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Sofás sensuales, mesitas con espejo y erotismo de los 90: el ‘cocaine chic’ reemplaza a la estética milenial en Instagram

En la era de la austeridad forzosa y la rigidez moral, se vuelve la mirada a los iconos del final de milenio que representan todo lo contrario: hedonismo y egoísmo fiestero.

sofas

No estaba previsto y nadie lo vio venir, pero resulta que, mientras estábamos encerrados y sin más vida social que beber por zoom o sentarse en grupos de cuatro en las terrazas, ha emergido una nueva estética que a partir de ahora será fácil ir detectando– así van estas cosas: una vez tienes el nombre de algo, empiezas a verlo por todas partes–. En un comentado artículo en la edición estadounidense de GQ, el periodista Jason Diamond bautiza una categoría visual que empieza a imperar sobre todo en redes como “cocaine chic”.

Para él son cocaine chic los thrillers eróticos de los noventa, como Instinto Básico, las casas que salen en La jaula de las locas, Este muerto está muy vivo y Tres hombres y una pequeña dama, el mármol y el metacrilato y la actuación de The Weeknd en la Superbowl , “patrocinada por cocaína”, según Diamond. El artista se gastó siete millones de dólares de su propio bolsillo para financiar un show que incluía un coro de góspel parapetado tras unos neones ochenteros. Por supuesto, son cocaine chic Al Pacino y Michelle Pfeiffer en El precio del poder, indiscutiblemente “la” película de la cocaína, pero, como queda claro si se lee el libro Nos vemos en el baño, de Lizzy Goodman (Editorial Neo Person), también cabría incluir en esta categoría ese momento de los primeros dosmiles en los que solo había dos opciones: vestir como un Stroke o vestir como Kate Moss.

Las fotos de la modelo en sus fiestas de los noventa, con minivestidos transparentes sin nada debajo representan una era (los noventa) y un lugar (Londres) que Zadie Smith describió a la perfección en su novela Swing Time (Salamandra), cuando todas las fiestas estaban “oficialmente esponsorizadas por una marca de vodka u otra, extraoficialmente esponsorizadas por el cartel de la droga colombiano”. También los famosos looks de Moss en Glastonbury en su etapa con Pete Doherty (el microshort, el nanochaleco, el infravestido) han vuelto a circular en las últimas semanas en Instagram, Pinterest y Tumblr y se citan continuamente como referencia en las prendas que los adolescentes venden en Depop y otras plataformas de compraventa de ropa.

En cuentas como Neon Talk, 80s Deco, The 80s Interior y Obsessed by Neon es donde se está catalogando este look que lo engloba todo, la moda, el diseño gráfico y el interiorismo. En Obsessed by Neon, por ejemplo, coviven fotos de modelos en bikini de ingle despejada y tiro alto (no muy distintos a los que microtangas que están tratando de poner de moda las hermanas Kardashian), con imágenes de mansiones como la Spear House en Miami, con su piscina alargada, sus paredes rosa flamenco y sus inevitables baldosas transparentes, y hay también leggins de lycra y bañeras cubiertas de moqueta peluda.

Para acabar de entender en qué consistiría el cocaine chic, el ensayista Eloy Fernández Porta habla de “energía neobarroca”. Se acuerda del Aprendiendo de Las Vegas de Robert Venturi y cree que el estilo consiste en releer parcialmente las artes aplicadas de los ochenta, “entendiéndolas como un maximalismo vivaz en que lo popular cobra modos y dimensiones aristocráticos”. Su centro neurálgico estaría en California y su expresión más clara serían las narcoarqutitecturas que se popularizaron en las adaptaciones al cine de las novelas de Bret Easton Ellis, según el autor de ensayos como €RO$.

