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Veo gente muerta, por Javier Calvo

Hay personas que fingen su propia muerte y hay identidades suplantadas.

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Poca gente conoce esta anécdota (comprensiblemente, porque es bastante ridícula), pero Alfred Nobel decidió crear el premio que lleva su nombre después de leer su propia necrológica, en la que se le calificaba de «mercader de muerte» por sus actividades como inventor y fabricante de armas y explosivos.

Nobel se unió así al club no tan selecto de gente que ha leído su propio obituario. Y digo no tan selecto porque es una situación más común de lo que creemos. La lista de afectados incluye muchos nombres conocidos. Los poetas Baudelaire o Coleridge; la Reina Madre de Inglaterra; Bob Hope (varias veces), Jeff Goldblum o Macaulay Culkin; Whitney Houston, Neil Young, Britney Spears, Nelson Mandela o Juan Pablo II; todos se enteraron de su propia muerte leyendo la prensa.

El año pasado el cantante Axl Rose fue encontrado muerto en su casa, a lo que él respondió preguntando públicamente si, en calidad de muerto, tenía que seguir pagando impuestos. Paul McCartney fue declarado fallecido por varios medios en 1969 y sigue habiendo bastante gente que piensa que lo está. El activista por los derechos del pueblo africano en la diáspora Marcus Garvey murió de un ataque al corazón a consecuencia de leer su propia necrológica (no muy favorable) en el periódico.

La mayoría de estos casos, es cierto, son achacables a la cultura de la celebridad y a la pura especulación mediática. Hay necrológicas que se publican por error, hay gente que finge su propia muerte y hay suplantaciones de identidad. Hay gente que es dada por muerta tras desaparecer o sufrir accidentes graves. Hay cadáveres mal identificados y nombres que coinciden. Todas estas son situaciones subsanables.

Sin embargo, en la gran mayoría de casos el problema es más grave. La burocratización de nuestras vidas primero y la informatización después han facilitado que cada vez más personas acaben muertas en vida. Y el problema es que, una vez muerto, como se sabe, no es tan fácil volver a la vida.

Se estima que uno de cada 200 registros anuales de defunciones en la Seguridad Social de Estados Unidos es erróneo. Esto se traduce en 14.000 muertes falsas al año, 54 al día. Mil al mes se deben 
a «errores» de entidades de crédito. Otras muchas, según los expertos, obedecen a problemas informáticos o a gente que «se equivoca pulsando un botón». En cualquier caso, los afectados a menudo se ven sumidos en procesos judiciales para «volver a la vida» que pueden durar el resto de sus vidas o directamente matarlos.

Pero la situación más famosa y escalofriante se da en el estado indio de Pradesh, donde incluso existe la Asociación de Gente Muerta de Pradesh (casi un argumento de ciencia ficción). La razón de esta acumulación de muertos vivientes es un fraude habitual allí, según el cual si alguien quiere tus tierras o propiedades, te declara muerto y pasas a estarlo legalmente, con el agravante de que luego la gigantesca burocracia india carece de mecanismos para invertir el proceso.

Liderada por el famoso activista Lal Bihari, la Asociación lucha por los derechos de los muertos con toda clase de armas. Bihari ha llegado a cometer delitos y a enfrentarse con la policía a fin de obligar a las autoridades a reconocer que está vivo. Otra estrategia publicitaria que usó es inscribir su nombre como Lal Bihari Mritak («Lal Bihari el Muerto»), lo cual hizo que se popularizara el apodo de mritaks para los muertos vivientes de Pradesh. La historia es una metáfora hermosa y terrible de la exclusión y la marginalización, y también de lo frágiles que son nuestras vidas cuando dejamos que se conviertan en puras construcciones burocráticas.

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