Momento de valientes
Algo más de cuatro años han transcurrido desde la publicación en este mismo foro del artículo "afanes de una ciencia enmudecida: la Conservación". En ese escrito se reconocía el carácter científico para esa disciplina y se reivindicaba la organización unitaria de los estudios en un ámbito universitario. La reciente publicación del Real Decreto 1614/2009, de 26 de octubre, por el que se establece la ordenación de las enseñanzas artísticas superiores reguladas por la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación recuerda aquellas reivindicaciones no atendidas y renueva la necesidad de mantener abierto el debate sobre el futuro de la Conservación Restauración en España.
Los conservadores se ocupan de garantizar la preservación de los bienes culturales tangibles mediante la intervención en su estructura material, ya sea actuando directamente sobre ella (conservación activa), ya sobre el ambiente que le rodea (conservación preventiva). Esa responsabilidad abarca tanto objetos muebles como inmuebles, en cuyo caso el encargo puede y debe ser compartido con los arquitectos. En paralelo a esa responsabilidad, la faceta más publicitada de la profesión -la Restauración-, abarca las acciones tendentes a mejorar la legibilidad de los objetos, mutilados en su integridad cultural como consecuencia de la degradación material.
La discusión teórica sostenida en los últimos decenios ha venido a consolidar la preeminencia de la Conservación como eje disciplinario, transformándose la Restauración en una expresión secundaria pero bien reconocible: una vez garantizada la preservación, se podrá abordar la recuperación parcial del contenido inmaterial degradado. Aunque la discusión todavía persiste en los países del sur de Europa, se trata de un cambio paradigmático bien consolidado a nivel europeo, que se refleja en documentos elaborados tanto desde la academia (Encore) como desde ámbitos profesionales (ECCO; ICOM-CC, etc.). La resolución aceptada por los miembros del ICOM-CC durante la XVa Conferencia Trianual en 2008, en Nueva Delhi, zanja el tema especificando que la terminología correcta es la denominación de conservadores para este colectivo profesional.
Toda esta precisión terminológica resulta necesaria porque esconde reflexiones más sutiles: en tanto que restauradores dominamos una serie de técnicas y habilidades en las que efectivamente nos reconocemos. Sin embargo la actividad conservadora trasciende esa faceta estrictamente técnica y configura un auténtico protocolo científico en cada intervención, cuyo método característico es el diagnóstico. En frecuente colaboración con otros científicos, el conservador debe abordar un profundo conocimiento del objeto y de los agentes que interaccionan con él, estimando qué procesos permanecen activos y proponiendo acciones correctoras.
La adjudicación de ese carácter científico constituye el soporte teórico sobre el cual desenvolver un análisis crítico de los estudios de Conservación en España y reclamar una organización académica unitaria y universitaria. Los argumentos esgrimidos en 2005 permanecen vigentes, especialmente aquellos que contienen matices profesionales: la existencia de los mismos estudios dentro y fuera de la Universidad produce la devastación de la cohesión profesional, debilita las estructuras asociativas y colegiales y, como consecuencia, favorece el intrusismo y la ausencia de regulación jurídica de la actividad profesional. En paralelo a lo anterior se pueden esgrimir un buen número de argumentos de carácter académico, como la justa reclamación de las mismas oportunidades que las ofrecidas al mundo universitario para alumnado y profesorado (recursos, movilidad, becas, permeabilidad horizontal y vertical, etc.). Finalmente, resulta preocupante la inexistencia de mecanismos y estímulos para la investigación en un ámbito necesitado de vigorosa generación de conocimiento.
Cuatro años después de esas reclamaciones, el Ministerio de Educación propone un Real Decreto ampliamente publicitado como la solución a los problemas de las Enseñanzas Artísticas que continúa manteniéndolas fuera de la Universidad aunque como estudios superiores. La acogida de esta norma en los ámbitos de las Enseñanzas Artísticas ha sido diversa, particularmente discutida desde el mundo de la Música (CEEAASS) y desde luego muy escéptica desde la Conservación. En general, el texto parece ignorar el núcleo esencial de las directrices emanadas en la Declaración de Bolonia, que reclama criterios como la simplicidad, homogeneidad, contrastación y homologación en el diseño de los estudios superiores en Europa. La maraña jurídica creada para organizar las Enseñanzas Artísticas Superiores deja sin resolver asuntos tan esenciales como la verificación de los planes de estudio, la transferencia de créditos, los sistemas evaluación de la calidad o los estudios de doctorado. Y justifica nuestro lícito escepticismo, decepción y desánimo.