Kate Sennert, escritora y consultora de marcas que ha trabajado para firmas como Google o Tiffany, lleva la exitosa cuenta de Instagram New Age Cocaine, con casi 100.000 seguidores, donde documenta una estética muy específica, la del momento en que los restos de lo hippy se mezclaron con lo disco. Si ella tuviera que confeccionar un moodboard que explicara el cocaine chic incluyiría “unas cuantas copias de la revista AD que vayan de 1973 a 1988, la película Boogie Nights, canciones de Human League y quizá la película El dormilón de Woody Allen”.

Al igual que Diamond, Sennert no para de detectar señales de este renacimiento. “Lo veo en Instagram, en las revistas, en la decoración de las tiendas y hasta en los fondos que se utilizan en las sesiones de fotos. La gente está construyéndose conversation pits en sus casas (los sofás completamente circulares, a veces en un nivel inferior al resto del salón, que se asocian con las fiestas caseras de los setenta), optando por colores primarios y superficies con espejo…todo eso hace no tanto se hubiera considerado de mal gusto. Cuando vuelvan las persianas venecianas de metal y las escaleras con moqueta, entonces sabremos que este estilo ha regresado del todo”.

Rocky Hardy es otro apologeta del estilo cocainómano. De hecho, la frase identificativa de su cuenta de Twitter e Instagram, Cocaine Decor, es “glamourizando el uso de drogas con estilo” y en parte por eso prefiere no dar a conocer su identidad real. Tomó su alias del personaje de Roxy Hardy (Leilani Serelle) en Instinto básico, la amante de Sharon Stone. Para Hardy, la esencia del cocaine chic no está tanto en una época específica sino en un tipo de look que va manifestándose en distintos momentos de la historia reciente. “Mi parte preferida son los primeros 80, pero me gusta pensar en esto como algo efímero, impermanente. Tiene que ver más con cómo te hace sentir un espacio que con un momento específico”. Hardy, que recientemente se ha abierto un Patreon de pago para dar más contenido a sus seguidores, cita como ejemplo de decoración cocainómana la famosa casa de la Quinta Avenida de Donald Trump, obra del interiorista Angelo Donghia. “Algunas de las mejores representaciones de ese estilo vienen de diseñadores gays que fallecieron por sida en los ochenta y primeros noventa”, apunta.

Es lícito preguntarse si tiene sentido que una estética hedonista y apolítica, cuando no directamente reaccionaria, se imponga en un momento en que se valora la certeza moral de lo woke y en la que además arrecia la austeridad radical por culpa de la fuerza dual de una pandemia global y una crisis económica generalizada. En la pregunta está la respuesta. “No es de extrañar que ese concepto suscite un interés nostálgico en una época como la nuestra dominada por un minimalismo mísero: es una época austera, reductiva y ecológica”, cree Fernández Porta.

“Ahora mismo hay algo dentro de nosotros que solo quiere un poco de diversión –apunta Rocky Hardy– el mundo es extremadamente duro y oscuro ¿Por qué no convertir tu casa en una fiesta si estás metido ahí todo el tiempo?”. Y quien dice casa dice armario. “Una de las respuestas que recibo más a menudo en mis posts es ‘ah, pero a mi esto me gusta’. Se supone que todo esto no debe gustarnos. Es demasiado sexual, demasiado trash, demasiado en general. Mi misión es alentar contra la pulsión puritana”.

En el artículo de GQ, Diamond vaticina que la estética cocainómana está a punto de desbancar al estilo midcentury que lleva imponiéndose desde hace una década, todos esos muebles con patitas finas que se han integrado a la perfección dentro del esquema de la llamada estética milenial, esa en la que impera el rosa y el verde menta y en la que las plantas hacen a la vez de sustituto de los ítems de lujo que casi nadie se puede permitir y de muleta emocional ¿Está el mainstream listo para cambiar de paradigma?, ¿veremos en IKEA mesitas lacadas o con superficie de espejo sustituyendo a la Lövbacken, esa que tiene un tablero con forma de hoja en chapa de madera y que tanto ha proliferado en los últimos años?, ¿sustituirán en las perchas de Zara los vestidos con cuello Halter como el de Michelle Pfeiffer en El precio del poder, un clásico perenne en Instagram, y el minimalismo opulento de los noventa a lo Tom Fond a las prendas con estampado floral del cottagecore  y a los cárdigans de punto como el que inspiró una canción a Taylor Swift? No hay nada menos cocaine chic que sus folklore y evermore, por cierto.

