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«¿Tenemos que hacer sentir cómodos a los hombres pero es poco femenino decir que quieren matarte?»

Entrevistamos a Rebecca Solnit, la autora que inventó el ‘mansplaining’, sobre condescendencia masculina, por qué nos tratan de histéricas cuando se denuncian abusos o la falta de amor propio de los ‘trolls’.

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Cortesía de Capitán Swing. (For The Times)

Una de las «25 visionarias que están cambiando el mundo». Así definen en EEUU a Rebecca Solnit, la mujer que tras una cena con un pedante pijo en Aspen escribió las bases fundacionales del mansplaining. El término etiqueta a esos hombres que tratan con condescendenica paternalista a las mujeres cuando les explican cosas que ellas ya sabían previamente (y probablemente mucho mejor que ellos). Para los recién llegados, un ejemplo de mansplainer de manual: el tuitero random que explicó lo que es la ciencia a una astronauta de la NASA. Es solo uno, pero hay muchísimos más. El mansplaining está tan arraigado socialmente que hasta la propia Solnit, una reputada ensayista (ha escrito para The Guardian y colabora habitualmente en Harper), una escritora con más de dos decenas de libros publicados y premiada con la beca Guggenheim, se vio a sí misma dudando de su conocimiento y buscando en internet datos sobre el movimiento de mujeres por la paz (sobre el que ella había investigado previamente) sólo porque unas horas antes otro pedante pijo en otra cena la despreció afirmando tajantamente que una de sus teorías era mentira (no lo era). “Tío, si estás leyendo esto, eres un forúnculo en la cara de la humanidad y un obstáculo para la civilización. Avergüénzate”, dedica Solnit a su segundo mansplainer en Los hombres me explican cosas, la recopilación de ensayos traducidos al castellano que acaba de editar Capitán Swing. Charlamos con ella vía mail sobre esto y otros menesteres feministas en la sociedad actual:

¿Por qué un ensayo como Los hombres me explican cosas ha impactado socialmente tanto desde que se publicó? El texto ha llegado a viralizarse de forma cíclica y parece que Internet vuelve a él periódicamente, como en un eterno retorno.

¡A nadie le sorprende más que a mí el éxito de este ensayo! Por supuesto, lo escribí desde mi propia experiencia y mi perspectiva; pero ésta estaba conectada a su vez con la perspectiva y experiencia de otras mujeres. Creo que eso fue lo que lo convirtió en un éxito que nunca esperé. Sé que en la revista online Guernica, donde fue publicado online durante muchos años, consiguió muchísimas visitas y el ensayo sigue siendo tuiteado semanalmente. ¡Al libro le ha ido bien en coreano y sueco y muy bien en los Estados Unidos! Así que supongo que habla de una experiencia que es muy común para todas.

En el libro aclaras que tú no inventaste la palabra ‘mansplaining’ (aunque sin tu texto habría sido complicado definirlo), y también apuntas a que una amiga tuya te convenció a definir esa arrogancia condescendiente patológica y masculina hacia las mujeres, porque su hermana pequeña necesitaba leer algo así. ¿Por qué todavía es necesario, pese a los años que han pasado desde que lo escribiste?

¡Me pone contenta saber que pude inspirar a aquella mujer anónima que puso nombre al mansplaining, este término tan útil!

Y sí, mi querida amiga Marina Sitrin me dijo que escribiese sobre lo que llevaba bromeando toda una comida. Creo que es necesario que a las mujeres jóvenes hoy, más que nunca, se les diga que los problemas que ellas experimentan no existen porque ellas fallen, sino por un patriarcado y unos aliados repletos de clichés y asunciones. Escuché una historia maravillosa este verano de una jovencita –la novia del hijo de mi pareja– que había ido de mochilera por el sendero macizó del Pacífico con otra chica que no dejaba de hablarle de este ensayo y de cómo le había impactado leerlo. Lo buscaron online cuando volvieron a la civilización, y era yo. Me gusta saber que se habló de mí durante un mes por el sendero macizo del Pacífico y que quienes lo hiciesen, fuesen mujeres fuertes. Eso también ha sido una sorpresa. Algunas sorpresas son como regalos de cumpleaños.

