Es oficial: hablar de nosotros mismos nos gusta (casi) tanto como el sexo
Un estudio de Harvard revela por qué las redes sociales actúan como un estimulante para el cerebro.
Esto no sorprenderá a aquellos que tienen amigos particularmente egocéntricos, pero ya es científicamente oficial: hablar de uno mismo provoca el mismo placer que comer, recibir dinero o practicar sexo, aunque la mayoría todavía prefiere esto último, pero por poco. Un reciente estudio de Harvard llegó a esta conclusión, que en parte explica por qué el 80% de las actualizaciones de Twitter, Facebook, Foursquare e Instagram son revelaciones personales, según otro análisis citado en el estudio.
La investigadora Diana Tamir y su coautor, Jason P.Mitchell, psicólogos del Laboratorio de Neurociencia Social, Afectiva y Cognitiva de la universidad estadounidense, diseñaron una serie de experimentos que medían las reacciones de la gente cuando habla de sí misma. Una de las pruebas consistía en escanear el cerebro de los participantes mientras contestaban a preguntas que buscaban su opinión sobre todo tipo de cuestiones. Descubrieron que las regiones del cerebro relacionadas con la satisfacción se activaban cuando los participantes hablaban de sí mismos, y, en cambio, languidecían cuando hablaban de otros.
A una pregunta como “¿te gusta esquiar?”, los candidatos respondían con entusiasmo. En cambio “¿A Barack Obama le gusta esquiar?” no les proporcionaba ni la mitad de ímpetu. Y lo mismo pasaba con “Verdadero o falso: Da Vinci pintó la Mona Lisa”.
Llegados a un punto, introdujeron una variante en el estudio: el dinero. Pues bien, los estudiados estaban dispuestos a renunciar a cobrar (cantidades inferiores a un dólar) por hablar de otro para poder disfrutar de la sensación mucho más placentera de hablar de uno mismo. “De la misma manera que los primates están dispuestos a privarse de zumo con tal de no perder de vista a sus compañeros más dominantes y que los estudiantes universitarios prefieren prescindir de dinero con tal de ver a miembros atractivos del sexo opuesto, nuestros participantes eligen no cobrar a cambio de pensar y hablar sobre sí mismos”, resumen los autores.
De hecho, las criaturas de especie humana empiezan pronto en eso del egocentrismo. A los nueve meses, según el estudio, los bebés “empiezan a llamar la atención sobre los aspectos que creen importantes” y para cuando aprenden a hablar, “entre el 30 y el 40% de su discurso lo dedican a sus opiniones subjetivas”, según recoge el análisis de Harvard. Cuando llega el momento de abrirse un perfil de Facebook, los porcentajes ya pueden haber aumentado peligrosamente y de ahí que tantos crean que las fotos de su merienda son un asunto fascinante.
Los resultados del análisis van un punto más allá: no nos basta con exhibir lo que creemos sobre el rescate a Bankia, sobre el último capítulo de Girls o sobre la ausencia de Bjork en el Primavera Sound. Hay que hacerlo ante una audiencia y cuanto mayor, mejor (de ahí la compulsión por coleccionar amigos y seguidores en las redes sociales). Los individuos estudiados registraban mayor satisfacción cuando compartían sus opiniones con un familiar o un amigo que cuando sencillamente hablaban y se les decía que nadie iba a conocer esa información.
“Creo que esto ayuda a explicar por qué se utilizan tanto las redes sociales, por qué existe Twitter y por qué Facebook es tan popular”, declaró Tamir a Los Angeles Times. Y quizá ayuda también a comprender ciertos comportamientos como el llamado oversharing, compartir en exceso la propia intimidad en internet.
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