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¿Por qué nos siguen excitando los uniformes?

Policías, bomberos, pilotos, enfermeras o azafatas viven todavía en el imaginario erótico de gran parte de la población gracias a su vestimenta y el estereotipo que representan.

No se me ocurre mejor forma de empezar el tema que citando a Village People, el grupo musical de finales de los 70, cuyos integrantes vestían los principales uniformes que más excitan a las mujeres y también al mundo gay: policía, soldado, vaquero, obrero, motorista, marino… Matando así dos pájaros de un tiro y asegurándose el público homo y hetero a la vez.

Los uniformes más deseados por los españoles

Poco han variado los gustos desde entonces, ya que según un estudio elaborado por refund.me, el proveedor internacional que ayuda a los pasajeros de las aerolíneas a reclamar sus derechos frente a problemas aéreos, los policías, pilotos y bomberos son los atuendos preferidos por las españolas. La encuesta titulada Los hábitos de viaje y reclamaciones de los españoles, fue elaborada con el objetivo de conocer los pensamientos y actitudes de los usuarios españoles del transporte aéreo, entre más de 1.400 hombres y mujeres usuarios de aerolíneas, con edades comprendidas entre los 18 y los 55 años y procedentes de todas las comunidades autónomas de España. Aunque no se ve mucha conexión entre la erótica de los disfraces y el fin último de esta empresa, el trabajo ha arrojado los siguientes datos: el 29% de las encuestadas reconoce haber fantaseado alguna vez con un atractivo policía, mientras el 27% lo ha hecho con pilotos y el 18% con bomberos. Los cuerpos de tierra y mar le siguen en cuarta posición, primero para los soldados, que provocan al 13,7 % de las participantes, y después la marina. Su atuendo blanco pone moradas a un 11,6% de las encuestadas.

La web de encuentros extraconyugales Gleeden ha realizado también un estudio para averiguar el ranking de las profesiones más calientes del verano. El 41% de los encuestados confiesan que les ponen los uniformes. Parece que en época de vacaciones los hombres fantasean, en primer lugar, con las azafatas, le siguen las guías turísticas (el 22%), recepcionistas de hotel (17%), niñeras (11%) y camareras (6%).

Mientras el 37% de las mujeres lo hacen con socorristas; en segundo lugar, 1 de cada 4 participantes, se siente atraídas por un músico, para que les haga una actuación en privado; le siguen los bomberos (17%), los barman (14%) y los médicos (5%).

Otro listado de preferencias, en este caso masculinas, proviene del blog del Dr. Mark Griffiths, un psicólogo y profesor en la Nottingham Trent University, en el que parafraseando al Visual Dictionary of Sex (editado por Dr. Eric J. Trimmer) hace un listado de los uniformes o disfraces que más provocan la imaginación de los hombres: cheerleader (animadora), camarera, enfermera, mujer de la limpieza, secretaria, oficinista y colegiala están en los primeros puestos.

Matt Bomer, el hombre de los mil uniformes.

Cordon Press

Los motivos de la fascinación

El tema de por qué los uniformes suscitan todavía nuestras fantasías, incluso entre los que fuera de la cama se muestran más bien alérgicos a cualquier tipo de autoridad o uniformidad, cuenta con multitud de respuestas, tantas como vestimentas, y elegir la que está más cercana a la realidad es como intentar explicar el inconsciente. Aún así, no faltan intentos. Para empezar, es obvio que determinados cuerpos de seguridad nos garantizan una cierta forma física, ya que a los integrantes del ejército o las fuerzas del orden se les suponen personas entrenadas y no sedentarias. Aunque no hay más que ir a Nueva York y comprobar como ciertos policías carecen de armas para combatir la atracción hacia la comida basura; muy al contrario a los polis tailandeses, por ejemplo, que exhiben unos trajes ceñidos a más no poder, que desatan fantasías en ambos sexos.

Por otro lado, el uniforme arrastra estereotipos, que se supone reúne ciertas cualidades y virtudes. La idea de lo que representa es, por tanto, lo que nos excita. Según Santiago Frago, sexólogo y codirector del Instituto Amaltea, centro especializado en sexología, en Zaragoza,”normalmente la idea que se tiene de un bombero, soldado o policía, incluso de un médico, es la de alguien fuerte, poderoso, que sabe tomar las riendas del asunto y solucionar los problemas, un protector. En el fondo, una persona a la que entregarle el timón de la relación sexual, la responsabilidad de nuestro placer. Es un poco lo que ocurre en 50 Sombras de Grey. Ella es la alumna sumisa que aprende y él, el que enseña y da las pautas. Los hombres, sin embargo, suelen fantasear con mujeres accesibles y dispuestas en cualquier momento”.

