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El regreso del hombre que convirtió a Agassi en una adicción global

El biógrafo de Agassi y premio Pulitzer rescata su primer libro: boxeo, periodismo y masculinidad

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Consuelo Bautista / Archivo El País

En ocasiones, cree J. R. Moehringer, «la mejor respuesta al hecho de ser un hombre es pegar a otro hombre». Por eso le fascina el boxeo desde niño. «Es muy sencillo. Tienes a dos tipos sin nada encima, y casi siempre el que gana es el mejor. Las reglas evitan que la cosa se ponga fea, que descienda a lo primitivo. Y hay algo enormemente conmovedor en la manera como los boxeadores se abrazan al final del combate».

En 1994, Moehringer trabajaba en la redacción del condado de Orange del L.A. Times, «un gulag del periodismo», enlazando artículos de negocios «llenos de decimales» hasta que un día alguien le contó la historia a la que se agarró como un clavo ardiendo. Bob Satterfield, un peso pesado que había sido una estrella del boxeo, vivía ahora como un sin techo en las calles de Santa Ana, California, y se hacía llamar «Campeón». Si aquello era verdad y contaba su historia de auge y caída, podía sacar un buen relato que lo salvase del gulag, pensó el autor. Cuando por fin dio con Campeón, todo pareció encajar. Y ahí es cuando un periodista debe empezar a desconfiar. «Yo quería creer. Ese es el salto que hay en la vida. Queremos creer pero la gente nos decepciona», dice el autor por teléfono. La llamada de S Moda ha interrumpido la escritura de su próxima novela (estará basada en hechos reales y sucederá en Europa en los años 40) y está encantado. «Todos los escritores estamos deseando que nos den una excusa para levantarnos de la mesa. Por ejemplo: hacer la colada. Además, las mejores ideas se te ocurren mientras doblas calcetines».

El campeón ha vuelto (Duomo), que ahora se edita en España y al que su autor siempre se refiere todavía como «artículo» y no como «libro», de alguna manera sí cambió la vida de Moehringer. Se llevó al cine, en una irregular adaptación con Samuel L. Jackson. Su periódico lo ascendió y lo envió a cubrir el sur, donde escribió un reportaje sobre los descendientes de esclavos que le valió el Pulitzer. Años más tarde, publicó sus aclamadas memorias, El bar de las grandes esperanzas. Entre los muchos lectores que tuvo ese libro estuvo el tenista Andre Agassi, que buscaba a alguien que trasladase al papel su alucinante vida. Contactó con Moehringer y se lo pidió una vez. Y otra. Y otra. Por favor. Él se resistía. «¡Es que da mucho miedo escribir sobre la vida de otro. Pueden surgir muchos problemas. Si no te llevas bien con la persona, te conviertes en un rehén. Además, pueden coger tu trabajo y cambiarlo, enterrarlo, cortarlo por la mitad…».

Agassi se convirtió en algo como un hermano para Moehringer
Agassi se convirtió en algo como un hermano para Moehringer

Tras un largo cortejo del tenista, dijo sí y de ahí salió Open, un libro tan celebrado que genera adhesiones fanáticas. ¡Sus seguidores se ponen casi violentos cuando recomiendan sus libros! Se ríe al oírlo. «Bueno, no está bien que la gente te pegue con mi libro, pero me alegro, porque yo también puedo llegar a la violencia para que la gente lea. Golpeo a mis amigos con Cervantes en la cabeza. Soy muy insistente con William Boyd o Stoner, de John Williams. Y Hemingway, siempre Hemingway», dice.

Agassi, que se convirtió en algo como un hermano, se abrió en canal y le contó, para empezar, que siempre había odiado el tenis («Lo detesto con una secreta y oscura pasión»), que tomó metanfetaminas, que llevaba peluquín. Y que tenía muchos asuntos sin resolver con su padre, precisamente un boxeador retirado. Quizá Moehringer dijo al final que sí solo por saber más de ese tipo, Mike Agassi.

Los padres ausentes (el suyo lo abandonó cuando era un bebé) y el dilema de la masculinidad enlazan todos sus libros como si fueran uno solo. Vertebran El campeón ha vuelto y, por supuesto, El bar de las grandes esperanzas, donde vemos al autor adoptando a una serie de padrinos sustitutos en un tugurio de su pueblo. «Es que todos los hombres necesitan un poco de coaching», razona. «Cuando creces sin padre, te obsesionas con que te falta algo, que no te han invitado a una fiesta o a una clase en la que se han dado todas las claves. Es terrorífico crecer como un hombre que no sabe serlo. Siempre he estado interesado en eso, en cómo los hombres logran serlo o fracasan en el intento, y en los códigos morales que adoptamos. Aunque, como dije en mis memorias, la persona con más coraje que conozco es mi madre. Los hombres tienen tanto miedo a parecer cobardes que al final eso se convierte en una profecía autocumplida»

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