Por qué ‘Queer Eye’ ha merecido el enganche televisivo del verano
El ‘reality’ de cambio de imagen de Netflix estrenaba su cuarta temporada en julio. A pesar de los cambios y las críticas, el programa ha seguido causando el mismo efecto: maratones ante la pantalla y muchas lágrimas. Aquí los motivos por los que no he podido parar de verlo.
Va por su cuarta temporada pero sigue reblandeciendo corazones de manera irremediable. Solo hace falta introducir en el buscador de Twitter: «Queer Eye llorar» para ver cómo los resultados se despliegan en un scroll infinito. La imposibilidad de ver un solo capítulo sin soltar una lágrima de emoción es un fenómeno extendido al que me acabo de sumar.
En un verano en que la actualidad ha estado marcada por incendios trágicos, la crisis del Open Arms, la incertidumbre política o los datos alarmantes sobre la crisis climática; la ficción televisiva tampoco ha puesto mucho de su parte por levantar los ánimos. Un tono pesimista que le ha valido el bautizo como «verano de la ‘teletortura», en el que han triunfado distopías como Years and Years, que pinta un panorama político terrorífico, y docuseries que revisan asesinatos históricos que marcaron a sus generaciones como El caso Alcàsser o la miniserie Así nos ven, que yo he compensando con atracones post almuerzo de Queer Eye.
La primera temporada de esta nueva tanda del reality de Netflix que promete (y cumple) «más que un cambio de imagen» se estrenó en febrero de 2018 -su versión original, Queer Eye For The Straight Guy, se emitió en Bravo entre 2003 y 2007- y en poco más de un año ha alcanzado su cuarta entrega. Al ritmo al que funcionan la producción y el consumo de productos audiovisuales, podría decir que empezar a verlo este verano (y devorarlo en su totalidad) ha sido ‘llegar tarde’, pero me niego. Ya se sabe: en 2019 echarse la siesta viendo el tour no se lleva, más vale emplear ese tiempo en ponerse al día con las nuevas obligaciones sociales, que pasan por ver todo lo que está en todas las plataformas y opinar públicamente sobre ello. Tragarse una serie o un reality solo por el mero gusto de hacerlo, sin pretensiones y para desconectar, puede llegar a percibirse entre lo revolucionario y lo bochornoso. Más si hablamos de realities, un formato denostado tradicionalmente que aunque está cambiado su percepción gracias al público joven, tiende a asociarse a «una clase social baja y una formación académica limitada», como explicaba el periodista y youtuber Daniel Valero a S Moda en este artículo. Y la última vuelta de tuerca a esta moda es recurrir a plataformas «anti Netflix», como Le Cinéma Club, donde cada semana se reproduce en streaming y de manera gratuita una sola película -sí, el nuevo moderno es 1960-.
¿Por qué Queer Eye entonces? En el programa, los Fab Five (los cinco fabulosos que presentan), se reparten cinco aspectos a mejorar en la vida de cada “héroe”, que es como llaman a los protagonistas de cada episodio. Cambian su forma de vestir, la decoración de su casa o habitación, sus hábitos de cuidado pasando por peluquería, examinan a fondo su nevera y, esta es la clave: se meten en el fango de la historia personal de cada uno para devolverles, en cuestión de una semana, la confianza en sí mismos potenciando sus virtudes.»Tienes que verlo porque, de verdad, te hace sentir bien», me recomendó una amiga en la que ahora claramente puede reconocer la influencia de Jonathan Van Ness, el experto en cuestiones de belleza y carisma indiscutible del programa, chasqueando los dedos mientras enfatiza cada frase. Y llevaba razón.