Pero el argumento más ingenioso que contesta a esta pregunta viene de la mano de The Philosopher’s Mail, el periódico online de The School of Life, esa asociación empeñada en ofrecernos ideas, programas y servicios para vivir mejor y más sabiamente el día a día. El artículo titulado What do the things that turn us on mean? A brief theory of sexual excitement, dice: “a pesar de que nuestro entusiasmo erótico puede sonar algunas veces  raro y extraño, está, de hecho, motivado por una búsqueda de lo bueno, por un afán de una vida marcada por el entendimiento, simpatía, confianza, unidad, generosidad y bondad. Las cosas que nos excitan son, en el fondo, soluciones a lo que tememos, símbolos de cómo nos gustaría que fueran las cosas”. A continuación pasa a poner ejemplos en los que se cita el problema y la solución. En el apartado de los uniformes, el conflicto está en que “nos da miedo que la autoridad sea hostil, que no entienda nuestras necesidades, que haga nuestras vidas irritantes y aburridas. Todo lo que nos gusta está prohibido y se nos requiere que estemos domesticados y seamos una versión muy poco interesante de nosotros mismos”.

Tras este panorama, que bien podría ser una radiografía de la sociedad española, pasa a dar la explicación, “la fantasía sexual que envuelve a gente con uniforme es una solución imaginaria a nuestro miedo a la autoridad. En nuestros juegos sexuales reducimos su poder sobre nosotros. Ahora la autoridad juega a nuestro favor, dándonos la atención que necesitamos, ya no son nuestros enemigos, sino nuestros colaboradores. Imaginamos una utopia en la que la organización y el orden existen para hacernos sentir que todo es más fácil y relajado para nosotros ”. De ser cierta esta teoría, vender disfraces de policía y políticos podría ser una gran oportunidad de negocio que no hay que perder.

El artículo repasa algunas de las fantasías más comunes para demostrar que si nos gusta que nos peguen unos azotes en determinados momentos, eso no significa que seamos masoquistas; de la misma forma que si jugamos a la dominación no necesitamos ser, por narices, unos sádicos. Más bien lo contrario, las fantasías son una forma de exorcizar esos bajos instintos. Santiago Frago apunta como “se han hecho estudios psicológicos en los que se demuestra que las personas violentas o que han agredido a otras, tienen muy poca capacidad para la fantasía, un escaso nivel de imaginación y de poder recrear sus pensamientos”.

El libro ‘Pink Box: Inside Japan’s sex clubs’ muestra la vida de los fuzoku: donde permiten practicar sexo con azafatas, mujeres vestidas de colegialas y todos los trajes imaginables.

Pink Box

El paraíso japonés

Si hablamos de uniformes, y por extensión disfraces, Japón es el paraíso para llevar a cabo cualquier tipo de locura, aunque, paradójicamente, es también el país que menos sexo practica. El libro Pink Box: Inside Japan’s sex clubs, de Joan Sinclair (Abrams), compuesto en su mayoría de fotografías, nos acerca al mundo del fuzoku (comercio del sexo), un universo a la vez público y secreto, legal de puertas para afuera pero con prácticas catalogadas de ilegales en muchos casos, y en donde el cliente tiene siempre la razón, pero al mismo tiempo, debe seguir unas normas muy estrictas. Estos clubs permiten practicar sexo con azafatas, mujeres vestidas de colegialas y todos los trajes imaginables, y hacerlo en escenarios recreados a voluntad: vagones de metro, oficinas, interior de un avión, granjas de cerdos…

Los japoneses, grandes fetichistas de los disfraces, cuentan también con todo un atrezo para el pene, gracias a la técnica del kokigami, un juego erótico que consiste en disfrazar al miembro con trajes de papel o tela para sorprender y seducir a la pareja. Las sex shops cuentan con un variado repertorio de vestimentas. El jueguecito ya era practicado por la aristocracia japonesa en el siglo XVII. Ya saben, se empieza por vestirlo, luego se le pone nombre, se le confecciona una personalidad y un discurso y acaba siendo el tirano de la casa.

Lo que sí me extraña es que a estas alturas no hayamos avanzado mucho en cuestión de gustos sobre uniformes y disfraces, cuando el imaginario de buenos y malos ha cambiado bastante en los últimos tiempos. En Internet he visto que ya hay conjuntos de enferma/o mental, minera, tarta de fresa o vendedora de pollos.

¿Qué tal el de político corrupto; becario, que sustituiría al de esclavo, o bloguera de moda? El cambiar de personalidad y actuar como tal, algo que también requiere el arte del disfraz, es tan viejo como el mundo y en España lo llevamos practicando desde largo, gracias al carnaval. Mi madre siempre nos contaba una anécdota para enseñarnos, a mi y a mi hermana, que no merecía la pena gastar mucha energía en agradar físicamente al hombre, porque puesto en faena, a éste le daba igual ocho que ochenta. Una antepasada mía se disfrazó una vez, junto con una amiga, en carnaval y trataron de seducir a sus maridos, que no estaban al tanto del asunto, para comprobar si llegado el caso, brotaría en ellos el gérmen de la infidelidad. Mi parienta ligó con su esposo, y cuando estaba con él en un pajar éste le soltó: “estas sí que son piernas y no las de mi mujer”. Anécdota que no hace sino ilustrar el tremendo poder del uniforme o el disfraz.

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