60.000 estudiantes, los mismo que ya tiene Sevilla y unos 10.000 menos de los que tiene la Complutense.
Sí es distinto que en las nuevas fusiones se incluyan los organismos públicos de investigación. Para empezar, el CNRS, el equivalente al español Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). La mayor parte de sus investigadores están ya integrados en las universidades, en proyectos conjuntos. La duda ahora es si el CNRS sobrevivirá como institución independiente.
Hablando con rectores y directores de grandes écoles e institutos de investigación, se encuentran algunos recelos y dudas (el Gobierno francés y varias instituciones invitaron a finales de septiembre a una treintena de periodistas, entre los que estaba EL PAÍS, a conocer la reforma). Pero da la impresión de que nadie quiere perder el tren de un cambio que la mayoría ve necesario, a las universidades les va la vida en ello, si no quieren quedarse descolgadas.
El plan del Gobierno francés es crear varias ligas de universidades, la primera división, con cinco o siete universidades capaces de competir con las mejores de todo el mundo; la segunda, con otras 15 o 20 grandes campus con amplia oferta que sean muy buenos dentro de Francia y Europa; y la tercera, con universidades regionales que deberían buscar la especialización.
Guiarán la reforma a base de dinero: destinarán en los próximos años, a pesar de la crisis, unos 20.000 millones de euros extra a universidades e investigación, repartidos en distintos programas competitivos entre los que están la Iniciativa de Excelencia, con 7.700 millones. Las fusiones de Estrasburgo, París y Burdeos han nacido a partir de proyectos de los campus de excelencia similar al que está en marcha en España, pero con más dinero y repartido entre menos campus.
Y en ese contexto, las fusiones de universidades han sido una opción que han llevado a cabo muchos países europeos para aprovechar mejor unos recursos -quizá excesivamente atomizados y con dificultades para relacionarse entre ellos- y sumar. Ese debate de las integraciones lleva muchos años latente en España, donde durante muchos años se crearon universidades públicas, más por razones políticas que por necesidades educativas, hasta llegar al mapa actual: 50 universidades públicas, 47 de ellas presenciales (con 154 campus) a las que se le suman otras 28 universidades privadas con 69 sedes. Muchos especialistas y responsables universitarios rechazan que haya muchas universidades, pero a la vez admiten que son demasiado iguales.
"Todo el mundo preconiza la necesidad de reestructurar el sistema universitario español, como ocurre con el sistema financiero. Algunas universidades viven una auténtica agonía por exceso de costes (personal, gastos corrientes) y falta de ingresos (matrículas a precios modestos y usuarios en disminución) [...] Dar un paso más sobre las colaboraciones ya existentes y diseñar el camino para una vinculación posterior de mayor alcance que conduzca a una auténtica integración. No creo que eso sea malo y, por lo tanto, no debería asustar a nadie", escribía hace algo más de un año el exrector de la Universidad Complutense Rafael Puyol, hoy uno de los responsables del Instituto de Empresa.
Pero la mayoría de campus españoles han rechazado sistemáticamente la idea de fusionarse con otros. Y este tiene que ser un proceso voluntario, de convencimientos, como señaló Rolf Tarrach, rector de la Universidad de Luxemburgo y uno de los expertos internacionales que ha confeccionado un informe para el Ministerio de Educación sobre su estrategia universitaria. En él, entre otras cosas, recomendaban la fusión de algunas universidades.
Con ese informe y, sobre todo, con la normativa que prepara el ministerio en el último suspiro de la legislatura para darles cobertura legal, el debate de las fusiones renace ahora con fuerza. Sin embargo, sigue habiendo muchas reticencias. Para empezar, de los responsables universitarios, que no tienen en estos momentos esa idea en la cabeza, dice rectora de la Universidad de Málaga, Adelaida de la Calle, recién elegida el pasado miércoles presidenta de la Conferencia de Rectores Españoles (CRUE). De la calle habla de otro tipo de relaciones y colaboraciones, pero descarta la integración total y no cree que sobren universidades, desde luego, no en Andalucía: "Estamos las justas y tampoco hacen falta más".
Esos otros tipos de colaboración también se facilitarán con el decreto que prepara el ministerio -aunque queda poco tiempo de legislatura, Educación intentará aprobarlo-. Por ejemplo, la creación de departamentos interuniversitarios, institutos de investigación conjuntos o convenios de colaboración para compartir personal.
