Las misteriosas razones por las que la semana de la moda de Londres se ha convertido en la favorita de Anna Wintour
Más allá del talento de sus diseñadores, existen varios motivos y personalidades que influyen en el éxito de la semana de la moda londinense. Analizamos el fenómeno tras el cierre de una edición muy aplaudida.
Londres ya no es la hermana pobre. De las cuatro grandes semanas de la moda, la de la capital británica había estado tradicionalmente eclipsada por la de París, Milán y Nueva York quedando relegada a cita de la cultura underground, de los nombres alternativos y creativos, pero menores. Un papel secundario que tras el final de esta edición resulta tan lejano como estereotipado. La decadencia de los shows neoyorquinos, con un calendario cada vez más desangelado, repercute positivamente en la atención que recibe Londres. La ciudad ha estado abarrotada de periodistas, editores, compradores, influencers y demás fauna fashionista durante sus seis días de desfiles confirmando lo que desde hace varias temporadas venía rumiándose: los diseñadores británicos, con nombres como JW Anderson, Simone Rocha, Erdem, Victoria Beckham o Molly Goddard a la cabeza, son el soplo de aire fresco que necesitaba la industria. Las localizaciones de sus desfiles, la calidad de los tejidos o el descaro del street style que los rodea, siempre menos encorsetado que en París o Milán, sitúan a la capital británica como una de las paradas más apetecibles del mes de la moda.
Pero además de contar con una de las mejores escuelas de diseño del mundo, la Central Saint Martins, y una horda de talentosos creadores, otros factores explican el ascenso de la moda londinense, una industria que el año pasado contribuyó en 32.300 millones de libras (36.159 millones de euros) al Producto Interior Bruto (PIB) del Reino Unido, según datos revelados por el British Fashion Council. Precisamente este organismo, que en castellano podríamos traducir como Consejo Británico de la moda, tiene gran parte de la culpa de su éxito. Nacido con la función de promover y exportar la creación británica fuera de sus fronteras, ha logrado captar la atención global organizando eventos como la entrega anual de los Fashion Awards y potenciando el talento de joven a través de ayudas y becas.
Al frente del organismo se han sucedido, además, dos poderosas mujeres de la industria. En mayo del año pasado Stephanie Phair tomó el relevo a Natalie Massenet: ambas habían trabajado juntas en Net-a-Porter, una de las principales plataformas de venta online de lujo de origen británico. De ahí que las compradoras –conocidas en la profesión como buyers y encargadas de decidir qué marcas y productos van a comercializar en estos portales– no falten a la cita. También sus homólogas americanas, provenientes de gigantes del ecommerce de primera línea como Moda Operandi, se dejan ver en el front row de los desfiles. Lisa Aiken, por ejemplo, es actual directora de compras de la estadounidense Moda Operandi, pero es británica y trabajó para Net-a-porter, por lo que tiene un amplio conocimiento y relación con la industria anglosajona que, a buen seguro, se verá reflejado en el catálogo de firmas que elegirá para comercializar en el portal.
Junto a esos pesos pesados, la editora de moda más célebre e influyente es invitada fija de gran parte de los diseñadores británicos. Mientras que en la semana de la moda de Nueva York, Anna Wintour solo se dejó ver en los shows de las firmas más históricas y notorias (Carolina Herrera, Michael Kors o Tom Ford) saltándose los desfiles de nombres alternativos como Vaquera o Eckhaus Latta, en la capital británica sí acudió a los espectáculos de diseñadores nicho como Matty Bovan. No solo ella: media plana de la edición estadounidense de Vogue se dejó ver en ese desfile. Pudo ser porque la estilista de la colección era Katie Grand, directora de Love, publicación que pertenece al mismo grupo de Vogue, Condé Nast, o porque el apoyo a la industria británica por parte de la cabecera es cada vez mayor. Además de que la creatividad británica no deja de ganar peso, algo que la cabecera de moda por excelencia no puede ignorar y debe potenciar, la mayor presencia de Wintour en la cita tiene sentido teniendo en cuenta que es natural de Hampstead, Londres, y no sería raro que quisiera planear un próximo retiro en su tierra natal. A su vez, su asistencia supone un empujón de atención mediática para cualquier firma, por lo que, sin duda, está relacionada con la ascensión a los altares de los diseñadores ingleses.
