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Fina Oliver, cada pieza de arte es un verso

Es escultora, pero los títulos de sus obras evidencian la poetisa que esconde. Su estilo ha evolucionado con sus creaciones. Si en los 90 se dejó seducir por Armani, ahora apuesta por el diseño de jóvenes talentos.

Fina Oliver

No recuerda cuándo decidió dedicarse a la escultura porque fue una evolución natural. «Lo tenía muy claro. Mi padre era empresario, pero tenía sus hobbies artísticos. En casa trabajaba el hierro y otras materias». En ese taller amateur aprendió a familiarizarse con estos materiales. «Trabajé la terracota pero, en cuanto pude, me pasé al bronce y al hierro», explica la artista catalana Fina Oliver.

En Territorio del aire, una de sus últimas esculturas, las nubes claras coronan árboles de negro tronco y pájaros de pico dorado descubren letras que forman palabras. «La naturaleza tiene una gran presencia en mi obra. Con los años nos hemos olvidado, pero es nuestro origen. Los niños deberían ensuciarse con la tierra, bañarse en el mar, en los ríos…». Algo que sí hicieron sus dos hijos, Adriana y Lautaro, que crecieron en una casa situada junto a un castillo del casco antiguo de Calafell, en la costa de Tarragona, cerca de Reus, su pueblo natal. «Nos mudamos cuando mis hijos eran muy pequeños. Allí conocí al escritor y editor Carlos Barral –escultor frustrado, como él se definía–. Le gustó mi trabajo y me presentó a críticos, galeristas… Ahí empezó todo».

En sus trabajos más recientes el hierro ha dado paso a los textiles con los que experimenta. «Son obras que no conllevan la complejidad de la fundición. Un trabajo muy íntimo con telas antiguas recuperadas, en el que utilizo la puntada con hilo como camino y metáfora del tiempo». Este proyecto le trae recuerdos de su infancia. «Tengo imágenes de la máquina de coser de mi abuela. Me encantaba. Era asombrosa la idea de arreglar una prenda, la magia de aquel calcetín zurcido…».

Su atracción por la moda es herencia materna. Benjamina de dos hermanas mayores, le tocó heredar alguna prenda, aunque no le preocupaba. «Mi madre era –y es– una enamorada de la moda y nos vestía como a princesitas. Pero si algo recuerdo bien es el ritual que seguía cuando salía de fiesta: el cuidado en arreglarse, el olor de su perfume, lo guapa que se ponía… Aquella imagen me embobaba».

Tras una adolescencia de «pura imitación», descubrió a Giorgio Armani, el diseñador que más ha admirado. «En aquella época lo consideraba el paradigma de la elegancia. Sus trajes me sentaban tan bien que parecían hechos a medida para mí. Empecé comprando una pieza y fueron cayendo las demás». Ahora junto al diseñador italiano ha incorporado jóvenes creativos que le fascinan, como Silvia Presas. También busca nuevos autores en sus viajes, sobre todo en Milán, donde compra chalecos que utiliza como camisas. En la capital de la moda italiana también encuentra sus zapatos favoritos, «los de estilo masculino», que compra en las casas Figini y Fratelli Rossetti. También se permite pequeños caprichos, como pañuelos de seda de Chanel –firma de la que también utiliza su perfume Nº5, que alterna con Fleur de Rocaille, de Caron–. «Hoy en día cada uno puede ir como quiera, no hay uniformes. El gusto es lo importante y no tanto el poder adquisitivo».

Su trabajo le ha obligado a volver a mudarse, esta vez a Barcelona. Esta ciudad le despierta nostalgia por aquellos años en los que acudía a las tertulias con su amigo y poeta Joan Brossa. «Ahora eso se ha perdido». Como en Calafell, Fina vuelve a vivir con sus hijos, también artistas, en un gran piso en el corazón del Eixample. «Convivimos y trabajamos, pero cada uno en su estudio. Es muy enriquecedor».

Habla de este nuevo hogar como un lugar que la esperaba. «La casa estuvo cerrada cinco años y la sensación que tuve al intervenir en ella fue que la estaba curando, porque estaba vieja y destrozada. El espacio donde uno vive es muy valioso, así que no me importa pasar horas buscando materiales y restaurando». Un trabajo que también vive como un arte.

Fina necesita que su estudio esté siempre en perfecto orden. Al fondo, el espacio de su hija, Adriana Saavedra, con su óleo Cor. Sobre la mesa, su escultura Territorio del aire y, enmarcada en la pared, Zona de ningú.

Alberto Font

En su armario destacan las camisas blancas y los chalecos estampados. En el maniquí, abrigo de seda de Armani, y en la cama, vestido de Georges Rech.

Alberto Font

En la pared de su estudio, dibujo a lápiz de Philippe Weisbecker, corazón de mármol de Lautaro y su escultura Enciérrame en un beso.

Alberto Font

Colección de joyas compradas en Grecia.

Albert Font

Los zapatos masculinos son su debilidad, como los de Figini, en la imagen, comprados en Milán.

Alberto Font

Colección de juguetes antiguos adquiridos en diferentes viajes.

Albert Font

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