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Ovación al teatro alternativo

Dar visibilidad a la fuerza de la escena off es el objetivo de Surge, la mayor muestra de teatro de Europa, que se celebra en Madrid este mes.

Teatro alternativo
Mirta Rojo

Cuando Sergio Peris-Mencheta se lanzó a dirigir Incrementum –la historia de un empleado en busca de un aumento– hace tres años en la sala Kubik Fabrik, no se imaginaba que Mario Gas iría a verla y después la programaría en el Teatro Español. Triunfar ahora con grandes apuestas como Un trozo invisible de este mundo (protagonizada por el autor del texto, Juan Diego Botto, y que este año cuenta con seis candidaturas a los Premios Max y se repone en el Matadero) refuerza su apuesta por un teatro no comercial. En su caso, afirma, fue una necesidad: «No siento que estemos haciendo ninguna locura. Esto es nuestra vida», comenta.

Su función de laboratorio de ideas y hervidero de propuestas más arriesgadas es lo que caracteriza a estas salas, a las que quiere dar protagonismo la Comunidad de Madrid del 7 al 31 de mayo con la muestra Surge. Que el fenómeno está muy vivo lo confirman (atención a las cifras) los 93 estrenos y 444 funciones en más de 30 salas, que componen la que será la mayor exhibición dedicada a la creación escénica jamás organizada en Europa.

No es una excusa: solo en los dos últimos años han abierto en Madrid 16 nuevos espacios. Entre ellos, el Teatro del Barrio, La Trastienda, La Puerta de Al Lado, El Off de La Latina, la Sala Nada, Nave 73, Teatro del Arte o La casa de la Portera. En Barcelona también florecen al margen de la propuesta oficial lugares como Àtic 22, Sala Fènix o MiniTea3.

Metro Cúbico, un éxito internacional de Kubik fabrik (Madrid).

D.R.

Juan Diego Botto es uno de los motores de esta revolución. Él se ha hecho con las riendas de la Sala Mirador, ubicada en la escuela de interpretación de su madre (Cristina Rota), en Lavapiés. El mismo barrio en el que su amigo el actor Alberto San Juan ha puesto en marcha el Teatro del Barrio (en la antigua Triángulo). «Más allá de la crisis, las salas de pequeño formato vienen a cumplimentar un vacío que no han sabido llenar ni las administraciones públicas ni los teatros más grandes», comenta Botto.

Nuevos valores. Los primeros en creer en ellas son los directores. La vallisoletana Lucía Miranda, ganadora del premio José Luis Alonso para jóvenes directores, que entrega la Asociación de Directores de Escena de España (ADE), ha visto impulsada su carrera en este tipo de espacios. El humor y la ironía de Perdidos en nunca jamás se repone ahora en Mirador, y asegura que si no fuera por las salas alternativas, su trabajo no se vería en la capital: «Madrid es una guerra. Hay muy pocos teatros públicos y la única manera de que la gente y los críticos te vean es acceder a estas salas».

El caso de Ana Zamora es a la inversa. Después de pasar por La Abadía, el Teatro Clásico y el Centro Dramático Nacional, ha dado el salto a la escena alternativa porque se encuentra en «un momento de búsqueda». A finales del año pasado estrenó en la antigua cárcel de Segovia la obra Penal de Ocaña, que pasó después por Kubik y ahora está de gira. No le gusta generalizar, pero se refiere a estos nuevos lugares como «puntos de referencia de teatro necesario» y opina que nos hallamos en un momento «algo difuso, de reinvención; si se abren tantas salas, es porque hay necesidad de mostrar cosas y, por parte del público, de buscar nuevos formatos».

???El espectáculo Inferno, en la Sala Fènix (Barcelona).

D.R.

Una de las señas de identidad de esta corriente es el precio de las entradas. En Surge, que sigue esta línea, será de 12 euros en todos los pases. «No se trata de dirigirse a un espectador más joven, sino también a gente que no puede permitirse una entrada en un teatro comercial», comenta Juan Diego Botto.