De igual modo, la aparición de la reina Isabel II como invitada de excepción al show de Richard Quinn en febrero de 2018 también se tradujo en un ruido digital incomparable. Su majestad acudió a la cita porque Quinn resultó el primer ganador del premio inaugural Queen Elizabeth II Award for British Design, un galardón destinado a reconocer el trabajo de diseñadores emergentes que supone un soporte fundamental para la moda del país y un reconocimiento a la importancia de esta industria. Con su presencia, la Reina fortaleció la imagen internacional de la fashion week británica como una de las más estimulantes, un golpe de efecto con el que no cuentan otras grandes citas. Tal fue la importancia de su apoyo que una de las creaciones de Quinn terminó formando parte de la exposición de moda organizada por el Museo Metropolitano de Nueva York este año. Una muestra que, por cierto, incluyó un número llamativo de creadores británicos. No solo de nombres tan consolidados como Vivienne Westwood, Burberry o John Galliano, sino de nombres emergentes como Erdem, Molly Goddard, Ashish, Christopher Kane o Gareth Pugh.
Tal es el ímpetu con el que las firmas londinenses han irrumpido en el panorama del lujo global, que los grandes grupos del sector ya les han echado el ojo. LVMH (propietarios de Louis Vuitton, Dior o Givenchy) se hizo con una participación de la firma de JW Anderson en septiembre de 2013, meses antes de su incorporación como director creativo de Loewe, y Kering (al que pertenece Gucci o Saint Laurent) adquirió parte de Christopher Kane. Esto, además de interpretarse como una muestra del interés que despiertan estas firmas en las grandes multinacionales, es un respaldo económico importante para el desarrollo de estas marcas. De ahí que puedan invertir en materiales y técnicas tan lujosas como las que acaban de mostrar esta edición.
Tampoco podemos obviar el papel de la modelo y activista británica Adwoa Aboah. Nacida en Londres, pero de origen ghanés, se ha convertido en una de las voces más combativas por la inclusión y la diversidad en las pasarelas y acaba de ser renovada por segundo año consecutivo como Positive Fashion Ambassador (algo así como embajadora de moda positiva) del British Fashion Council. Junto a ella, y como novedad de esta edición, el organismo ha lanzado un programa de asesoría para ayudar a jóvenes, de distintos perfiles, que quieran desempeñar su carrera en el sector de la moda más allá del diseño. Un apoyo al talento patrio que sin duda recogerá sus frutos en próximas ediciones.
En medio de esta explosión de talento británico y de inversión para apoyarlo, cabe preguntarse qué pasará con la industria, y el despunte de su semana de la moda, después del Brexit. «Según las cifras de exportación de 2018, se estima que cambiar a las reglas de la Organización Mundial del Comercio costaría a la industria de la moda 870 millones de libras (982 millones de euros)», explicaba Stephanie Phair en la conferencia que daba inicio a esta recién clausurada edición. La presidenta del BFC afirmó que «dada la importancia de la industria de la moda para el PIB del Reino Unido, pero también el valor que aporta a nuestro país en términos de poder blando», pedirán al gobierno un acuerdo que garantice el crecimiento saludable y constante de la industria para que siga siendo competitiva a nivel internacional a través de «acuerdos comerciales, acceso a financiación, libre circulación de talentos y apoyo para la promoción». Independientemente de lo que pase tras la salida del Reino Unido de la Unión Europea, el nuevo rol de la capital británica como gran capital de la moda es indudable.
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