Zahara: «Me siento manoseada, no se ha visto ‘Puta’ como un ataque al sistema, sino como una herramienta política»
Con su último álbum de estudio, la jienense sacó sus traumas y abusos a debate para exponer las raíces podridas del maltrato y del machismo, pero bastó una imagen simbólica de su gira para que, en boca de todos y en manos del tiempo mediático que dicta la ultraderecha, se tergiversase todo ese esfuerzo: «Descubriré cómo me ha afectado con los años, todavía estoy demasiado dentro».
Zahara (Úbeda, 38 años) dice que se siente “manoseada”. También “incómoda” y “manipulada”. Le pasa desde mediados de agosto. Desde que su nombre llegase a los telediarios, a ser trending topic varias veces seguidas, a canalizar, sin pretenderlo y por las formas en las que pasó, las conversaciones de sobremesa veraniega. España entera hablaba de Zahara, pero no lo hacía porque en su último álbum, el que lanzó a finales de abril, Puta, la jienense se abriese en canal sobre el dolor y la culpa femenina. Tampoco porque en esas letras rememorase el bullying y los abusos (sexual y psicológico) que había padecido durante su vida ni porque en esas canciones señalase a una gran discográfica, como Universal, por condescendencia y sexismo. No. De Zahara se hablaba desde la partida del bar hasta el último rincón de Twitter porque diversos grupos religiosos, con la ayuda y altavoz de Vox, se habían marcado el tanto de retirar el cartel de su concierto en Toledo, el del pasado 3 de septiembre. La promoción del show mostraba a la artista vestida de la Virgen, sosteniendo a un muñeco que emulaba al niño Jesús con una banda azul celeste con ribetes dorados de miss en la que se podía leer el nombre del álbum, Puta. Una imagen en sintonía con todas las que Beigott/Noemí Elías había tomado para promocionar ese trabajo y su portada, algo que llevaba viéndose meses en los circuitos de la industria y los medios sin ningún alboroto, pero fue abrir la boca la bancada de la ultraderecha para gritar ofensa y la censura cobró efecto: su imagen desapareció de la web del festival Toledo Alive. Paradójicamente, la artista que encumbró MySpace a inicios de los 2000, la que llegó al gran público gracias al empuje de aquel optimismo y cariño que marcaban los inicios de las redes sociales, ahora desconfía de ellas. Sin cuenta de Twitter desde enero, lleva desde esa polémica sin leer los mensajes que le llegan por Instagram. Casi ni mira su móvil. Prefiere no saber nada más.
“No sé cómo decirte cómo llevo esto. Descubriré cómo me ha afectado realmente con los meses y los años. Todavía estoy demasiado dentro”, cuenta la cantante, preguntada por los efectos de esa polémica, en una conversación por Zoom de camino al dentista una mañana a finales de septiembre. Con la gira aplazada hasta enero-febrero y hasta que se equilibren las normativas para los conciertos en interiores, Zahara ha tenido tiempo para parar y retomar la lectura (sí, también está leyendo a Sally Rooney pero quien le ha roto los esquemas y no deja de recomendar es Todo lo que sé sobre el amor, de Dolly Alderton). Sigue sin entender cómo ella, que se siente “como una artista muy pequeña a la que solo conocen de verdad mis seguidores” acabó así de expuesta. Aunque asume la provocación que supone su trabajo, aclara que esa nunca fue la conversación, en contenido y forma, que quiso plantear.
¿Se ha sentido juzgada por debates ajenos a los que buscaba al lanzar Puta?
Cuando llegó este disco y cuando lancé Merichane, al inicio hubo un poco más de impacto del habitual por todos los episodios personales que contaba y que llegaron a más público, digamos, a más gente de la que ya me conocía. Aquello fue maravilloso porque fue más controlado, como en un redil, en una zona de seguridad personal. Lo del cartel me pilló por sorpresa y en un momento en el que no me lo esperaba. Estuve en boca de todo el mundo, pero no se hablaba de la obra en sí, de qué es Puta, de lo que significa, del porqué de esa portada, de cómo esa imagen también forma parte de una denuncia a un sistema heteropatriarcal, un ataque a los abusos, a las violaciones y a la presión sobre las mujeres. En lugar de que se estuviese hablando de todo eso, solo se le estaba dando publicidad a otras personas, como una herramienta de promoción a otros políticos. Se estaba utilizando mi imagen no para hablar de la obra, sino porque simplemente era lo que tocaba. Me sentí manoseada de una forma muy incómoda.
Puta contiene una potente carga política que parte de su propia intimidad, pero la noticia se quedó en la supuesta ofensa a una imagen religiosa. ¿Qué conclusión saca?
Pues que al sistema no le interesa hablar de los problemas reales de las mujeres. Yo he sido noticia, pero no lo he sido por lo que estaba contando el disco. Yo había explicado mi historia de maltrato y abusos muchas veces, por lo que había pasado. Todo eso ya se sabía y no creía que lo tenía que contar más, me resultaba hasta extraño tener que repetirme, pero en aquel momento no podía entenderlo. No era que estuviese en todos los programas de televisión, en todas las noticias, sino que no se aprovechara ese momento para hablar de lo que realmente, creo, importa. Y eso son las vejaciones que sufrimos las mujeres durante nuestra vida. Viendo que ahí ya no pasó, te puedo asegurar que aquella exposición social no fue agradable, la verdad.
