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Usted puede ser un torturador

Un estudio muestra que un 70% de la población es capaz de causar dolor a otras personas aunque no tengan un motivo

¿Es usted incapaz de matar a una mosca? ¿Seguro? Eso creían los voluntarios de un ensayo que ha hecho la Asociación Estadounidense de Psicología, y el resultado no ha podido ser más desalentador: un 70% de nosotros somos capaces de aplicar descargas eléctricas a otra persona sólo si se nos dice que podemos hacerlo. Da igual el motivo. En este caso, contestar mal a una pregunta académica.

El ensayo muestra que si se coge a un grupo de estudiantes universitarios y se le permite castigar a un colega cada vez que se equivoca, la mayoría lo hace, aunque estén viendo y oyendo los gritos y las convulsiones de sus víctimas. Si alguien ajeno al experimento entra en la sala y les pregunta qué hacen, son capaces de explicárselo sin inmutarse. El trabajo se publicará en enero en la revista American Psycologist.

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El ensayo tenía un único truco. Para asegurarse de que recibían la probación de las autoridades, los diseñadores del trabajo tuvieron que garantizar que los torturados no iban a sufrir ningún dolor: para ello se contrataron actores que fingían las reacciones cuando el torturador le daba al botón. Pero tiene validez porque los estudiantes -que creían que estaban participando en un ensayo sobre el aguante al dolor- no sabían que todo era un montaje. La mayoría llegó al máximo permitido, a pesar de que se les avisó tres veces de que podían dejar el ensayo y que no por eso iban a perder los 50 dólares (35 euros) con que se recompensaba a los voluntarios.

Si la historia le suena, no le extrañe. El estudio es una copia mejorada de otro famoso hecho por el profesor de Yale Stanley Milgram en 1961. Aquella vez, los estudiantes tenían la posibilidad de ir aumentando gradualmente el voltaje de la descarga, de 150 voltios a 450. Un 70% llegó hasta el final, a pesar de que los actores fingieron desmayos y pérdidas de conocimiento. Pero luego, cuando se dieron cuenta de lo que habían sido capaces de hacer, sufrieron remordimientos, problemas de ansiedad e insomnio. Para evitarles ese malestar a los voluntarios, esta vez la intensidad del castigo se limitó, ficticiamente, a 150 voltios: suficiente para una sacudida pero poco más.

La triste conclusión es que (casi) nadie está exento de ser un torturador si se le otorga la suficiente autoridad, se le convence de que está actuando por una buena causa, o se le ofrecen 35 euros. Y que en más de 40 años, los que han pasado del primer ensayo a este último, la humanidad no ha mejorado nada en ese aspecto.

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