Tendencia ‘braless’: el sujetador ya no se quema, simplemente se prescinde de él
Si en los 70 el sujetador era el enemigo público número uno, símbolo del patriarcado, que había que incinerar; la tendencia braless juguetea hoy entre la reivindicación y el erotismo.
El Wonderbra de los 90 fue el accesorio de la superwoman. Era raza de mujeres que lo hacían todo bien: profesionales eficientes intentando agrietar el techo de cristal (con cuidado de no hacerse daño con los cristales): madres, solteras o casadas, pero con hijos deseados; expertas en sexo que leían Cosmopolitan, cultas, divertidas, estilosas. Demasiado trabajo para llevar los pechos a la altura de la garganta, convertidos en un solo bloque de carne. Un día me probé un Wonderbra que habían enviado a la redacción y al cuarto de hora me produjo un horroroso dolor de espalda.
Por el contrario, la tendencia ahora parece ser imbuir a los sostenes de una ética feminista. Convertirlos a la causa, para usarlos cuando nos convenga. Neon Moon es una de las marcas de lencería pioneras en este concepto. Para Hayat Rachi, CEO y fundadora de la firma “el mejor momento del día de una mujer no debería ser cuando llega a casa después del trabajo y, finalmente, se quita el sujetador. La lencería tradicional se hace desde la perspectiva masculina, lo que ellos quieren ver o lo que la mujer debe llevar para ser sexy. Neon Moon es un equipo de mujeres que hace ropa interior para mujeres y que, más que resaltar o acentuar las formas femeninas, las acepta, las abraza. Nuestras telas y materiales son suaves y confortables, elegidos para sujetar y no apuntalar el cuerpo femenino. Nuestros productos y campañas están libres de Photoshop, explotación laboral, sexualización y objetivización. Muchas firmas presumen de ser feministas pero explotan a trabajadoras del tercer mundo y luego pretenden empoderar a las del primero. Nosotras cuidamos y damos poder a las mujeres desde el proceso de fabricación hasta el momento en que alguien se pone una de nuestras prendas”.
Médicos y profesionales de la salud optan también por una filosofía más laxa, en cuestión de sujeción. “El sujetador es una decisión personal. Si tenemos una masa muscular desarrollada y no tenemos una mama grande, no es imprescindible”, dice Mª Ángeles López Marín, médico especialista en medicina estética, con doctorado en ginecología y obstetricia, del Centro Médico Rusiñol, en Madrid. “Las deportistas (ya que el movimiento puede romper las fibras de colágeno que sustentan la mama), las que tienen mucho pecho (para evitar problemas de espalda, ya que el sujetador actúa como las cintas de sujeción de una mochila) y las embarazadas deberían llevarlo y, generalmente, se sienten más cómodas con él”, señala esta doctora, que insiste en que es importantísimo elegir bien la talla y el modelo, ya que un modelo inadecuado puede producir dolor en las mamas, durezas o marcas en la piel.
En Dama de Copas, tiendas especializadas en bra fitting y asesoramiento de lencería, tienen claro que es mejor no llevar sostén a llevar uno inadecuado. Según Nayade S. Pérez, coordinadora de marketing para España de la firma, “los errores más comunes a la hora de comprar un sujetador son, básicamente, tres: elegir mal el contorno (generalmente se tiende a buscar uno más grande), tender a buscar copas pequeñas y darle demasiado trabajo a los tirantes. Lo ideal es que el 70% de la sujeción del pecho recaiga en el contorno y en los tirantes solo el 10%, pero si se elige mal la talla, éstos últimos tendrán que hacer todo el trabajo y esto afectará a hombros y cervicales. El contorno debe ser el adecuado, sin oprimir pero sin que la parte de atrás se suba, lo que indica que es mayor del que necesitamos. Hasta hace poco las copas no se tenían en cuenta en España, pero nosotros tenemos desde la A a la K. Cada vez más mujeres vienen a asesorarse, porque llevar lencería inadecuada es peor que no llevarla”.
¿Tendencia o reivindicación?
¿Cuándo Bella Hadid, Jennifer Aniston, Emikly Ratajkowski, Gwyneth Paltrow, Selena Gómez, Victoria Beckham, Pamela Anderson, Rita Ora, Jennifer Connelly, entre otras muchas, pasean por la calle en plan ‘comando’, es decir, mostrando sus pechos libres y hasta marcando el pezón, lo hacen con afán de lanzar un mensaje o, simplemente, pretenden ‘sentirse libres’, provocar o atraer la atención de los paparazzi?
Si la masculinidad se ha identificado siempre con el pene, la feminidad no lo hace (como correspondería) con los genitales femeninos, sino con el busto; ya que, como el antropólogo inglés Desmond Morris apuntaba en su libro La mujer desnuda (2005, Planeta), “los pechos femeninos han recibido más atención erótica por parte de los varones que ninguna otra zona del cuerpo. Enfocar una atención extrema sobre los genitales sería excesivo y hacerlo sobre otras partes de la anatomía es insuficiente. Los pechos son, en cambio, el perfecto término medio: una zona tabú, pero no demasiado escandalosa”.
