Vivian Gornick: «Deploro la cultura de la cancelación»
La escritora neoyorquina, que narró su complicada relación con su madre en ‘Apegos feroces’, vuelve ahora con ‘Cuentas pendientes’ (Sexto Piso), unas memorias en las que repasa las lecturas que han marcado su vida.
Cada año se publican en el mundo más de dos millones de libros nuevos. Pero a la escritora feminista Vivian Gornick (Nueva York, 86 años) este flujo apabullante de novedades le es indiferente: prefiere pasar sus días releyendo. La estadounidense regresa ahora con Cuentas pendientes: Reflexiones de una lectora reincidente (Sexto Piso), un ensayo a caballo entre la crítica literaria y las memorias. Revisita las lecturas que definieron su juventud como vehículo para examinar su evolución personal. Las obras de Colette, Doris Lessing o Marguerite Duras le sirven como pretexto para abordar con honradez temas peliagudos como el erotismo, la soledad, el matrimonio o el papel de la mujer en la literatura y en la sociedad. Gornick tiene experiencia enfrentándose a fantasmas. Empezó su carrera como periodista en The Village Voice (“Un periódico que apuntaba a la cabeza de la sociedad con una pistola”, según describe ella misma). Allí aprendió a cubrir movimientos contraculturales en forma de ensayos personales caracterizados por una mirada lúcida e incisiva. Perfeccionó el formato en Apegos feroces, unas memorias en las que desgranaba con minuciosidad quirúrgica la turbulenta relación con su madre, una inmigrante judía de armas tomar que la presentaba a los vecinos diciendo: “Esta es mi hija Vivian: Me odia”. El libro, publicado en 1987, se convirtió en un reciente éxito en varios países de Europa, incluido España, donde ya va por la decimocuarta edición. Desde Nueva York, una jovial Gornick habla sobre el arte de vivir en soledad, sobre las tensiones en el seno del feminismo actual y sobre la experiencia de triunfar entre los lectores jóvenes cuando ya es octogenaria.
Hoy existen redes sociales en las que puedes poner metas de lectura y hacerles seguimiento. En una sociedad donde la productividad está tan consagrada y todos los días se publican nuevos libros, ¿qué sentido tiene releer?
Nada de eso tiene relevancia para mí. No uso redes sociales ni leo a ningún autor contemporáneo (risas). Leo de forma no sistemática y sin metas. De repente, revisas tus propias estanterías y hay algo que te habla: “Ajá, es a ti a quien quiero leer”. Y eso hago.
Nada de literatura contemporánea. ¿Alguna excepción?
Sí, una joven escritora muy famosa, Sally Rooney. Sé que hay toneladas de libros saliendo de las editoriales, muchos de mujeres jóvenes. Estoy muy contenta de que escriban, pero no lo sigo.
Entonces no sufre lo que los estadounidenses llaman miedo a perderse algo o FOMO (siglas en inglés, de Fear of Missing Out’).
Soy demasiado mayor para eso. Existen ventajas en envejecer. No hay nada que me dé miedo perderme.
Buena parte de su obra gravita en torno al estar sola. Con la pandemia, muchas personas se han visto obligadas a pasar mucho tiempo en soledad y han sufrido en consecuencia. Como alguien que ha elegido la soledad de forma deliberada, ¿qué le hubiera gustado decirle a esa gente?
¿Cómo se aprende a estar consigo mismo para que se experimente el estar solo, que es bueno, pero no la soledad, que es mala? No hay receta. Solo tienes que vivirlo para adquirir la habilidad, lidiar con ello y no dejar que te destruya.
En Cuentas pendientes cita a la sufragista Elizabeth Stanton y habla de cómo veía en la igualdad de derechos para las mujeres una herramienta para combatir la naturaleza solitaria de la vida. ¿Puede hablar un poco más sobre esa idea?
Ella lo llama la soledad del yo. Podemos vivir en medio de una multitud, llevar una vida increíblemente social y sin embargo, en los momentos cruciales, nos sentimos completamente solos. Ella tenía experiencia porque era una radical y, cuando el movimiento feminista del siglo XIX se tornó conservador, se encontró sola. Eso le dolió tanto que empezó a pensar en la realidad subyacente de la vida: que nacemos y morimos solos. Y encima las mujeres son ciudadanas de segunda clase. Stanton dijo que la política estaba destinada a aliviar las miserias de la vida, no a aumentarlas.
Ya sabe que en España Apegos feroces ha sido un éxito total. ¿Qué siente al constatar que algo que escribió hace más de 30 años puede tener vigencia entre la gente joven?
Sucedió por el movimiento #MeToo. Años después de la segunda ola feminista, las mujeres jóvenes vieron que habíamos logrado muy poco y se despertaron con rabia. Esa rabia ha provocado una reacción en todo el mundo occidental y se redescubrieron mis libros. Me asombra lo que ha sucedido. Menos mal que aguanté con vida, ¿verdad? (ríe).
Dice que se ha logrado poco, pero sí hemos visto a hombres afrontar las consecuencias de sus actos. Y tenemos todo el debate sobre la cultura de la cancelación. ¿Cuál es su opinión?, porque ahí sí se ve una ruptura con respecto a la segunda ola.