Al experto en políticas universitarias José Ginés Mora le parecen las fusiones una malísima idea surgida como reacción a las clasificaciones internacionales, pues cree que el mejor modelo, el más competitivo, es el de universidades mediadas o pequeñas. "Si eres grande sales en la foto. La Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) o la Universidad de Buenos Aires [ambas de dimensiones enormes] eran consideradas horrorosas, pero ahora han pasado a ser buenas porque aparecen en esos ranking", dice. La UNAM está entre los puestos 150 y 200 del mundo en la clasificación de la Universidad de Shanghái, por encima de cualquiera de las españolas. También está por encima en el otro ranking más famoso, el del Times Higher Education.
Algunos expertos comparan el proceso con el de las cajas de ahorros
Muchos expertos han advertido de los peligros de hacer de estas clasificaciones (que se han cuestionado por cómo y qué miden en realidad) el objetivo de las políticas universitarias. El ministro de Educación, Ángel Gabilondo, previno en la presentación del informe del comité de expertos contra quienes se toman los ranking como dogmas de fe, pero también contra quienes los descartan sin más y no les dan ninguna importancia. El hecho es que, con todos sus defectos, se han convertido en un referente en el contexto de la competencia mundial.
"Las fusiones per se no tienen por qué ser buenas, pero puede ser recomendable hacer algo así en España para conseguir una mayor visibilidad de nuestro sistema", pero con objetivos claros, dice la profesora de Economía Aplicada de la Autónoma de Madrid Carmen Pérez Esparrells. "Se podría plantear una fusión regional (como se diseñó en el Libro Blanco de la Universidad Catalana), una fusión fría (como se ha producido recientemente en las cajas de ahorros españolas, donde los socios no pertenecen en muchos casos a la misma autonomía)", pone Esparrells como ejemplo, y añade que pueden ser el resultado de colaboraciones que ya existen, como las surgidas en torno a los Campus de Excelencia Internacional, un programa con el que el Gobierno ha repartido financiación extra a proyectos conjuntos entre universidades, institutos de investigación, empresas, etcétera.
El camino ya lo han abierto las universidades de países como Alemania, Bélgica, Suecia, Francia... En Finlandia, el número de universidades ha bajado de 20 a 15. En Dinamarca, de 25 instituciones se ha pasado a ocho universidades y tres institutos de investigación. Para el ministro francés de Universidades e Investigación, Laurent Wauquiez, "85 son muchas universidades", es decir, está convencido de que en su país hay demasiadas universidades.
Los rectores dicen que prefieren vías de colaboración menos profunda
Pero precisamente el miedo que aún queda latente en esos países con las fusiones es que esas nuevas universidades "sean aun más difíciles de manejar y que se pierda mucha energía en integrar instituciones con culturas bastante diferentes en una sola entidad, con todos los problemas vinculados como la eliminación de puestos que antes existían en cada universidad y ahora se reducen a uno solo", explica el experto francés en universidades Guy Haug. "Francamente, en España me parecen más urgente e importante la reforma curricular y metodológica que la agrupación de universidades", añade.
"Estamos muy bien dimensionados en el mapa. [En Andalucía] no hay excesos de universidades como puede ocurrir en otras comunidades", insiste la rectora de Málaga, Adelaida de la Calle. "Fusionar centros puede tener sentido en otras comunidades del país en las que se ha creado una universidad por cada capital de provincia sin que haya suficiente población para ello", opina por su parte el rector de la Universidad de Barcelona, Didac Ramírez, sin mencionar ninguna autonomía concreta, aunque Andalucía es una de las que tiene una universidad por provincia. El rector considera que la optimización del mapa universitario catalán pasa por un mejor aprovechamiento de los recursos de cada centro, pero sin fusiones de por medio. "Sí sería necesario evitar duplicaciones de algunas titulaciones que ahora se dan entre distintas universidades, pero eso ya es otro tema", señaló.
Así, el otro camino de futuro que se abre es el de la especialización, camino que también busca abrir el proyecto de campus de excelencia. Sin embargo, también parece muy difícil ese camino en España. Un ejemplo es el que mencionaba el rector Ramírez, el del exceso de oferta de titulaciones. Por mucho que se ha repetido en los últimos años que hay demasiadas, que los campus deberían repartirse solo en unos pocos las carreras con menos alumnos, la oferta se sigue multiplicando en lugar de reducirse porque nadie quiere renunciar.
Para el catedrático de la Universidad de Barcelona Joaquim Prats, las fusiones "políticamente son muy complicadas", precisamente porque significan siempre que alguien tiene que renunciar a algo y la mayoría no están dispuestos.
Con información de Manuel Planelles y Ferrán Balsells
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.