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Privacidad: el bien más preciado

El exhibicionismo en Facebook pierde adeptos mientras los famosos abandonan Twitter y Europa inicia el debate sobre el derecho al olvido. ¿Se acabó la transparencia total?

Eva Mendes
Cordon Press

Contra todo pronóstico, el pudor y la contención regresan como norma social en vigor. Por lo menos, así lo afirman quienes estudian los últimos movimientos en el campo de la batalla digital. Diversas agencias de observación de preferencias de consumo situaron la llamada privacy etiquette (protocolo de privacidad) en la lista de términos claves para 2013, mientras los programas informáticos para encriptar contenidos multiplican sus ventas y surgen aplicaciones como SnapChat, que borra los textos e imágenes de los mensajes 10 segundos después de ser leídos. Tras media década de transparencia, el código sobre lo que se puede compartir en las redes y lo que no empieza a evolucionar.

Desde hace unos meses asistimos a una extinción de fenómenos tan perniciosos como el oversharing (compartir demasiado en las redes) y sus derivados más nocivos. Desaparecen, por ejemplo, aquellos reportajes gráficos sobre noches de alto contenido etílico, incompatibles con el estajanovista que todo el mundo quiere dar como imagen en las entrevistas de trabajo.

«No nos dirigimos necesariamente hacia el secretismo, pero estamos dando un paso atrás para tomar distancia. Cada vez más usuarios se preguntan cómo utilizar correctamente las redes sociales y se muestran apegados al concepto de intimidad, fundamental en la identidad moderna», explica Daniel Post Senning, especialista en protocolo y coautor de la nueva edición del manual de buenos modales creado por su tatarabuela, Emily Post, archiconocida en Estados Unidos. Igual que su antepasada enseñaba a utilizar los cubiertos, Daniel da lecciones para no excederse en las redes. «Lo que ella escribió hace 80 años sigue siendo válido hoy. Cuando escribes algo a tu nombre, tienes que estar seguro de que no lo acabarás lamentando. Tienes que responsabilizarte por lo que has escrito», apunta.

La última en sumarse a esta causa ha sido Randi Zuckerberg, la hermanísima del fundador de Facebook y exdirectora de Marketing de la empresa hasta 2010. Ahora lidera el proyecto Dot Complicated, que intenta sacar de apuros a los que han perdido el norte digital. «Cambié mi estatus sentimental a comprometida en 2007, compartí mis fotos de boda en 2008, anuncié mi embarazo en 2010 y me convertí en esa madre que no deja de colgar fotos de su bebé en 2011», reconoce Zuckerberg en el mea culpa inaugural de su web. «Pero siempre deseé tener a mi lado a un amigo que me soltara: “¿No crees que agregar a alguien en Facebook cinco minutos después de conocerlo puede parecer un poco desesperado?”». Eso es lo que pretende ser ahora Randi: un tribunal que ofrece consejos semanales sobre cómo no perder la dignidad en la Red.

Las auténticas tendencias son transversales y esta no parece ser una excepción. Del ciudadano anónimo a la superestrella, el impulso es atrincherarse para proteger lo íntimo de una luz pública algo excesiva.

Desde hace meses, decenas de celebridades abandonan los 140 caracteres hartas de las consecuencias. La última en explicitar ese sentimiento en alto fue Jodie Foster en su aclamado discurso de los Globos de Oro. «La privacidad. Algún día miraremos atrás y entenderemos lo bella que fue una vez», comentó entre aplausos. Que lo dijera quien anunció públicamente su homosexualidad distorsionó un poco el mensaje, pero sus palabras resonaron durante días: «¿Qué es una figura pública hoy? ¿Alguien con más de 1.000 seguidores? ¿Tendríamos que asumir que todos somos personajes públicos y que todos estamos expuestos a las críticas?», le respondió Randi Zuckerberg. Su hermano Mark, partidario de una doctrina similar, ya había decretado hace unos años que la privacidad era «una norma social que había evolucionado» hasta prácticamente desaparecer. Pareció la ilustración pop de la teoría de la postprivacidad que pregonan pensadores como Anthony Giddens y Richard Sennett. O David Brin, el autor de La sociedad transparente, que hoy apostilla: «La vida privada no desaparecerá, pero se verá redefinida. Para conservarla, tendremos que ser capaces de devolver la mirada. Y lograremos mantenerla cuando podamos saber quién nos está viendo. Así es, por ejemplo, como conservamos la privacidad hoy en un restaurante».

Para la periodista Casey Johnston, especialista del asunto para el veterano portal Ars Technica, la convergencia hacia un mundo sin fronteras entre lo público y lo privado se ha visto frenada. «No creo que nos dirijamos a la transparencia total, más bien al contrario. Antes estábamos seguros de que nuestros actos en Facebook no tendrían mayores consecuencias. Ahora entendemos que las repercusiones pueden ser raudas y despiadadas». Johnston anticipa un futuro en el que el reflejo del espejo virtual mostrará solo una de nuestras múltiples caras: «La gente aprenderá a ser más cuidadosa y a enseñar solo una parte de su vida o personalidad. El perfil será menos realista, pero también más seguro».

Si la esfera virtual no se autorregula, los gobiernos no descartan tomar cartas en el asunto. El Parlamento Europeo debatirá esta primavera la necesidad de legislar sobre el llamado derecho al olvido, la posibilidad de suprimir datos personales que aparezcan en la Red. Un horizonte al que se opone el lobby de Internet de manera feroz. «El término es ambiguo y, si se aplica de manera estricta, puede poner en peligro la libertad de expresión», confirma Christopher Wolf, abogado especializado en el respeto a la intimidad y fundador del think tank Future of Privacy. Pese a todo, opina que será imposible frenar la tendencia a una mayor protección. «Las compañías que recolectan y almacenan datos personales se dan cuenta de que su negocio no prosperará si el usuario no puede confiar en ellos. El respeto a la intimidad se ha convertido en un imperativo», explica. Si en el siglo pasado exigimos nuestro cuarto de hora de fama, en el actual puede que matemos por 15 minutos de olvido.

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