Mi casa es una cueva
300 personas de uno de los distritos más pobres de Ciudad de México viven en las cavernas de una antigua cantera
En el oeste de la Ciudad de México, una urbe con más de 18 millones de habitantes, vive un numeroso grupo de personas que desde hace varios años habitan en cuevas que con el tiempo han convertido en sus humildes casas. En el distrito municipal de Alvaro Obregón, entre un complejo nudo de barrancas, viven apiñados en desfiladeros miles de personas en pequeñas viviendas grises, algunas de las cuales guardan en su interior una cavidad que les recuerda a sus habitantes un pasado doloroso que intentan olvidar: sus casas fueron cuevas.
Anteriormente esta zona del Distrito Federal, donde viven unos 800.000 habitantes, era un tupido bosque pero entre 1910 y 1920 fue convertida en un vasto complejo de minas y canteras de las que se extrajo grava y arena para erigir muchas de las edificaciones del centro de la ciudad. Imelda Sarabia, de 47 años, explica que cuando llegó por primera vez hace 30 años, a lo que hoy es la segunda sección del barrio Olivar del Conde, había ahí solamente una montaña con pequeñas cuevas de tepetate (un tipo de arcilla) abandonadas de las viejas explotaciones mineras.
Pobreza extrema
Acompañada de su pareja, Imelda ocupó una de esas cuevas y sobre la boca de la caverna construyó una choza de madera con techos de lámina de zinc y una puerta metálica con un candado. Tres décadas después la paupérrima choza fue convertida en una humilde vivienda de dos niveles en la que viven unas veinte personas, integrantes de seis familias distintas, pero que cuentan con servicio de agua y luz. Una historia similar es la de Rita Monreal, de 37 años, quien llegó en 1995 a otra de las minúsculas grutas que hicieron de Álvaro Obregón un gigantesco queso gruyer.
Monreal vivió varios años casi a la intemperie soportando la lluvia, la ocasional visita de las ratas, la humedad y los zancudos mientras fue reuniendo el dinero suficiente para construir muros, tabiques y pisos para elevar su vivienda. En 2001 la precariedad de su hogar estuvo a punto de cobrarse la vida de su madre, cuando un derrumbe en el interior de la casa sepultó a la anciana bajo un alud de tierra. Seis años después del suceso las autoridades capitalinas le entregaron materiales de construcción para que ella misma levantara un muro de contención para proteger a su familia.
Sin embargo en otras casas vecinas la situación es más primitiva y algunas personas viven todavía con los muros de la cueva a sus espaldas. Tal es el caso de María Luisa Ambrosio, que llegó al barrio a vivir en su covacha tras pagar 15.000 pesos (unos 1.385 dólares) a la antigua propietaria, y 12 años después ha podido erigir un pequeño baño y dos habitaciones adheridas a la montaña que amenazan con venirse abajo en cualquier momento. Sus hijas padecen de enfermedades respiratorias por la humedad y su casa se inunda con cualquier aguacero porque el agua se filtra a través del espacio que media entre su casa y las paredes de la cueva.
Amenazas de derrumbe
Humberto Morgan, diputado de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (congreso local), asegura que de las 180.000 viviendas construidas en la delegación Álvaro Obregón existen todavía unas 16 casas construidas a partir de cuevas habitadas por cerca de 50 familias, que albergan a aproximadamente 300 personas. El legislador local explica que "la mayoría de las personas se han resistido a abandonar estos hogares", que representan un serio peligro. En los últimos 30 años se tiene registro de la muerte de unas 1.000 personas a causa de derrumbes, reblandecimientos de la tierra, e inundaciones en esta área de la ciudad.
Por esta razón el diputado está trabajando con la secretaría de Protección Civil de la ciudad para elaborar una norma que permita sacar a las familias de las cuevas, incluso a la fuerza si es necesario, cuando una evaluación de especialistas determine que corren peligro en sus viviendas. Mientras tanto, las casas desamparadas penden del abismo y se preparan para enfrentar una temporada de lluvias de mayo a octubre que se espera especialmente intensa. "No sé qué me deparará el destino, sólo espero que sea no vivir más aquí", sentencia Imelda Sarabia, al tiempo que algunos de sus vecinos se santiguan con la esperanza de que ello sirva para que los muros de sus cuevas resistan el agua.
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