De hecho, la raza humana es la única que tiene una relación tan estrecha y poderosa con los senos. A diferencia de lo que ocurre con la mujer, que desarrolla sus mamas al llegar a la pubertad, al resto de las primates solo le crecen los pechos mientras amamantan a sus crías. Algunas hipótesis científicas indican que esta situación puede ser un indicador de la capacidad reproductiva, aunque Morris tiene otra versión más interesante. Él daba prioridad a la función sexual sobre la maternal, al dibujar la teoría de que al empezar a caminar erguida nuestra especie, las nalgas perdieron el protagonismo de reclamo para el macho y la evolución favoreció el desarrollo de los senos como sustitutivo.
Prueba de que los pechos femeninos son zonas reservadas, información de dos rombos o material inflamable es la pacata actitud de las redes sociales ante ellos. Los pechos no son solo órganos erógenos, sino que encierran también un espíritu de rebeldía, de desobediencia, de revolución que las integrantes de FEMEN conocen y explotan al grito de “nuestros pechos son más peligrosos que sus piedras”. Afrodita, la robot rosa que ayudaba a Mazinguer Z en su lucha contra el mal, también utilizaba su artillería pesada, en su caso, sus proyectiles mamarios.
Según dice Lorena Sánchez en su blog Homínidas, para la revista Quo,“durante la Revolución Francesa el pecho de la mujer se convirtió en un símbolo contra la burguesía. La madre que amamanta a su bebé se identificó con la “ciudadanía responsable”, en oposición a la costumbre de pagar a nodrizas que alimentaban a los hijos de la aristocracia. Los ideales igualitarios de la Ilustración se representaban con la imagen de una mujer que ofrece sus múltiples senos a todos los ciudadanos, y La República fue representada por una mujer con gorro frigio y, ocasionalmente, con el pecho desnudo”.
Para Delfina Mieville, socióloga, sexóloga y experta en género y derechos humanos, con consulta en Madrid, “el olvidarse del sujetador no tiene ya las mismas connotaciones que en los años 70. Ahora ya no se los quema, sino que se prescinde de ellos, momentáneamente, por diferentes cuestiones. La comodidad; la seducción, ya que en los juegos eróticos mediatizados, dentro de la lista de las 10 cosas que hay que hacer para excitar a tu pareja, está la táctica de presentarse a una cita sin ropa interior. Y luego, no hay que olvidar la parte reivindicativa, en la que tiene que haber una intención. Como dijo la feminista Kate Millett, ‘lo personal es político’, la revolución empieza en casa y la primera casa es el cuerpo. Lo que hacen, por ejemplo, las chicas de FEMEN u otros colectivos que denuncian y contraatacan la censura en las redes (#FreetheNipple, #Braless o #Goingbraless), a través de las mismas redes, es una reapropiación del cuerpo, una ocupación de ese espacio como algo más femenino”.
Ponerse algo en los pechos para sujetarlos, resaltarlos o aplastarlos, según la moda y los convencionalismos sociales y religiosos de la época, es una práctica tan antigua como la historia de la humanidad y parece que este concepto existió desde el año 4.500 a.c. Las griegas y las romanas usaban una faja que permitía sujetar los senos, lo mismo que las vikingas y otras pobladoras del norte. En la Edad Media y el Renacimiento, los corsés oprimían la cintura y aplastaban o subían los pechos a voluntad hasta límites insospechados. En los años 40 y 50 del pasado siglo, los sostenes se volvieron puntiagudos, tal vez para emular a los misiles de largo alcance de la Guerra Fría, y los primeros modelos fueron diseñados por ingenieros aeronáuticos, como el que exhibió Jane Russel en El Forajido (1943). Desgraciadamente, el pecho femenino siempre ha estado regulado y normativizado, pero casi nunca en base a la comodidad o salud de sus propietarias.
“Los pechos son una parte del cuerpo femenino lleno de contradicciones”, continua Mieville, “como los genitales. Por un lado, existe una imagen onírica y desexualizada de la maternidad, pero en cuanto vemos a una mujer amamantando a su hijo en público, en la que el pecho no solo tiene una función de proveer de alimento al bebé, sino que aparece cargado con todas sus connotaciones eróticas, esto produce un cortocircuito al patriarcado, y se censura. A la sociedad todavía le desconcierta más una subida de faldas que una bajada de pantalones. Los genitales femeninos, tan exhibidos en el porno, tienen discursos ambiguos. Todavía siguen siendo feos, malolientes y precisan de operaciones de cirugía estética para estar dentro del canon estético exigido; pero por otra parte son deseables, fuente de placer o de abusos. Estas contradicciones crean esquizofrenia. ¿Cómo es posible que escandalice más que una mujer de el pecho en público, que un hombre orine en la calle?”.
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