La invasión de la ‘furgocasa’: cómo las caravanas se han convertido en el gran objeto de deseo de la pandemia
La matriculación de autocaravanas se dispara en España y se multiplica el número de jóvenes que adaptan sus furgonetas para la vida nómada en un verano marcado por las restricciones de movilidad por la pandemia.
El exquisito palacio austríaco que posee la curator Alice Stori Liechtenstein se ganó la portada del T Magazine de The New York Times hace unos meses por sus interiores de infarto. Tiene casi mil años de historia, 52 habitaciones, un baño pintado en 1750 por Philipp Carl Laubmann y una reciente reforma vista en recorridos 3D por toda web de decoración y arquitectura que se precie.
Alice Liechtenstein no está pasando el verano en su castillo/residencia de artistas. Tampoco en un yate a lo Cristiano Ronaldo. La dueña del castillo más codiciado en el mundo del arte está pasando el verano en una furgoneta. Se ha camperizado. Como Jenni Garth, como Christina Aguilera, como tu vecino del segundo o la amiga de tu amiga. Como buena parte de España y de los veraneantes en este verano pandémico. Las casas rodantes, en tiempos de distancia social, cotizan muy pero que muy al alza.
Unas 55.000 autocaravanas nacionales y 150.000 extranjeras recorren estos días España, según recoge El País. La matriculación de este tipo de vehículos se ha disparado: en junio superaron las mil unidades, según los datos recogidos de la DGT por la patronal Aseicar, confirmando que ha sido el mejor junio de la última década. Las camper, furgonetas más pequeñas y compactas, también se suman al fenómeno. No serán baratas (el precio medio de una California, el modelo más popular, ronda los 37.000 euros en su modelo básico), pero muchos, especialmente los jóvenes, han optado por acomodar modelos para convertirlos en casas rodantes durante el verano (o más allá de él).
La generación que renegó de comprarse un coche se plantea ahora nuevas formas de vida aferrándose a la seguridad e independencia que ofrecen cuatro ruedas sobre las que también poder vivir y con las que poder escapar de la incertidumbre. También como alternativa segura a las cambiantes restricciones de movimiento durante la pandemia. En un escenario donde las grandes ciudades comienzan a vaciarse –la pandemia ha provocado una caída de precios en el alquiler frente a la baja demanda–, motorizarse se ha convertido en un fenómeno que ha alcanzado hasta en ciudades como Nueva York, donde han aumentado un 40% las matriculaciones de coches durante el mes de junio respecto a 2019. Una cifra histórica en un territorio donde sus ciudadanos miraban con desdén a los propietarios de coche defendiendo su cultura del taxi, del transporte público o las city bikes como parte de su ADN en los desplazamientos.
La #VanLife, el movimiento/hashtag que se inventó en 2011 un ex diseñador quemado de Ralph Lauren, Foster Huntington, ya acumula más de 7 millones de posts en Instagram bajo esa etiqueta con fotos que romantizan e idealizan la vida en la carretera. El fenómeno lleva años convertido en un auténtico negocio de lifestyle, con sus respectivos influencers y contenidos patrocinados. Huntington, que decidió dejarlo todo y mudarse a una Volkswagen Syncro de 1987 para pasarse a la vida nómada y surfear por distintas ciudades de California bajo el lema Home is where you park it (Tu hogar está donde aparcas) o #livesimply, se inventó el hashtag haciendo un juego de palabras con el tatuaje de Tupac (Thug life) y apostando por la vida de caravana sin ataduras. Algunos se han pasado a ella para escapar del sistema y buscar alternativas; otros, no obstante, lo hacen como consecuencia del mismo.
«Pienso en la frase de Paula Vázquez en Las Estrellas (Tránsito): ¿Para qué construimos una vida si no es para tener el derecho a perderla cuando valga la pena?, cuenta una de las conversas a la #VanLife. Fue la precariedad la que, precisamente, dio pie a la «contrainspiración» que movió a la historiadora y cofundadora de Visual404, Déborah García Sánchez- Marín, a plantearse una vida nómada junto a su pareja, Iratxe. García, que publicará el 20 de octubre España es esto y todo lo contrario en Temas de hoy, ha pasado el último año en pareja preparándose para dar el salto y camperizar su furgoneta tras comprobar que los continuos trayectos en bus para verse, trabajar y vivir en una ciudad, en unos horarios imposibles, estaban «alimentando otros monstruos» en su relación.
Todo el proceso empezó una noche de diciembre de 2016, tras ver un piso en la parte vieja de San Sebastián y pensar que empezarían el año viviendo juntas. «No fue así. Sumamos nuestras nóminas. El resultado era desalentador. Trabajar únicamente para pagarnos el alquiler, para poder vivir juntas, para dejar de coger autobuses a horas imposibles. Para terminar con ese cansancio y sustituirlo por otro. Yo pensé en cuánto amor se mata por culpa del dinero».
Pagaron 7.500 euros por su furgoneta y la han acomodado con sus propias manos, desde cero. «Hemos podido ahorrar todo el dinero que ganábamos, y esto es muy importante decirlo, porque nuestros padres nos han permitido vivir en sus casas». En total, unos 10.000 euros invertidos durante un año y medio de trabajo en tiempos muertos y cuando su trabajo se lo permitía, empleos que dejan atrás para su nueva vida nómada. El coronavirus les complicó las cosas pero ya están en marcha. «La van life nos va a permitir una slow life que hasta ahora no teníamos. Podremos estar en los sitios a los que vayamos, no solo ir. Hasta ahora, viajar no nos permitía conocer de verdad los lugares a los que íbamos, queríamos cambiar eso. Ser también más conscientes de lo que necesitamos para vivir. En la furgoneta somos plenamente conscientes de los litros de agua, los watios, la energía que es necesaria para cada cosa que hacemos. El impacto que tienen nuestras acciones en el mundo. ¿Inconvenientes? No sabemos cuánto tiempo podremos mantener esta vida, cuánto gastaremos, de dónde nos vendrán los ingresos, vamos a aprender sobre la marcha».
A corto plazo ya tienen planes: «Ahora estamos muy condicionadas por el covid, algunos países a los que queremos ir están cerrando fronteras o imponiendo restricciones así que estamos haciendo la ruta en función de todas estas variables. Nuestra idea es volver a finales de agosto a Noruega y llegar hasta Cabo Norte».
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