Un dato: las más de 7.000 funciones anuales generan 10.000 empleos sostenibles. Sin embargo, no todos ven tan bonito el panorama: «Sigue existiendo una precariedad insostenible, solo tres de cada 10 actores viven de su trabajo», comenta Fernando Sánchez-Cabezudo, director de Kubik Fabrik-Fábrica de Creación. «Esperemos que este boom no ciegue, especialmente a las instituciones públicas, sobre la realidad de todo esto. Hay ayudas de ministerios, del Ayuntamiento, de la Comunidad de Madrid… pero son insuficientes, no solo para las salas sino para las compañías que vienen, que de taquilla no pueden vivir: con las entradas solo se cubre el 20% o el 25% de la financiación», puntualiza.

«Estamos aquí porque somos inconscientes», bromea Tristán Ulloa. El actor se estrenó como director en el Teatro del Arte el año pasado con En construcción, por la que está nominado al Max a Mejor Autor, y acaba de pasar por Mirador colgando el cartel de «entradas agotadas» cada día. «No es cuestión de convicciones personales, que también. Es nuestra profesión», puntualiza. Para él, el lado positivo de la precariedad es «la libertad creativa; estas salas son el único sitio donde podemos decir: “Al menos tenemos esto”. No hay cortapisas a nivel de corrección política».

En La trastienda (Madrid), La casa de huéspedes, una obra de teatro por capítulos.

D.R.

El carácter de creación de nuevos públicos es algo en lo que también coinciden los responsables de estos espacios. «Trabajamos desde lo social, hay un trato mucho más cercano, se busca identificar a la ciudadanía con estas salas», explica Sánchez-Cabezudo. La suya, que realiza esta labor integradora en Usera, ha lanzado ahora Story Walker, una aplicación que consiste en ficciones sonoras geolocalizadas (para escuchar en lugares concretos) que parten de anécdotas del barrio, y están dramatizadas por autores como Miguel del Arco o Alfredo Sanzol, e interpretadas por Pepe Viyuela o Asier Etxeandía, entre otros.

Más allá de Madrid y Barcelona, el movimiento se expande en provincias. En opinión de Alicia Trueba, del Café de las Artes en Santander, «tener un sitio así ya implica una posición política». Su espacio, un antiguo almacén eléctrico que llevaba 30 años cerrado cuando se rehabilitó, cumple cinco años en junio con una media de butacas llenas del 80% en el ciclo de comedia, el 60% o 70% en circo y un 30% en el teatro contemporáneo.

Otros como Àtic 22, en Barcelona, tienen cifras más halagüeñas. Surgido en marzo de 2013 como un centro aún más alternativo del ya de por sí underground Tarantana, y con un aforo de unas 70 personas, Àtic 22 está destinado a la experimentación e investigación escénica. «Nuestra intención es llegar a gente interesada en propuestas no convencionales», explica su director, Julio Álvarez. Allí lo comunican todo a través de las redes sociales y su propuesta quincenal Ensayar es de cobardes –lecturas dramatizadas en las que el público participa– supera las expectativas. «El mismo día que lo comunicamos, se llena».

El riesgo. También es el leitmotiv para Ramón Barea, actor, dramaturgo y director tras Pabellón nº6 en Bilbao. Esta nave industrial busca visibilizar las producciones vascas. «Queremos posibilitar montajes que de otra forma no podrían hacerse», dice Barea. «Ha habido un poco de narcisismo en esto de la vanguardia. Hay que buscar los intereses minoritarios, no atender solo a gustos generales o a la satisfacción del creador». Su media anual de aforo es un 80% y su último éxito, el musical Cabaret Chihuahua es «un espectáculo vasco-zombi-mexicano sobre el pasado feliz en que vivíamos por encima de nuestras posibilidades», dice Barea. ¿Son estas salas la nueva esperanza? «Siempre se dice que no hay público, que hay demasiados espacios Pero no es así. Cada ciudadano es un espectador en potencia», concluye.

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