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Farshid Moussavi, arquitectura de base

No sale de casa sin unos tacones y escoge su ropa tanto por su valor estético como funcional. Esta arquitecta y profesora universitaria defiende la feminidad como un arma para el inconformismo.

Farshid Moussavi

Cada vez disfruta más siendo mujer en su profesión. «No hay por qué copiar los patrones masculinos. Prefiero llegar a una reunión con falda y stilettos», asegura la arquitecta en su casa del barrio londinense de Pimlico. Durante años le molestaba la distinción profesional entre sexos, pero ha llegado a la conclusión de que las mujeres deben capitalizar su diferencia. «Lo masculino representa el statu quo. Convertirse en mujer –que no es lo mismo que ser mujer– significa innovar. Un hombre también puede convertirse en mujer y por tanto apartarse de lo establecido. La promoción de roles modélicos no hace más que uniformar».

Como autora de libros y ensayos sobre las nociones de estilo, forma y ornamento en la historia de la arquitectura, mantiene el mismo rigor conceptual en su acercamiento a la moda. «Soy lo contrario a bohemia», bromea. «Me atraen las cosas bonitas pero con una función. Por eso me pierden los bolsos y los zapatos. No suelo llevar joyería ni el tipo de ropa decorativa que a veces hace Prada. De esta firma prefiero las texturas originales y su experimentación con los materiales». En el mundo de la arquitectura es conocida por no bajarse de los tacones. «Elijo los más cómodos y ni me acuerdo de que los llevo puestos. Los de Miu Miu los siento especialmente confortables».

Precisa y firme, pero también audaz y con sentido del humor, esta arquitecta de 46 años se atreve hasta con algunas piezas verdaderamente arriesgadas, como un sombrero diseñado ex profeso para ella por Hussein Chalayan que tapa el rostro entero y deja una abertura para los ojos. «Lo llevo a la Bienal de Venecia para disfrutar de las muestras sin tener que estar saludando constantemente», confiesa entre risas.

En su amplio piso de dos alturas –en el que vive con su hija Mina, de 11 años– se respira un orden informal sin espacio para el abigarramiento. «Tengo mucha ropa y lo guardo todo, pero solo compro lo que realmente me gusta. Tiendo a elegir las piezas menos reconocibles de las colecciones, que, además, terminan siendo las más duraderas».

Nacida en Irán, a los 14 años se trasladó a Londres con sus padres –una académica de convicciones feministas y un profesor y periodista deportivo–. Aunque concede que su pasión por la moda tiene raíces iraníes, se resiste a ser definida por su origen. «He vivido en Japón, Italia, Estados Unidos, Holanda… El tiempo te moldea en una entidad más amplia».

Su vida laboral se reparte entre su estudio de arquitectura y su labor docente en Harvard, donde imparte clases la mitad del curso. «Cuando empecé en la universidad creía que la práctica era más apasionante porque permitía experimentar en tiempo real. Con la recesión se han cambiado las tornas y creo que lo académico, mucho más reposado, tiene la oportunidad de demostrar su relevancia». Recientemente se ha separado de Alejandro Zaera, con el que compartía vida personal y el estudio Foreign Office Architects. Ahora mira al futuro con entusiasmo. «La ruptura fue difícil. Mis padres todavía están juntos y nunca me imaginé como madre soltera, pero es un periodo necesario y emocionante en mi vida. Es muy liberador no saber lo que haré dentro de cinco años», concluye.

En un rincón del salón, dos sillas Tongue del francés Pierre Paulin y taburete africano. «Me hace gracia que tenga más patas de las necesarias».

Jorge Monedero

Junto a su gran librería, maniquí vestido con una falda realizada con cordones que encontró en una tienda vintage de Barcelona.

Jorge Monedero

Parte de su colección de tacones firmados por Alaïa, Prada y Miu Miu. Los botines negros con plataforma los compró para caminar por la nieve en Moscú.

Jorge Monedero

Su colección de sombreros incluye un casco, un tocado tribal y diseños de Chalayan y Yamamoto.

Jorge Monedero

Moussavi con una falda de la tienda vintage Le Swing Barcelona.

Jorge Monedero

En su sillón columpio descansan bolsos de Marni, Prada y Yamamoto. «No llevaría logos ni aunque me pagaran».

Jorge Monedero

Recuerdos que trae de sus viajes para su hija Mina

Jorge Monedero

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