El color de las decisiones
El semáforo nutricional aplicado a la sociedad adulta con capacidad de compra me parece cuanto menos denigrante.
Durante las últimas semanas, la exhaustiva experiencia vital de una mudanza (los psicólogos aseguran que se trata de la tercera causa más común de desequilibrio emocional), así como el ejercicio asociado de desprenderse de todo aquello que no aporta valor e ir dejando espacio para todo lo que merece seguir teniendo un lugar en nuestras vidas, me han llevado a definir tres parámetros para decidir qué se quedaba y qué se iba. He concluido que todos los enseres que permanecen han de responder a alguno de los siguientes principios de permanencia: valor utilitario, valor emocional o valor estético. Todo lo demás, sobraba.
A partir de mi nuevo sistema de medida (utilidad, estética y emoción, todo un hito de la simplificación moderna) me dio por pensar cómo o cuáles podrían ser los parámetros a tener en cuenta –de ser posible establecer un paralelismo– en el caso de la alimentación. Ya hay ciertas iniciativas en marcha (no exentas de controversia) intentando definir pautas que ayuden al consumidor a seleccionar los productos presentes en su carro de la compra, haciendo alusión a parámetros de salud. Un claro ejemplo es el semáforo nutricional (Nutri-Score) de reciente y progresiva adaptación en España, que clasifica los alimentos en las grandes superficies por rojo, amarillo o verde dependiendo de su contenido en azúcar y/o grasa. Esto sentencia a muerte a gran parte de los alimentos propios de la dieta mediterránea como el aceite, los frutos secos o el queso y da ventaja a otros productos como la Coca-Cola Zero que, según este sistema de medida, sería considerada beneficiosa. Tremendo. Una de las razones por las que este tipo de propuestas avanzan y tienen cierta aceptación social es que llegan disfrazadas de facilidad: facilitan al consumidor un criterio a la hora de comprar que de otra manera tendría que formarse por sí mismo. Asociar los alimentos a los primeros valores cromáticos que aprendemos de niños (que además son los primeros que relacionamos con señales del entorno: los del semáforo) puede parecer un avance si tenemos en cuenta que la mayor carencia de nuestros tiempos es el tiempo; tiempo que desde luego no queremos invertir en leer información nutricional.
Ahora, cuidado con el lobo disfrazado de oveja: ¿No será que cada vez tenemos (o se busca que tengamos) menos capacidad analítica? ¿Dividir los alimentos por colores? ¿Por tres colores? Como ejercicio didáctico para ayudar a niños en edades tempranas de aprendizaje a identificar ciertos patrones podría llegar a resultar interesante; sin embargo, aplicado a la sociedad adulta con capacidad de compra, la medida me parece cuanto menos denigrante; no ya por sus criterios de segmentación (más o menos acertados dependiendo del ángulo desde el que se analicen), sino más bien por el simplismo y la falta de reflexión que promueven, así como la falta de capacidad crítica que se nos atribuye a la persona que toma la decisión de compra. Estamos obligados a exigir más, no menos.
En los últimos años, internet es uno de los canales que más soberanía informativa nos ha permitido alcanzar respecto de todo lo que consumimos. Hace unos años los hábitos de consumo estaban más o menos pautados por la oferta que se encontraba en el entorno más cercano a cada uno. Además, la información sobre lo que decidíamos llevar a nuestra cocina venía muy limitada por la información que el tendero nos pudiese facilitar. Ahora la red nos permite conseguir información relacionada con nuestras decisiones de compra de manera ilimitada: nadie puede no saber el origen o la composición de cada uno de los elementos que decide introducir en casa. Hoy, más que nunca, tenemos la opción de utilizar todos los datos que están a nuestro alcance para moldear un criterio ajustado a nuestras formas de vida. La información está al servicio de la toma de decisiones y la capacidad crítica.
Volviendo a mis recientemente adoptados «criterios de adquisición de enseres», pueden ser absolutamente inútiles para usted. Quizá considera que no tiene sentido valorar un objeto desde la perspectiva de la belleza, o ni siquiera de la emoción. Quizá para usted, basta con que cumplan su función. O con que sea barato. O bonitos. Qué más da. Lo importante es que los criterios de cada uno se fundamenten en bases sólidas que respondan a nuestras necesidades y a nuestra búsqueda del bienestar. Nadie dijo que tomar decisiones fuera simple y mucho menos a la hora de comer.
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