No parece muy animada.
Me va a días. Hay días que me digo “todo es un mierda” y otros que pienso “ojalá sirva para algo”. Hoy me pillas negativa, pero es una de las dos conclusiones que he sacado en estos nueve meses. Que estas cosas solo nos importan a nosotras. No te voy a negar que siento que en la industria decían: “Vale, muy bien, dilo, es el momento, pero no vamos a hablar tanto de esto”. Todo esto genera mucha incomodidad. Obviamente era una de las cosas que quería provocar, pero tengo la sensación de que en mi profesión tampoco se quiere profundizar. Sienten que hay cosas más importantes.
¿Y cuál es esa otra conclusión?
Una lectura positiva. No esperaba encontrarme con compañeros que me han dicho: “Tía, recuerdo cuando esta época tuya, los chicos te llamaban de todo, y yo pensaba: ‘Pero, por qué os metéis con ella’ y no entendía muy bien qué estaba pasando y decidí ignorarlo. Me siento fatal de haberlo visto, saber que estaba mal y no haber sido capaz de defenderte o decir: ‘Oye, ¿qué coño estás diciendo?”. Esto no lo siento como una victoria, ni mucho menos. Es como un regalo que me ha dado este disco: poder hablar con compañeros de profesión sobre abusos, maltratos, el machismo en la música y poder hacerlo hombres y mujeres juntos. Eso me parece maravilloso.
En las letras de Puta y en varias entrevistas ha señalado a trabajadores de Universal que la denigraban en reuniones, ¿se han puesto en contacto tras revelar esos episodios?
Nadie, absolutamente nadie. Imagino que no les habrá hecho gracia.
¿Cree que les puede la vergüenza?
Espero que sí, la verdad, porque era para meterte ahí y gritar. ¡Pero qué asco! Era una cerdez. Yo era una niña. Ahora, claro, tengo finales brillantísimos de lo que les hubiese dicho en mi cabeza.
¿Sin haber ido a terapia no hubiese escrito Puta?
Mi psicóloga, Paula, ha sido fundamental. El proceso terapéutico no es “me duele aquí, tómate esta pastilla”. Es un puzle gigante con las piezas de tu vida. Cuando lo tuve más o menos montado, al año de terapia, empecé a escribir. El confinamiento fue positivo porque no tenía que complacer a todo el mundo al estar aislada. Me ponía a escribir y pensaba: “Igual es una mierda”, pero como había anulado esa complacencia, fue genial para las canciones. Y allí ella fue mi muleta y mis ruedines de la bici. Nunca me soltó.
En sus letras habla también de sus trastornos alimenticios. ¿Qué relación tiene ahora con su cuerpo?
Mucho más en paz que nunca. La maternidad fue sanadora. Pasé por todo lo contrario a lo que las redes venden. Estuve gorda, flaca y flácida y con las tetas de todas las formas y maneras. Llegó un momento en el que me dije: “Pero tía, con este cuerpo y con esta cicatriz por la que sacaron a tu hijo se ha creado una vida, que es un puto milagro”. Ahora me he dejado de depilar las axilas porque me resulta mucho más cómodo y sexy. Me encanta. La de tiempo que he perdido tapándome granos, rizándome las pestañas o depilándome. Desde que me da igual salgo sin maquillar y sin depilarme y me felicito por ganar 40 minutos al día.
¿Y con las redes cómo se lleva?
Lo que nos agobia de las redes sociales es que no podemos controlar lo que la gente va a sentir. Queremos que todos nos entiendan y que todos nos amen, pero eso no va a pasar. Me fui de Twitter en Año Nuevo. Sufría mucho, pensaba que cada cosa que iba a decir se malinterpretaría o simplemente iba a ofender a alguien, aunque no fuese mi intención. Como no lo sé gestionar, me fui por mi salud mental. Instagram me parece un lugar mucho más amable, pero desde lo que pasó, ese mismo día dejé de mirar prácticamente el móvil y a día de hoy lo mantengo. Antes me encantaba leer que me decían y ahora no. Seguiré haciendo mis conciertos y subiendo lo que me apetezca, pero ya no me hace feliz.
Su disco llega tras una ruptura. ¿Cómo ve al amor ahora?
Desde niña tenía la sensación de que solo iba a estar completa si me querían y si para que pasara hacía falta destruirme, lo hacía. Con los años he localizado ese yonquismo absoluto del amor y el ansia de buscarlo fuera por no ser capaz de tenerlo dentro. Creo que en la adolescencia, cuando abandonamos el apego fraternal familiar, lo buscamos en el primer tío que nos hace un poco de caso o que nos ignora y nos volcamos en una necesidad completamente inestable, insegura y frágil. Mi gran descubrimiento ha sido aprender un poco quién eres y cuando sepas qué es lo que te gusta, adelante. Es como en la película absurda de Novia a la fuga, cuando le dicen: “Hasta que no sepas cómo te gustan los huevos no vayas a casa de nadie a que te los preparen”. Es una cita tontísima, pero siempre funciona porque es tal cual. Ahora ya sé cómo me gustan, eso sí lo tengo claro.
Maquillaje y peluquería: Lucas Margarit (Another Agency) para Nars. Asistentes de fotografía: Brian J. Páez y Edu Orozco. Asistente de estilismo: Paula Alcalde.
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