¿Mayores LGTBIQ+? Sí, existen, pero muchos siguen «condenados a ocultarse como las ratas»
Poder ser lo que uno es. Algo tan sencillo como eso ha sido imposible para muchas generaciones en nuestro país. Un armario generacional que airea el episodio del podcast ‘¿Puedo hablar!’.
Al final, estando ya en paliativos, Josete no quería morirse. En el último tramo de su vida, después de vivir casi veinte años aislado, prácticamente sin hablar con nadie, encontró en la Fundación 26 de Diciembre a personas que lo acompañaron a morir con dignidad. Nunca antes lo habían cuidado ni casi tratado con cariño y respeto. “Él pudo morir a gusto, sin odio”, recuerda Federico Armenteros: presidente y fundador de la Fundación 26 de diciembre. “Nosotros, por nuestra parte, pudimos experimentar la alegría de ver que una persona se va de este mundo con dignidad y acorde a su deseo. Él quería morir en su casa, con sus cosas, sus recuerdos”. Y la Fundación fue garante de cumplir su voluntad. ¿Cómo quieres morir? ¿Cómo quieres que te cuide? Qué preguntas tan inusuales y necesarias. Hoy, la residencia para mayores LGTBQ+ , pionera en España y levantada en un edificio cedido por la Comunidad de Madrid en el barrio de Villaverde, lleva su nombre: Josete Massá, quien después de toda una vida anulado, pudo morir con alegría.
Pocas veces un podcast se convierte en imprescindible, en memoria histórica viva, en un abrir puertas y ventanas de casas donde han vivido personas escondidas, historias sin contar, sin derecho a existir. ¿Quiénes se encargan de esta bendita ventilación? Por un lado, Perra de Satán (Beatriz Cepeda) y Esnorquel (Enrique Aparicio) entrevistan largo y tendido a Federico Armenteros, memoria viva de la lucha LGTBQ+. ¿Dónde? En el episodio #52 del podcast ¿Puedo hablar!, un espacio donde se puede hablar de todo. Todo aquello que interesa, atraviesa e interpela a sus anfitriones e invitadas.
¿Dónde están las personas mayores LGTBQ+? “Estaban guardados en el armario, y todavía lo están”, afirma rotundo y sin trazas de victimismo Federico. Edadismo y homofobia, dos filtros de nuestra mirada social tan interiorizados que nos hacen ya no discriminar sino convertir en invisibles a este colectivo de mayores. ¿Existen? Sí, pero muchas veces están solos, armarizados otras tantas, y otras muchas en pareja sin formalizar, lo que les deja desamparados frente a situaciones de viudedad de facto pero no de derecho. Duelos y viudedades sin reconocer, sin poder vivirse en lo público. Generaciones que en su juventud fueron injustamente apresadas, torturadas, perseguidas, maltratadas o sometidas a tratamientos de choque (el nombre de la Fundación hace referencia al 26 de Diciembre de 1978, dia en que se derogó la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, antes de Vagos y Maleantes), “simplemente por tener una orientación sexual o una identidad sexual o de género, que no encajaba con la que quería el régimen”, se ven ahora abocadas a un nuevo castigo social: la invisibilidad y la soledad no deseada. “Condenados a ocultarse como las ratas, después de una vida sin poder expresar sus afectos, de no poder ser ellos y ellas mismas”.
¿Quién cuida a quién en estas situaciones de aislamiento, un aislamiento no elegido, en muchas ocasiones habiendo sido defenestrado por sus propias familias biológicas? ¿Y qué ocurre cuando hay deterioro cognitivo? ¿O enfermedades terminales? Personas en los límites, desheredados de una sociedad cis heteronormativa que invisibiliza a todo aquel que no entra en las limitadas normas de nuestro juego social. Desde la Fundación 26 de diciembre, el trabajo de acompañamiento a estas realidades es prioritario. Sin paternalismos, convirtiéndose en familia, atendiendo a los deseos de quiénes son cuidados. Porque la comunidad LGTBQ+ es diversa. Y atender esta diversidad amorosamente es otra de las premisas de las personas que trabajan y quienes realizan voluntariado en la Fundación. En una sociedad en la que estamos derribando constantemente barreras relacionales por un lado y haciendo culto a la eterna juventud por otro, parece que no queremos mirar a un horizonte al que sí o sí estamos abocados: ¿quién nos cuidará cuando seamos mayores? Es un interrogante que nos deberíamos plantear, sobre todo aquellas que vivimos nuestra vida en cierto margen de la familia nuclear y cisheteronormativa. Como dice Esnorquel: “A la comunidad LGTBQ+ no se nos ha enseñado a ser mayores. Al menos en la comunidad marica”. Así, al llegar a una determinada edad se genera así una doble invisibilidad dentro de la propia comunidad elegida.
La principal acción de la Fundación del 26 de diciembre es el acompañamiento: lo que no hacen las familias biológicas lo hace esta familia elegida que cumple ya diez años desde su creación. La homofobia interiorizada es otra de las barreras que apuntalan la soledad del colectivo. Durante la pandemia de covid-19, desde la Fundación se han asistido a casos donde, ante la posibilidad del matrimonio in articulo mortis, “la vergüenza de que el juez sepa que te estás casando con alguien de tu mismo sexo ha sido a veces mayor que la necesidad de dejar formalizada tu situación de convivencia. ¿Y cómo queda la otra persona? Sin pensión, en el limbo administrativo”, cuenta de primera mano Federico.
Si vives en Madrid quizá te suene Viola, 66 años, mujer que hasta hace poco vivía en situación de calle con un deterioro cognitivo fuerte. Tal vez la hayas visto alguna vez por las inmediaciones de la Gran Vía, una mujer muy alta, de grandes zapatillas, una persona muy conocida. Tan visible y tan invisible a la vez. Porque al edadismo y a la homofobia se suma la misoginia. ¿Resultado? Lesbofobia y transfobia. La invisibilidad de la comunidad lesbiana y trans entre mayores es aún más rampante. La Fundación se puso a trabajar con ella hasta poderla tutelar y así poder tramitar su acceso a residencias y pasar días fuera con ella. “Parece que nos toca bailar con lo más feo de la sociedad, pero para nosotros es lindísimo”. Así se vive el acompañamiento en la Fundación. Gracias ¿Puedo hablar!, por facilitar este necesario (y no es el enésimo tópico) podcast, por dejarnos hablar y escuchar.
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