Kate Sennert confirma que ese movimiento ya está en marcha y lo ha detectado en el catálogo de Urban Outfitters y de la marca estadounidense de muebles asequibles CB2. “Creo que esta generación ya está mezclando la Estética Millenial con el revivalismo de finales de siglo XX. Se ve en los ubicuos diseños tubulares que beben del estilo Memphis, en el uso de los colores pastel pop en la cartelería, en las formas juguetonas…todo eso es muy distinto al estilo midcentury y bohemio que lo precedió”. Hay que pensar en el regreso del macramé y los tapices y las prendas de ganchillo y punto casero. “Diría que es ahí a dónde se dirige este movimiento. “Lo que lo distinguirá es una mayor influencia de los noventa y los dosmiles, que ya se ha visto en la moda”, añade la consultora.

Para explicar cómo las modas siempre vuelven de manera alterada, convenientemente adaptadas al gusto de la época, Sennert recurre a un ejemplo musical. “Mucha música popular de finales de los setenta y ochenta incluía un saxofón. Incluso las bandas punk, como X-Ray Spex usaban el saxo en muchas canciones. Sin embargo, nunca lo escuchas en las músicas que hacen revival de los ochenta. Creo que esta tendencia a presentar los movimientos de manera más limpia y depurada de lo que fueron en realidad hace estos ejercicios de estilo menos interesantes. Cuando empecé mi cuenta, New Age Cocaine, lo que quería era revivir ese estilo del final del milenio en su conjunto, reflejando la mezcla salvaje de referencias que reinaba”.

A un estilo que glorifica la cocaína y su estilo de vida, se le pueden poner y se le ponen similares objeciones a las que se esgrimieron contra el heroin chic. Se llamó así a la estética que se impuso en la fotografía de moda a principios de los noventa, las imágenes que tomaban gente como Corinne Day y Davide Sorrenti, de modelos como la propia Moss o como Jamie King, que era, en ese momento, adicta a la heroína. De hecho, se dice que la etiqueta “heroin chic” la originó la periodista Ingrid Sischy en un funeral, el de Sorrenti, que falleció en 1997 de circunstancias relacionadas con una droga que apenas acababa de empezar a consumir, a sus 20 años. Sischy al parecer, se giró hacia Francesca Sorrenti, la madre de Davide y también fotógrafa y le dijo: “esto de la heroína no es chic. Esto tiene que parar ya, este heroin chic”. La moda, sin embargo, tiene su manera caprichosa de entender las cosas y la frase empezó en nada a usarse de manera aspiracional, para referirse a un estilo sórdido pero atractivo, degradado pero caro. Apenas tres meses después de la muerte de Sorrenti, el concepto se había hecho ya tan popular en los medios generalistas que hasta Bill Clinton lo citó por su nombre en un acto religioso, un “desayuno de plegaria” de los que reúnen en Estados Unidos a dirigentes del Ejecutivo y el Legislativo con dirigentes de la Iglesia. “No hace falta glamourizar la adicción para vender ropa”, dijo el entonces presidente. “La glorificación de la heroína no es creativa. Es destructiva. No es bella, es fea. Y esto no va de arte, va de la vida y la muerte”.

Rocky Hardy cree que “la gente que consume cocaína entiende mejor el cocaine chic”, pero en Instagram y en los catálogos de las marcas la llamada estética cocainómana puede subsistir perfectamente ajena al consumo de ningún estupefaciente. Solo hace falta un rótulo de neón, una habitación enmoquetada, un vestido engañosamente minimal, con escotes surgiendo de lugares inesperados, y, para más autenticidad, un solo de saxo sonando de fondo.

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