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Así es la guerra de poder y lujo en la semana de la moda parisina

En una semana de la moda que tira de grandes montajes y discursos efectistas, casas históricas como Dior y Saint Laurent sopesan cómo dar continuidad a su legado en el contexto actual.

El fantasma de Lagerfeld sobrevuela París. Imposible escapar a su recuerdo, el legado o la rivalidad con Saint Laurent (que Alicia Drake relató en The beautiful fall, 2006). Parece que nada resulta tan oportuno como el fin de una era para hacer balance crítico de los códigos de una maison y reflexionar sobre el hilo (a veces demasiado fino) que cose tradición y futuro.

Maria Grazia Chiuri tenía toda la historia de Dior ante sus ojos, convenientemente estructurada en la muestra Christian Dior. Designers of Dreams (hasta el 14 de julio en el museo Victoria & Albert de Londres). Al planteamiento original de la exposición sobre Dior que el Museo de las Artes Decorativas de París acogió en 2017, la nueva retrospectiva, cuyas entradas están agotadas, añade un espacio nuevo, que muestra la conexión entre el modisto y la cultura inglesa. Excusa y muro de inspiración para que Chiuri articulara el martes la colección otoño-invierno 2019 de la firma en torno a las subculturas del Reino Unido de la posguerra.

Camiseta con el lema feminista «sisterhood is global» y bandolera de Christian Dior.
Camiseta con el lema feminista «sisterhood is global» y bandolera de Christian Dior.getty images

Sobre la pasarela, a su estilo distintivo e inalterable –que temporada tras temporada evoca las múltiples posibilidades de la chaqueta bar y la falda de vuelo en organza o tul–, Chiuri incorporó piezas de las teddy girls de los años 50: guardapolvos, chaquetas eduardianas, jerséis de rayas, tartán, vaqueros, napa, terciopelo… Ideas fáciles y bien ejecutadas, que no olvidan los accesorios, punto fuerte de la italiana.

Su lógica comercial es abrumadora. También su obstinación por enarbolar la bandera del feminismo. Como en su primera colección para la casa, abrió el desfile con una camiseta con mensaje: esta vez con el lema «sisterhood is powerful», que la poeta Robin Morgan acuñó en los años 70. Y dispuesta a establecer alianzas entre mujeres (logo mediante), colaboró con la artista Bianca Pucciarelli Menna. Su abecedario de cuerpos desnudos cubría las paredes del cubo donde se celebró el desfile, en el jardín del museo Rodin. Habría sido maravilloso si ese discurso de empoderamiento se hubiera traducido, por ejemplo, en el casting.

Desfile de Saint Laurent by Anthony Vaccarello.
Desfile de Saint Laurent by Anthony Vaccarello.getty images / imaxtree

Pero ¿cuánto pesa el legado? Para Anthony Vacarello, la historia de Saint Laurent es un recurso cómodo más que una losa. El creativo ha aprendido a navegar entre las olas del archivo y ya solo se sube a aquellas que se ajustan a su propio estilo. Su interminable colección (tres desfiles en uno, con un total de 103 salidas) tenía dos musas: Betty Catroux (a la que Vacarello resucitó para las nuevas generaciones en la campaña de hace un año) y Catherine Denueve (que hace un mes subastó parte del vestuario que Yves diseñó para ella).

«Ni guerrera ni agresiva, sencillamente es una mujer segura de sí misma», resumió un Vacarello parco en palabras en el backstage. En su armario, una serie sastre potente –teñida de negro, por supuesto–, shorts cortísimos, abrigos masculinos y la enésima versión del esmoquin. El hombro es el eje de la silueta, que construye con líneas asimétricas y hombreras exageradas. «No me gusta la palabra oversize, que hoy tanto se utiliza». Lo que algunos tachan de sobredimensionado para el italiano es estructura. «Quiero que [esa fémina] transmita fuerza».

Tres salidas de la última línea fluorescente que presentó Anthony Vacarello en el desfile de Saint Laurent.
Tres salidas de la última línea fluorescente que presentó Anthony Vacarello en el desfile de Saint Laurent.imaxtree / getty images

Ninguna otra semana de la moda entiende y explota tan bien la pasarela como espectáculo como la de París. Si en la guerra abierta entre los grandes conglomerados de lujo impera la regla del «y yo más», Saint Laurent, segundo activo del grupo francés Kering (la facturación aumentó en 2018 un 16,1% interanual hasta situarse en los 1.743,5 millones de euros), hizo el martes toda una demostración de poder. La apabullante puesta en escena incluía una instalación de espejos y luces LED, que ha enamorado tanto a Instagram como las Infinity Rooms de Yayoi Kusama. ¿El fin? Mostrar una línea delirante de prendas y zapatos fluorescentes, listos para tocar la fibra milénica.

Libre de la necesidad de rendir cuentas a un gran grupo y en apenas un año, Marine Serre ha conseguido construir una identidad que, además de fuerte, responde perfectamente al contexto actual. ¿El título de la colección? Radiación. ¿La localización? Una antigua bodega subterránea a las afueras de París convertida en búnker de la resistencia.

«Las crisis ecológicas y las guerras climáticas están destruyendo los últimos vestigios de la civilización tal y como la conocemos», anunciaba en una nota. El resultado, sin embargo, era más esperanzador que apocalíptico. En la penumbra, envueltos en humo, con máscaras y bajo haces de luz verde y magenta, los modelos avanzaban el armario del futuro: bodies y mallas de cuerpo entero, diseños de upcycling, parkas, plumíferos, prendas reflectantes (guiño a las protestas de los chalecos amarillos)…

Otra creativa que no circunscribe sus propuestas a un tiempo pretérito es Christelle Kocher (de Koché), que reservó un palacio de deportes para invitar al show a estudiantes. En lugar de modelos profesionales, amigos de la marca y gente fichada a través de redes. Un patchwork global e inclusivo que, como su uniforme de costura sport, mira a la calle para construir el mañana. Para el finlandés Tuomas Merikoski (al frente de Aalto), ese híbrido de superposiciones textiles y culturales es la esencia de la moda. «La belleza no puede ceñirse a reglas ni cánones preestablecidos».

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