La cultura de la cancelación surgió de lo políticamente correcto. Los movimientos de liberación en los años setenta y ochenta eran sencillos, simples, directos: identificaron a las mujeres, los negros y los homosexuales como desposeídos. Queríamos igualdad política, social, cultural. Las demandas por la igualdad y los derechos para todos asustaron a la clase media y heterosexual, blanca y liberal, y de ahí surgió la corrección política. De lo políticamente correcto creció la cultura de la cancelación. Internet lo ha cambiado todo. El asunto está fuera de control, es tan puritano… Es horrible cómo la gente puede perder su trabajo por decir una palabra de más. Deploro la cultura de la cancelación, pero nunca saldría en su contra porque entiendo sus raíces. Vivimos un momento en el que enormes grupos de personas se enfrentan entre sí de manera muy activa, como no lo hacían cuando era joven. Nadie entenderá realmente lo que está sucediendo hasta que todos estemos muertos, hasta que la próxima generación tome el relevo. Nadie entiende nada mientras lo vive.
¿Cómo sobrevivió a los apegos feroces, a esa relación tan cruda que mantuvo con su madre?
Poniendo un pie delante del otro. Seguí viviendo. ¿Cómo nos convertimos en lo que nos convertimos? Muy lentamente y con ayuda de los demás. Todos sobrevivimos. A mucha gente Apegos feroces le parece brutal, una juventud brutal a la que sobreviví, pero yo nunca pensé en ella así. Toda la gente que conocía creció de la misma forma, con los mismos padres ignorantes y con la misma falta de comprensión psicológica. Todos sobrevivimos. Tú misma estás sobreviviendo.
En Asuntos pendientes recuerda que, cuando tenía ocho años, su madre cogió unas tijeras y cortó adrede un trozo de un vestido que deseaba llevar a una fiesta. Se pasó décadas reprochándole el incidente y ella negando que hubiera sucedido. Y un día, de pronto, la creyó.
Fue una experiencia poderosa. Te das cuenta de lo defectuosa que es tu propia memoria y de que estás psicológicamente impulsada a sentir que has experimentado esto o aquello. Y lo has experimentado, pero muy a menudo te equivocas en los detalles. Vives tan cerca de la sensación de humillación, de haber sido tratada injustamente, que inventas cosas para sobrevivir al sentimiento.
Ha escrito mucho sobre la contradicción vital inherente a toda feminista: que mantenemos relaciones íntimas con nuestros opresores. ¿Cómo se ha desarrollado eso en su vida personal, en el amor?
Cuando me convertí en feminista, estaba a punto de querer divorciarme de mi segundo marido, pero aún no había llegado a ese punto. El feminismo me hizo comprender lo que me molestaba y quise divorciarme. Él era un hombre perfectamente decente, pero actuaba como un hombre, de una forma que me vulneraba. Muchos matrimonios se rompieron y mucha gente tuvo peleas terribles con sus familias. Caminamos sobre cáscaras de huevo mucho tiempo, pero te sentías fortalecida porque había un movimiento que te hacía compañía.
En el feminismo encontró esa compañía, pero en todo movimiento social siempre existen tensiones entre las partes. En su tiempo, fue muy aguda la que hubo entre las feministas negras y blancas. Y ahora estamos viendo que se da la misma división con las feministas transexcluyentes. ¿Qué piensa de este tema?
Evidentemente, no se ha aprendido la lección. El mundo tarda mucho en cambiar. El racismo permanece inmutable. Para mí, confirma mi idea de que el cambio social es muy lento y se necesitan muchas generaciones para cambiar la sociedad. Creo que en estos 40 o 50 años las mujeres y los homosexuales han progresado más de lo que jamás se hubiera podido soñar. Tú y yo no estaríamos aquí juntas hace 40 años, tú no estarías haciendo lo que estás haciendo ahora. Cada vez que veo a una mujer joven haciendo algo que sé que no podría haber hecho hace 40 años, me siento muy orgullosa. Siento que ayudé a ponerla allí.
Hablando de progreso: tras la segunda ola de feminismo que vivió, hubo una reacción contrarreformista en la década de los ochenta. ¿Cree que vamos a experimentar algo parecido?
Ahora ni siquiera hay tiempo para que haya una reacción violenta. Se lucha a favor y en contra a la vez. Mira el tema del aborto. Hace muchos años, pensábamos que después del caso Roe versus Wade [la sentencia de la Corte Suprema de Estados Unidos que despenalizó el aborto en 1973] ya teníamos aborto, que había terminado, pero no es así en absoluto como puedes ver. Cuarenta años después, están tratando de deshacer la ley nuevamente. Son problemas que tardarán mil años en encontrar solución.
¿Mil años? No me diga eso.
Mira, la cosa es así: vivir una vida de lucha ilustrada es algo grandioso, un privilegio. La vida de mi madre y de muchas otras fueron vividas en quietud: en silencio, en aquiescencia, sin educación, sin agitación. Por eso la mayoría de las mujeres se sentían miserables, porque no había forma de expresar lo que sentían, lo que vivían. Ahora tenemos la suerte de participar en la gran lucha. Tenemos suerte de vivir vidas agitadas. Tú tienes suerte también.
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