Un concurso de culebrón
Con reglas y estética caducas, los certámenes de mises se resisten a morir. Se se celebra la 62ª edición de Miss Mundo en China.
Se desvelará el secreto y conoceremos, al fin, a la mujer más hermosa del planeta. Es probable que, en la entrada al evento, haya algún grupo de feministas denunciando el trato vejatorio a la mujer, mientras dentro –en un escenario con estética de Eurovisión y profusión de brillos, oropeles y colores– se elija a la más guapa entre las bellas. Un cargo que, si antes suponía un trampolín a la fama o el posible inicio de una carrera de modelo o actriz, como les ocurrió a Halle Berry –que se presentó a Miss Mundo en 1986– y a la hoy indiscutible princesa de Bollywood, Aishwarya Rai –que ganó la edición de 1994–, ahora apenas asegura un año de estancia en Londres y un apretado tour alrededor del mundo, colaborando en obras globales de caridad.
En estos certámenes, no solo los decorados han quedado obsoletos, también los cánones de belleza, que recuerdan más a personajes de fotonovelas que a modelos o iconos de moda; por no mencionar las reglas, en las que queda patente que la estética está reñida con el estado civil –solo pueden concursar solteras–y con la maternidad –imposible participar si se tienen hijos–. Nada que ver con los inicios de este evento, allá por 1951, que nació para hacer sombra al, entonces, añejo Miss Europa y para promocionar el biquini –recién descubierto–. Prenda en la que desfilaban las aspirantes y que se sustituyó más tarde por el traje de baño para incluir a países más conservadores. Miss Universo, el otro barómetro de belleza dirigido al público americano –Miss Mundo es la variante europea–, se resiste a ser tachado de carca y ha anunciado que, en su edición de 2013, podrán concurrir transexuales, tras el escándalo por la expulsión de la canadiense Jenna Talackova, eliminada el pasado marzo del certamen Miss Universo Canadá por haber nacido hombre.
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