¿Virginidad ‘hipster’?, por Luna Miguel
«La palabra “virgen” ya no suena tan despectiva a los ojos de una nueva juventud»
La virginidad está de moda. Pero no una virginidad ñoña a lo Jonas Brothers, ni una virginidad conservadora, ni mucho menos una virginidad santa. Está de moda porque se huele por todas partes, y ya no es un motivo de risa o de burla, sino que se ha convertido hasta en una expresión artística, o en un posicionamiento bastante comprensible de cara a esta sociedad. Cuando estábamos en el instituto, nos mirábamos los unos a los otros pensando: «¿Quién será el primero?». Cuando estábamos en la universidad, repetíamos el mismo movimiento pensando: «¿Quién será el último?». Desde adolescentes, la tensión aumentaba por cada cumpleaños que celebrábamos y nuestros sexos seguían intactos (entiéndase, intactos por la compañía de las manos o los sexos de los demás, pues nosotros solos, en casa, sin duda practicábamos). Qué dura era la vida de virgen. Cuánta presión provocaban las películas, las canciones, los anuncios, el ambiente general en aquellas aulas en donde prácticamente todos queríamos hacer lo mismo: no importaba con quién. No importaba dónde. La cuestión era quitarse aquel peso, y rapidito.
Parece que algo está cambiando, sin embargo, y que la palabra «virgen» ya no suena tan despectiva a ojos de una nueva juventud. Siempre me estoy metiendo con Lena Dunham, pero reconozco que hay algo de su serie Girls que me encantó desde el primer momento, y es el personaje de Shoshanna, una chica absolutamente desinteresada en el sexo, que solo espera que las cosas ocurran cuando tengan que ocurrir, tranquila, adorable, inocente, ¿quizá sea ella, con sus vestidos vintage, sus referencias pop y su cartel «Keep calm» en la habitación, la primera virgen hipster de nuestro imaginario? Porque junto a Shoshanna habrá muchas otras: pienso en Jessica, de True Blood, que no es del todo virgen pero que al ser vampiresa sus heridas se regeneran, así como su himen, condenándola cada vez a regresar a ese punto original, a esa pureza original que la caracteriza. Y luego está Brandy Klark, la protagonista del largometraje The to do list, que acaba de terminar el instituto y quiere hacer el amor con el guaperas de turno antes de ir a la universidad, aunque antes de eso se obliga a finalizar una larga y estúpida lista de tareas pendientes.
Más allá de la ficción, también encontramos casos significativos. Mi preferido es el de Clayton Pettet, el joven artista de 19 años cuyo nombre dio la vuelta al mundo hace unas semanas, desde que presentara su proyecto La Escuela de Arte me robó la virginidad, una performance en la que reflexiona sobre qué es el cuerpo, qué es la castidad, por qué le damos tanta importancia o por qué seguimos hablando de tales conceptos con una mirada tan heterosexual. Pettet dice que la virginidad es una idea muy abstracta y demasiado sobrevalorada. El próximo 25 de enero está previsto un coloquio y una performance en la que el artista será desflorado en público. Muchos son los críticos que rechazan que tal acción pueda tener algo de artístico y que lo tachan de exhibicionista. Sea como sea, Clayton Pettet abre un debate muy interesante que va más allá de su propia experiencia y se extiende hacia esa imagen de una sociedad que nos culpabiliza continuamente, sobre todo cuando se trata de nuestra sexualidad. La virginidad está de moda. La polémica está servida.
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