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Un país contra los calores

Cuatro iniciativas verdes extendidas en Dinamarca que reflejan por qué el país se sitúa a la vanguardia en la lucha contra el cambio climático

Dinamarca, ese pico entrando en el mar, es el pico verde de Europa. Y no sólo por los molinos de viento que le sacan la lengua al petróleo (el 20% de la energía que consume el país viene de turbinas eólicas). Aquí van cuatro de las iniciativas más innovadoras, y algunos de sus protagonistas, que refrendan el liderazgo del país escandinavo en la pasada Cumbre de Copenhague y en la apuesta por un planeta menos caliente.

Empecemos por el principio: a comienzos de la década de los setenta, Dinamarca dependía en un 98% de las importaciones de petróleo. La crisis de 1973 quintuplicó el precio del barril, y este pequeño país sufrió un shock y se enfrentó a sus fantasmas. Así que miró a su naturaleza y encontró una energía limpia y barata. Y ha comprobado que lo verde genera riqueza: desde 1990 hasta 2007, la actividad económica en Dinamarca ha crecido más de un 45%, mientras que las emisiones de CO2 se han reducido en más de un 13%.

Hoy, los daneses se adelantan a los planes estratégicos que impone la Unión Europea.

1. El barrio inteligente

Repiquetean las gotas de lluvia y Berit está ajetreada. Sofás marrones y negros, una mesa rústica, espacios diáfanos. Esto es una casa danesa. Pero no una casa danesa común: Berit Schau vive en Stenlose, un pueblecito a las afueras de Copenhague.

Al grano: las casas aquí ahorran 630 toneladas de CO2, es decir, lo que producen 400.000 litros de petróleo. Son inteligentes: el consumo máximo anual para calefacción y agua caliente es de 35 kilovatios por hora, tienen un mínimo de tres metros cuadrados de paneles solares, una pantalla de mando en la pared con la que se controla el consumo energético y que da consejos para ser más respetuoso con el medio ambiente, y un depósito subterráneo que recoge el agua de la lluvia, que se usa luego para el váter y el lavavajillas.

Algo sorprende: las grandes ventanas de la casa de Berit, poco comunes en Dinamarca por el frío. Pero éstas tienen tripe cristal aislante. Más luz y menos aire que se escapa. Ya, ¿y cuánto cuesta una casa así? Sólo un 10% más que una normal, pero el gasto en calefacción es de unos 800 euros anuales, la mitad de lo que paga el danés de a pie. Cuando la zona esté terminada, vivirán unos 40.000 habitantes.

Berit está encantada: "Les inculcamos a los niños que hay que salvar la Tierra. Además, cada dos horas, una bomba renueva el aire de la casa, y gracias a eso el asma de uno de mis hijos ha mejorado". Pero Berit tiene prisa y, en lugar de coger el tren (a 15 minutos a pie), toma la llave del coche.

El tubo de escape suena por las solitarias calles.

2. ¿Gasolina de paja?

La paja puede hacer andar un coche. Esos grandes montones amarillentos de cualquier granja se han incorporado como materia prima a la producción de energía. La empresa Inbicon, inaugurada hace algo más de un mes en la ciudad danesa de Fredericia, saca biofuel a partir de la paja cuando ya se ha recogido el trigo y nada más puede ser aprovechado. Es el biofuel de segunda generación.

Habla Lene Haugaard, responsable de comunicación de la empresa: "La tecnología que utilizamos permite reducir en un 84% las emisiones de CO2 en relación con el petróleo y en un 32% la generación de electricidad". La paja se hierve, se licua y luego se deja fermentar con levadura. El resultado: se espera que sean 5,4 millones de litros de etanol anuales (reemplaza a la gasolina en automóviles), melaza (para alimentar animales, ya que es la parte que contiene los azúcares, o elaborar bioquímicos) y biofuel (que sustituye al carbón).

Y hay más: la liguina, el esqueleto de la paja, es la que hace funcionar la gigantesca planta de Inbicon situada al borde del mar. Pero lo verde necesita tiempo, y el capitalismo suele ser voraz. Estos descubrimientos, por ejemplo, han necesitado diez años de investigaciones en una planta piloto.

3. A dos ruedas aunque llueva

No es una cabalgata, ni un desfile, ni nada. Es la vida normal: cantidades ingentes de bicicletas que se amontonan en las aceras como en un complot contra el peatón. En la capital hay más bicis (560.000) que personas (519.000), y Gerdi, joven trabajadora en una empresa de telefonía, reconoce que puede chocar al visitante extranjero: "La ciudad no es muy grande, así que puedes ir de una punta a otra sin problemas. Es rápido, seguro y gratis".

Un 55% de la gente que vive en la capital toma la bici para ir al trabajo, según la Federación Danesa de Ciclismo (datos de 2008). Incluso los ministros acuden al Congreso sobre dos ruedas.

Dejar el coche en casa y recorrer 10 kilómetros en bici supone un ahorro anual para la naturaleza de 80.000 toneladas de CO2. La historia tiene su ciencia: los semáforos están coordinados según una fórmula matemática para que un ciclista pedalee a 20 kilómetros por hora por su carril y casi no se tenga que parar.

Un momento: en Copenhague hace un frío que pela (cero grados de media en enero y picos en negativo).

Gerdi contesta con una sonrisa como diciendo: "Qué se le va a hacer", y replica: "Llueve y nieva, y, aun así, la gente no renuncia a la bici. Ya estamos acostumbrados".

4. Excrementos para la calefacción

La puerta se abre y el enorme tanque deja claro qué contiene. Huele a mierda hasta el punto de arcada. "Así huele el dinero", contesta con ironía y acento de campesino americano Erik Lundsgaard, director de la planta de biogás Hashoj, en una zona próxima a Copenhague.

Los granjeros traen aquí los excrementos de sus animales y, mediante un proceso de pasteurización, se separa el metano del resto, que se convertirá en fertilizante. El metano se almacena y se traslada por gasoductos a una planta de cogeneración. Desde ahí, donde el calor es insoportable, la caldera es enorme y las tuberías parecen intestinos de gigante, se suministra electricidad y calor a unos 500 consumidores. No es como en España, donde se canaliza el gas a cada hogar. Aquí se encuentra una pequeña planta en cada municipio. Y por eso existen más de 20 centrales como la de Hashoj en toda Dinamarca. "Cuanto más cercanas estén a las poblaciones, menos pérdidas habrá y más aumentará la eficacia del biogás", ilustra Lundsgaard. Un metro cúbico de purines significa 25 metros cúbicos de gas. Las subvenciones del Gobierno ayudan: suponen hasta el 20% de los costes de construcción de la planta. Y una última ventaja de este proceso con excrementos: no hay que abrir el grifo de la ducha medio minuto antes; el agua sale hirviendo del tirón.

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