_
_
_
_

Primera lección: no puedo tomar leche

El número de niños con alergias alimentarias se ha duplicado en diez años. El porqué aún no está claro. La buena noticia es que muchas remiten con el paso del tiempo y que cada vez hay terapias más eficaces. La mala, que garantizar menús completamente seguros en los comedores del colegio sigue siendo muy complicado

Arranca el curso y la mayoría de los padres se pregunta: ¿se portará bien en clase?, ¿se divertirá en el patio? Pero para un grupo cada vez más numeroso, el verdadero escenario de su preocupación es el comedor. Miles de menores son alérgicos a algún alimento. Los colegios públicos y concertados están obligados por ley a admitir a estos alumnos y a que en sus comedores se preparen menús especiales para ellos.

Pero la cosa no es tan simple como parece: no basta con evitar determinados alimentos, sino también todos aquellos productos y utensilios que hayan entrado en contacto con ellos. Un niño celiaco (que tiene alergia al gluten), por ejemplo, no puede comer nada frito en un aceite que se haya utilizado antes para cocinar cualquier cosa con trigo, como un filete empanado.

La Agencia Europea de Seguridad Alimentaria y la Comisión de la Unión Europea han dictado una normativa obligatoria para el etiquetado de los productos alimenticios, en el que deben incluirse los alérgenos más comunes, si es que entran dentro de su composición. Pero, según quejas de los propios ciudadanos, "en ocasiones" se emplean términos "demasiados técnicos".

Diferentes estudios nacionales e internacionales revelan un evidente aumento de la prevalencia de todas las enfermedades alérgicas, especialmente en las ciudades y en las zonas más industrializadas. Es el caso de los informes Alergológica, que desarrolla la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC). Estos estudios reflejan que en menos de diez años se ha duplicado el diagnóstico de alergias alimentarias en las consultas especializadas de todo el país. Se ha pasado del 3,6% de los pacientes en Alergológica de 1992 al 7,4% en el de 2005. En este último informe se halló en el grupo infantil una tasa de alergia a alimentos del 14,5%, muy superior a la de la población general.

¿Cuáles suelen ser los primeros síntomas que deben alertar a los padres y a los propios niños? Normalmente, la mayoría de las reacciones alérgicas no son graves, "pero todos los años suele haber algún caso en el que la primera manifestación de la enfermedad es la respuesta anafiláctica o shock anafiláctico, que es la más grave de todas las reacciones, y que, de no atajarse correctamente y a tiempo, puede causar la muerte", advierte la doctora Consuelo Martínez-Cócera, jefa del servicio de alergología e inmunología clínica del hospital Clínico San Carlos de Madrid. Según esta especialista, en el 75% de los pequeños aparecen reacciones cutáneas: habones alrededor de la boca, urticaria con picazón, exantema o erupción de la piel, picor de la cavidad oral o faríngea, vómitos... En los lactantes y niños pequeños, el rechazo del alimento o la irritabilidad tras la toma puede ser un signo muy orientativo.

Como advierte la doctora Paloma Ibáñez Sandín, coordinadora del servicio de alergología del hospital Universitario Infantil Niño Jesús de Madrid, la alergia a alimentos se inicia habitualmente en los primeros años de la vida, y su prevalencia va disminuyendo claramente con la edad. "Se da entre el 6% y el 8% de los niños, frente al 2% y 3% de la población general. Pero no hay que olvidar que puede aparecer a cualquier edad, aunque es menos frecuente que surja en personas adultas", añade.

La alergia a la leche o al huevo es muy propia de los más pequeños, mientras que la alergia a vegetales, frutos secos, frutas o mariscos es más frecuente en niños más mayores y adolescentes. "Un hecho positivo es que el 85% de los alérgicos a la leche y el 66% de los alérgicos al huevo dejan de serlo durante sus cinco primeros años de vida", añade.

En palabras de la doctora Martínez-Cócera, del Clínico San Carlos, para ser alérgico hay que nacer con una predisposición genética conocida como atopia, que, "en función de la carga de sensibilidad al potencial alérgeno y de su mayor o menor contacto con él, hará que aparezca o no la respuesta alérgica". Cuando surge la reacción alérgica, en la sangre del paciente aparece la inmonoglobulina IgE. Se trata de una sustancia que caracteriza a la respuesta alérgica y la distingue de otras reacciones del organismo que pudieran interpretarse como tales (intoleracia, intoxicaciones...). El descubrimiento de la inmunoglobulina IgE "ha marcado también un hito en la historia del conocimiento de los mecanismos de hipersensibilidad", según Martínez-Cócera.

Curiosamente, los aditivos alimentarios químicos (conservantes, colorantes, edulcorantes, antioxidantes, que no son proteínas de alimentos) no producen, al menos hasta ahora, reacciones alérgicas o identificadas por IgE.

Tratamiento

Tanto la doctora Martínez-Cócera como su colega Ibáñez Sandín están de acuerdo en que el diagnóstico debe confirmarse en un servicio especializado de alergología, donde también se debe poner en marcha el tratamiento. Si hace unos años lo que se hacía para solucionar el problema era retirar el contacto con el alérgeno, ahora diferentes hospitales españoles, como el Clínico o el Niño Jesús, están probando distintas terapias de inducción de tolerancia específica con la leche y el huevo. Los resultados han sido tan positivos que algunos menores han llegado a poder comer el alimento prohibido.

Y en esa dirección habrá que seguir trabajando porque es un hecho epidemiológicamente irrefutable que a mediados del siglo XXI la mitad de la población mundial será alérgica. La teoría de la higiene, tan de moda a principios de esta década y a la que ya le han salido detractores, busca explicar este fenómeno. Un estudio publicado en The Lancet en 1998 reveló que los niños criados de una forma occidental convencional (vacunación masiva, uso regular de antibióticos, control pediátrico) tenían más alergias que los criados a la manera antroposófica (menos vacunas y antibióticos, menos control pediátrico, alimentos fermentados).

Antes de la caída del muro de Berlín se pensaba que habría más enfermedades alérgicas en los países del Este de Europa por la gran polución ambiental. Pero se constató que las malas condiciones higiénicas y la mayor tasa de ciertas infecciones ejercían un papel protector frente a las alergias. Explicado de una forma más gráfica, es como si el sistema inmunológico estuviese ocupado en algo. Por el contrario, si el niño está en un ambiente sano, busca otros agentes (en principio, muchos de ellos, inocuos) con los que entretenerse.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_