En esta recopilación de ensayos hablas sobre ‘el síndrome de Casandra’ –en la mitología griega, Casandra está maldecida con el don de la profecía certera, pero también a no ser creída por nadie–. Recurres a ella para resaltar cómo la sociedad insiste en tratar de «mentirosas, manipuladoras, confusas, maliciosas o paranoicas» a las mujeres que denuncian abusos, violencia de género o agresiones sexuales. Como ejemplo, recuerdas al caso de Anita Hill. ¿Cómo se puede combatir este síndrome?

Denunciar algo es un acto muy importante, no es una victoria, pero es algo que posibilita la lucha. Hasta que no definimos el mansplaining fue difícil describir esta cosa de ser tratadas con condescendencia por hombres que asumen que saben cosas que la mujer ni siquiera conoce, aunque sea completamente al revés. La extraordinaria conversación feminista ha introducido nuevas ideas en los últimos años, así que todo el mundo –o al menos muchos de nosotros–, estamos familiarizados con el hecho de cómo las mujeres son desacreditadas cuando sus testimonios amenazan al status quo, al patriarcado o a algún hombre en particular. Cuando puedes ver el patrón y definirlo, al menos tienes la posibilidad de ganar. Puedes ganar la batalla de la Historia, y no tendrás que empezar desde el principio cada vez que pase.

¿Que cómo podemos combatirlo? Examinando nuestros propios prejuicios y esas historias que asumimos –partiendo de la Eva del jardin del Edén– y de cómo la gente cuenta sus propias historias y las de los demás. Siendo plenamente conscientes, si denunciamos esos prejuicios y los demostramos. Como habíamos hecho hasta ahora con cualquier otro.

También introduces otro concepto muy significativo: «la tiranía de lo cuantificable», o cómo «lo que puede ser medido casi siempre tiene prioridad sobre lo que no puede serlo». En los medios de comunicación esta tiranía sería evidente en relación a la información sobre violencia de género o la cultura de la violación. Parece que solo se trata desde el prisma de las estadísticas y las cifras pertinentes, obviando un análisis que descubra la raíz social de esta lacra. ¿Por qué es tán difícil que los medios presten atención a la problemática estructural y todo se reduzca a la frialdad de las cifras? ¿Estamos desinformados?

La tiranía de lo cuantificable es un concepto que me descubrió mi amigo Chip Ward. Creo que siempre hay un sesgo hacia lo cuantificable, al menos en la culturas que valoran el dinero y la racionalidad y las cifras y los números en formas que desdibujan cómo vivimos y que, definitivamente, no describen ninguna de esas experiencias. He pensado durante mucho tiempo que es parte de mi trabajo, y de muchos otros escritores, el describir lo que no se puede cuantificar. ¿Cuál es el valor de este sesgo que damos? ¿Es esperanza en el futuro? ¿De justicia? ¿De poder sentarse en una mesa sabiendo que no habrá niños que pasen hambre en nuestras ciudades? ¿El de una memoria que no esté quebrantada por la distracción, la ignorancia o las falsas historias? ¿De relaciones fuertes tejidas durante generaciones, para que los jóvenes puedan escuchar que los viejos vivieron y que los viejos se revitalizaron al ver la gran vitalidad e idealismo de la juventud? ¿De tantas cosas que hacen que nuestras vidas sean bellas y profundas y no estén en venta en una televisión o manejadas por los políticos?

En los últimos años, el feminismo ha calado en el cine, las series de televisión y la publicidad. ¿Crees que la cultura pop está matando al ‘ángel de la casa’, ese concepto de Virgina Woolf que rescatas en el libro?

Ah, el ‘ángel de la casa’, esa mujer que vive para todos menos para sí misma, la que existe para complacer al hombre o, como Virginia Woolf dijo –es su frase–, para que los hombres se reflejen con el doble de su tamaño. ¡Ojalá fuese así! Pero la pornografía mainstream del patriarcado es su venganza silenciosa, donde los hombres y su placer y su poder lo significan todo y las mujeres no son nada. Mira cómo siguen tratando a las mujeres en los medios de comunicación, todas esas conversciones desquiciantes sobre si Hillary Clinton no tiene una voz lo suficientemente agradable, como si ella fuese una cortesana o una recepcionista, y no una candidata a la presidencia. Todas esas pelis malas en las que los hombres son el centro del universo y las mujeres son simples accesorios. No, no lo creo. Creo que tenemos alternativas a la misoginia, y que estamos cambiando algunos sectores de la sociedad, pero la misoginia no se ha marchado. Creo que toda mujer lucha contra ese ángel. Yo lo hago. Puedes matar a esa mujer, pero volverá a la vida.

