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Retos y deudas: niñas y mujeres gitanas ante la educación

Parece que por fin los grandes gurús que perfilan el futuro de las sociedades modernas han convenido en reconocer la formación y el conocimiento como el gran talismán, no garante, pero sí necesario, para que ciudadanas y ciudadanos de la incipiente sociedad del conocimiento opten por mantener los niveles de bienestar conquistados en el siglo XX, anhelantes de que el talismán esconda propiedades incluso para incrementarlos.

Resaltar el papel a jugar por la educación en la construcción de un futuro deseablemente mejor no es ninguna novedad, pero concebir esa educación en términos de formación y conocimiento es un giro hacia la ductilidad, la apertura y la amplitud de miras, entendiendo el aprendizaje desde un enfoque permanente, a lo largo de la vida de las personas, y no circunscrito en exclusiva a los beneficios que pueden reportar los sistemas educativos actuales. Los marcos de cualificaciones europeo y nacionales, y el reconocimiento del aprendizaje en entornos no formales e informales, son solo algunas de las señales de esa ductilidad y flexibilización hacia las que caminan los sistemas educativos.

Desde estos parámetros de cambio parece obvio plantear que el principal reto al que se enfrenta la educación es que ascienda la cantidad y la calidad de la formación que acumulan en su haber todos y cada uno de los ciudadanos, siendo este, sin duda, un irrenunciable horizonte de futuro, ya que el fracaso de unos pocos puede poner en compromiso el éxito de todos... Pero ¿cómo encajamos en él a aquellos de nuestros chicos y chicas que a duras penas escolarizamos en los niveles obligatorios de enseñanza y que no transitan con fluidez de la educación Primaria a la Secundaria Obligatoria (ESO)? Dentro de este grupo de alumnos, de atención prioritaria, sin duda los niños y niñas gitanas merecen una mirada especial por las enormes tasas de abandono de la escolaridad obligatoria que presentan, estimándose que un 80% del alumnado gitano que comienza 1º de la ESO abandona esta etapa antes de finalizar el último curso. Y, aguzando más la mirada, encontramos un colectivo particularmente alejado de la educación y, a la vez, potencialmente muy sensible a ella: las niñas y mujeres gitanas. Así, según los datos (estimaciones a partir de muestra) que arrojan diferentes estudios publicados recientemente por el Ministerio de Educación, en colaboración con el Instituto de la Mujer y realizados por la Fundación Secretariado Gitano (Colección de estudios "Mujeres en la Educación, nº 9 y 13, 2006 y 2010 respectivamente), las niñas gitanas obtienen resultados significativamente mejores que los niños gitanos al acabar la educación Primaria, son menos disruptivas, están más motivadas por los estudios y asumen en mayor medida la responsabilidad de las tareas y el respeto de las normas. Frente a este escenario, potencialmente favorecedor de su tránsito a la Secundaria, las preadolescentes gitanas se escolarizan en 1º de la ESO en mucha menor proporción que los alumnos gitanos (39,3% frente a 60,7%). Sin embargo, a pesar de que hay menos chicas que chicos gitanos que inician la etapa de Secundaria, ellos abandonan esta etapa una vez iniciada en mayor medida, mientras que las chicas que han entrado tienden a permanecer. De esta manera, en 4º de la ESO se invierten las cifras y el porcentaje de chicas gitanas (63,4%%) casi dobla al de chicos (36,6%).

A la luz de los datos tal vez convenga reconsiderar el término reto y nombrar la tarea en términos de deuda. Deuda que, en el caso de la educación del alumnado gitano, nos podría llevar a aquilatar aún más el término y hablar de deuda histórica, a tenor de los resultados obtenidos a lo largo de décadas.

Afortunadamente este panorama, nada halagüeño a primera vista, está cambiando gradualmente, sobre todo en educación Primaria, donde en la actualidad un 93,2% del alumnado gitano se escolariza en España a los seis años o antes. Así, el escenario que ofrecen los datos puede leerse en clave de potencialidades más que de resultados inmediatos. Y es ahí, en la orilla de las potencialidades donde las niñas y mujeres gitanas tienen su propio motor para el cambio. Personalmente estoy convencida de que merece la pena el esfuerzo y, desde luego, merece la pena seguir de cerca los resultados a medio plazo.

Hace unos meses compartía una mesa redonda con expertos y expertas en la materia. A mi lado se sentaba una mujer...joven, feminista, universitaria y gitana... y, créanme, se palpaba la fuerza del talismán que portan.

Montserrat Grañeras Pastrana es Jefa del Área de Estudios e Investigación del IFIIE (Ministerio de Educación)

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