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Un mundial poco verde

A pesar de la inversión en transporte urbano y estadios de fútbol eficientes, el fútbol dispará el CO² en Sudáfrica

Ser anfitrión del Mundial de Fútbol va a tener un peaje enorme. Al menos medioambientalmente: la emisión de dióxido de carbono producida por el evento se ha calculado en 2,7 millones de toneladas, nueve veces más que el Mundial de Alemania en 2006 y el doble que los Juegos Olímpicos en China. Buena responsabilidad de ello recae en los vuelos internacionales para llegar al país (un 65%), los vuelos internos de los seguidores a las distintas ciudades (un 17%) y el aumento en consumo eléctrico en hoteles y restaurantes (un 13%). Pese a que buena parte de los estadios reúnen medidas para la reducción de emisiones (pueden ser alimentados con energía eólica, recogen agua de lluvia o han sido diseñados para disponer de ventilación natural) y se han dispuesto medios de transporte urbanos eficientes en algunas ciudades, esto solo supone un 6% de las emisiones domésticas. La compensación de las emisiones locales podría costar entre 6,8 y 12 millones de dólares, de acuerdo con la Climate Neutral Network de la UNEP (la agencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), mientras que el doble sería necesario para cubrir las emisiones por los vuelos internacionales.

La UNEP ha llamado a selecciones nacionales y patrocinadores a que se sumen a proyectos de compensación ambiental y a que los seguidores "se conviertan en parte de la solución y no en parte del problema", de acuerdo con Achim Steiner, director de la UNEP. El Fondo Mundial del Medio Ambiente apoya la iniciativa del pasaporte verde, en el que se brindará información a los seguidores del torneo sobre cómo viajar de forma sostenible y contribuirá en inversiones en transporte público, reciclado y plantado de árboles.

Así, por ejemplo, Johanesburgo (una de las ciudades con más árboles del mundo, pero solo en sus barrios del norte), plantará más de 300.000 árboles en Soweto y limpiará la zona del río Klipspruit (muy contaminado) para convertirlo en un pulmón verde. El estadio de Soccer City (cuyo uso de energía solar o eólica se plantea para después del Mundial) será irrigado con agua de lluvia, y la ciudad, en plena zona minera, negociará con las empresas mineras proyectos para restablecer el subsuelo en minas abandonadas o vertederos usados por la industria extractora. La ciudad ha instalado un sistema de transporte con buses alimentados con diésel bajo en sulfuros. Este sistema también funciona en Ciudad del Cabo, cuyo nuevo estadio recogerá agua de lluvia, su techo puede ser reemplazado por paneles solares y alimentado gracias al contrato que la ciudad ha firmado con la planta eólica de la población vecina de Darling. Similares características tienen los estadios de Durban (construido en parte con material del viejo estadio derruído) y Port Elizabeth.

Pero no es suficiente. El impacto es enorme y "los proyectos de las ciudades, muy pequeños", se lamenta Anton Cartwright, fundador de PACE (Promoting Access to Carbon Equity).

Cartwright considera que la FIFA debería designar las sedes de sus mundiales de acuerdo con los proyectos ambientales de los países para lograr un impacto cero, "pero eso sería en un mundo ideal". Por el contrario, "la FIFA ha impuesto condiciones en muchas de las ciudades que han hecho aumentar el impacto, como la construcción de nuevos estadios", añade.

De acuerdo con Cartwright, el coste de equilibrar el impacto sería de 200 millones de euros, "una cifra pequeña si se compara con los beneficios que va a obtener la FIFA". El economista se lamenta de que Sudáfrica no haya situado el medio ambiente como prioridad, "una oportunidad perdida para decir al mundo: mirar, es posible".

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