En el ensayo La guerra más larga denuncias cómo los medios de comunicación han fallado con la narrativa de los asesinos en serie de EEUU. Tu teoría hace hincapié en que no se destaca el hecho de que  los únicos que cometen masacres en tu país son hombres blancos y siempre se hable, en cambio, del «lobo solitario». ¿Por qué es tan difícil analizar cómo se ha alimentado la relación entre masculinidad y violencia en la cultura occidental?

Bien, si un nativo americano comete un crimen, hablamos de su categoría. Si una lesbiana comete un crimen, hablamos de su subcategoría. Por supuesto lo hacemos cuando los musulmanes cometen un crimen. Y todavía hay crímenes cometidos por el hombre blanco y no se habla de ese patrón. Nombrarlo es decir que esa violencia no es de «ellos», sino «nuestra», una violencia que no viene de fuera, sino de dentro y que no es que sea una amenaza a nuestra cultura, sino que es la cultura en sí misma. Por eso es tan importante decirlo, pero mucha gente no lo ve, otros se enfurecen por hablar de este marco y algunos son demasiados tímidos para hablar. El feminismo forma parte de la cultura de derechos humanos que incluye la clase, la raza y la religión, que busca encontrar una igualdad para todos y exponer aquello que se ha escondido, porque los privilegios funcionan mejor cuando están ocultos, al menos en las sociedades que claman por justicia y por la igualdad.

También desarrollas la idea de que, en parte, gracias al feminismo se han conseguido hitos sociales como legalización de los matrimonios entre parejas del mismo sexo y otras luchas por la justicia social. Tras la introducción de «los derechos sexuales» y el «acoso sexual» en el lenguaje a partir de los años 90, ¿es entender la existencia de una ‘cultura de la violación’ el próximo gran logro feminista?

Bueno, hay muchas luchas. Está la igualdad en el trabajo, en la universidad, en las plazas, en el mercado, en el movimiento político, es quién hace las tareas de la casa y cría a los niños, en quién lleva las cuentas y se sienta en el parlmento. Hay violencia y discriminación en la forma en la que aparece en las conversaciones, quién habla, quién escucha, quién interrumpe y a quién se valora. Creo que triunfaremos cuando todas esas cosas se conecten, no sean luchas separadas, y hablemos de lo que las conecta. Qué las conecta en una sociedad en la que las mujeres no somos tratadas igual y no tenemos garantizados los derechos que nos pertenecen.

¿Por qué es tan dificil que los trolls entiendan que el discurso de odio no se justifica alegando libertad de expresión?

Porque un troll es alguien que ha fallado como ser humano, que ha fallado con su empatía y con su imaginación. La versión de que la libertad de expresión es una fantasía absoluta de libertad niega el impacto que tenemos en los demás. Y por supuesto, ellos no creen en la libertad de expresión, al menos no para todos, desde el momento en que tratan de silenciarnos.

Por último, y para avisar a los mansplainers que puedan aparecer en los comentarios: ¿puedes aclararles que tú no odias a los hombres?

Es una pregunta muy divertida, muy vieja y muy familiar. ¿Son los hombres una única categoría sobre a quién amo o a quién odio? ¿Es algo que une a Pablo Neruda (al que amo) y Donald Trump (que es una desgracia en nuestro sistema solar)? ¿Hay hombres tan frágiles que se sienten amenazados por mujeres que describen lo que les amenaza, las epidemias de racismo y violencia doméstica y acoso que limitan nuestras vidas? ¿Es el confort masculino más importante que la supervivencia femenina? ¿Las mujeres tienen que hacer sentidos cómodos a los hombres pero es poco femenino decir que quieren matarte? ¿Es mejor que simplemente muramos? ¿O simplemente hemos intentado matar al ‘ángel de la casa’ del que hablábamos antes? No sé si podré hacer que los trolls se sientan mejor, pero hay muchísimos hombres a los que amo.

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