Sin negar lo evidente: mientras lo ves estás deseando que el episodio llegue al final para ver cómo Bobby Berk, el diseñador del grupo cuyo perfil pasa más desapercibido, ha transformado por completo la casa. Ahí es donde toca pelearse fuertemente con el ansia consumista que te empuja a planear una remodelación inminente de tu espacio con la convicción de que es exactamente lo que necesitas para sentirte mejor. También pasa con Tan France, el experto en moda británico de origen pakistaní, que tienen un don para remeter camisas en el pantalón y transformar la apariencia y la actitud en la vida a través de la ropa. Pero no es con eso con lo único que los Fab Five te atrapan. Son imperdibles sus conversaciones con los héroes. El programa se ha grabado entre Georgia y Misuri, al sur y al medio oeste del país y su objetivo principal -ampliado en las últimas temporadas en las que también han participado varias mujeres, una persona trans y algunos hombres negros- son los rednecks (el estereotipo de hombre blanco del interior del país).
Nada a contracorriente respecto a otros realities, esos en los que el todo vale con tal de ganar de audiencia es la máxima y donde no se cortan en meter el dedo en la yaga de la historia de los participantes aunque escueza. De hecho, la preocupación por los desenlaces fatales que se dan en ocasiones en estos programas perjudicando la salud mental de los concursantes ha provocado recientemente una crisis en Reino Unido, donde el gobierno investiga los casos de tres participantes -uno de The Jeremy Kyle Show, ahora cancelado, y dos de Love Island- que se han suicidado tras su paso por el programa. En Queer Eye se pone el foco en el relato personal también, pero para subrayar lo bueno y a través de una comunicación que, por mucho guion que haya detrás marcando la pauta, se siente real. Nerds o granjeros recién divorciados que aseguran que no han conocido a un hombre homosexual en su vida y acaban llorando, desquitándose de sus constructos masculinos, para rematar diciendo que no saben qué harán sin los Fab Five en su día a día.
Hay lugar para lo político. Son habituales las alusiones al clima político y social del país, como cuando Van Ness y Antoni Porowsky hablan de las diferentes formas de ser aceptados como gais: no es lo mismo ser “un Jesús gay [por su melena larga] que lleva tops” y tacones, que ser gay pero de apariencia hetero, le puntualizaba el experto en belleza a su compañero cocinero, que le daba la razón. Y la escena más comentada de la tercera temporada, que protagoniza Karamo Brown (activista y experto en cultura que es en realidad una suerte de coach personal y profesional) junto a un policía votante de Trump sobre la brutalidad policial, rinde buena cuenta de ello. La conclusión entre ambos es que hace falta hablar(se) más.
Claro que Queer Eye tiene carencias. Sin perder de vista que es un reality, y por muy sorprendentemente habilidosos ante la cámara que sean sus expertos y los héroes, el programa va de vender moda y productos y todo un estilo de vida exitoso cuya vía para alcanzarlo es el autocuidado y el cuidado ajeno, sí, pero a través del consumo. Algo para lo que, a su vez, “hacen falta dinero y tiempo, que es dinero”, como apunta Amanda Hess en The New York Times con un artículo sobre El nuevo consumismo espiritual que promueven programas como Queer Eye o plataformas como Goop. “El cambio de imagen está diseñado como una conversión casi espiritual. El significado de la vida alcanzado a través de unas elecciones de consumo mejoradas”, escribe con atino. Otra parte de la crítica apunta al uso de la etiqueta queer, como hace Rachel Charlene Lewis en Bitch Media, que señala que el programa se deja fuera un amplio abanico de identidades tanto en su equipo de Fabulosos como entre los héroes, sin representación para, por ejemplo, mujeres negras queer como ella. Y aún así, reconoce la importancia del programa y su impacto en la cultura pop y en el entendimiento de los espectadores (hetero) respecto a la comunidad LGTBQ.
Aunque en la última temporada hayan cogido más protagonismo sus presentadores, ahora consagrados como celebrities, la esencia del programa: comunicarse y entender al de enfrente promoviendo un discurso de respeto y cuidado, se mantiene. ¿Que si ha merecido la pena el enganche? «Yass queen!«.
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