Y no obstante deben reconocerse elementos positivos, entre los que conviene destacar la conquista del nivel de grado, la organización de estudios de master y la regulación del Suplemento Europeo al Título. Sin embargo, la falta de referencia a un procedimiento de acreditación oficial para los estudios de grado pone en duda la trascendencia de esas nuevas denominaciones. La inexistencia de un proceso de verificación objetivo y contrastado elimina la posibilidad de reconocimiento de créditos en el ámbito internacional y cercena las posibilidades de movilidad para el alumnado. Más aún, buena parte del detalle normativo (transferencia de créditos, evaluación de la calidad, etc.) se confía con tenaz voluntarismo a regulaciones posteriores a cargo de unas Administraciones educativas generalmente enfrascadas en problemas más agudos que los planteados por este pequeño grupo profesional. Entendemos esas fórmulas como frases hechas que tranquilizan la conciencia del legislador pero que no suponen el desenvolvimiento de medidas concretas. Por poner un ejemplo, la disposición adicional quinta del Decreto (los centros de superiores de enseñanzas artísticas fomentarán programas de investigación en el ámbito de las disciplinas que les son propias) reproduce una fórmula antigua, ya ofrecida en 1995 (LOPEG, disposición adicional cuarta) y en 2006 (LOE, artículo 58.6) y que jamás ha sido desarrollada.
Sin embargo y renovado con nuevos matices, persiste el mayor de los problemas de la disciplina en España: el mantenimiento de una doble estructura académica, dentro y fuera de la Universidad. En efecto y como ya hizo la LOE, el Real Decreto desdeña la existencia de profesores y grupos de investigación universitarios en la disciplina de la Conservación, limitando su campo de intervención al master y doctorado y configurando un esquema piramidal muy singular: las Escuelas Superiores de Conservación formarán a la infantería mientras la Universidad se limitará a pulir a los generales. Esa brillante estructura fomenta la fuga de los mejores recursos desde las Enseñanzas Artísticas hacia la Universidad: los proyectos de I+D, los recursos económicos y -sobre todo- el alumnado se desplazará necesariamente en esa dirección. Siendo negativo todo ello, puede configurarse un escenario más negativo, dado que la Universidad no renunciará a impartir también un Grado en Conservación que la ANECA ya ha autorizado en algún caso. Se mantienen así dos estructuras académicas paralelas con titulaciones similares pero con distintas oportunidades de promoción para sus respectivos alumnados. Ese contexto de enfrentamiento competitivo entre estructuras académicas al que asistiremos en los próximos tiempos lo hemos padecido, es lamentable para la profesión y debe ser combatido enérgicamente. La duplicidad de títulos académicos y la incompatibilidad de los planes de estudio no parecen responder al espíritu de la Declaración de Bolonia.
Exponer a una disciplina y su actividad profesional a semejantes tensiones tiene que tener una justificación razonable. Deben existir razones poderosas que mantienen a la Conservación fuera de la Universidad y enfrentada a ella; deben explicarse los motivos que justifican su alejamiento del ámbito natural de la educación superior, cuando es la opción más frecuente en el resto de Europa. Necesitamos comprender por qué otras profesiones asimismo asociadas al patrimonio cultural -algunas netamente artísticas- son indiscutiblemente universitarias (las Bellas Artes, la Arquitectura, la Historia, la Historia del Arte, la Química, etc.), mientras la Conservación se mantiene firmemente alejada. Sin intentar clarificar los responsables de una propuesta tan insatisfactoria, resulta evidente que para la redacción de este Decreto no se ha escuchado la voz de la profesión, muy nítida y homogénea a favor de una opción única universitaria incluida en el Espacio Europeo de Enseñanzas Superiores (EEES).
Tenemos la íntima convicción de que la razón última se encuentra en la incapacidad de las Escuelas Superiores y la Universidad para presentar al Ministerio de Educación un proyecto consensuado. Probablemente se hayan impuesto los argumentos excluyentes, en los que cada cual se reconoce como el interlocutor principal e imprescindible. Habiendo fallado la academia, es el momento de que la profesión tome la iniciativa. Retomando las recientes palabras de Antoine Gallimard en su defensa de Antonio Tabucchi, creemos que "las democracias necesitan individuos libres, valientes, indisciplinados, creativos. Que se atrevan, que provoquen, que molesten...". Pues bien, ha llegado el momento de esos personajes, aquellos que desde la realidad de su trabajo expliquen a las autoridades educativas cuáles son las necesidades estructurales de la disciplina y promuevan una solución para el futuro, permanente y definitiva. Es el momento en que desde el ámbito profesional se haga llegar a las autoridades un mensaje unitario, clarificador y rotundo sobre lo que se estima conveniente para una actividad devastada por eternas discusiones. Desde esta solemne tribuna se lanza un reto.
Fernando Carrera Ramírez es profesor de la Escola Superior de Conservación e Restauración de Bens Culturais de Galicia ymiembro de la Asociación de Conservadores Restauradores de Bens Culturais de Galicia.
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