Catalina d’Anglade, Misui y Berta Sumpsi: tres firmas españolas de joyería contemporánea con toque artístico
Alejadas de grandes conglomerados, estas diseñadoras defienden ante todo su expresión personal y creativa. También los procesos artesanales que se sirven de los últimos avances técnicos para una mayor experimentación.
Epítome del hedonismo a lo largo de la historia, hoy las joyas se impregnan también de funcionalidad: buscan conquistar a la nueva generación de mujeres cargándose de contenido y mensaje. Ya en los años treinta, Gabrielle Chanel rechazaba su mero uso como alarde de riqueza, una visión que haría buenas migas con la demanda actual. Triunfan las propuestas en las que hay una fuerte vinculación con el mundo del arte y aquellas en las que se revalorizan tanto los procesos artesanales como los últimos avances técnicos, que permiten mayor experimentación. Probablemente porque la joyería es reflejo de la evolución constante: «Esos elementos ornamentales son los primeros objetos simbólicos que fabricó el ser humano, junto a las primeras herramientas y el vestido», señala Berta Sumpsi, creadora de la firma que lleva su nombre. Alejadas de grandes conglomerados, varias diseñadoras españolas pugnan por defender su expresión personal dentro de un sector, el de la joyería de autor, que tiende a desdibujar los límites entre las ideas y la producción. S Moda visita sus talleres para explorar historias y métodos.
Catalina D’Anglade
«En España tenemos artesanos maravillosos, con una experiencia y un saber hacer que rozan la perfección. Expertos que facilitan los procesos y permiten que el trabajo se convierta en placer», defiende Catalina Márquez. La creadora de la firma Catalina D’Anglade adoptó el apellido de su abuela para bautizar su proyecto más personal: «Es una forma de rendirle homenaje. Le debo mucho y me gusta sentir cerca su energía. Fue una mujer rompedora para su época: elegante, sofisticada y con personalidad». Calificativos que bien podrían aplicarse a cualquiera de las piezas que salen de su taller en Madrid. «Algunas las elaboro yo misma, que he aprendido a trabajar con el metacrilato, a moldearlo». Otras se benefician del talento de todo tipo de colaboradores. El resultado prima el detalle: el tacto, el peso, el acabado y hasta la forma en la que refleja la luz. «Por mi experiencia, estoy convencida de que el consumidor lo valora. No se trata de saber de fabricación, pero sí de percibir cuándo algo está bien hecho por cómo te sientes cuando te lo pones. Es algo parecido a lo que sucede con la moda: no es necesario saber de patronaje para entender cuándo una prenda es de calidad».
Su incursión en el sector llegó casi por casualidad. Tras estudiar Derecho y trabajar primero en uno de los despachos más importantes del país, después como cazatalentos, empezó creando piezas para ella. «Eran una mezcla de todo lo que me hacía sentir especial, pero no encontraba en la joyería tradicional. En una primera etapa tan solo fue una forma de expresión». La siguiente fase, la empresarial, fue una consecuencia inevitable. Hoy de su atelier salen joyas con destino a Francia, Japón o Australia, pero también accesorios, objetos de decoración y lámparas. «¿El siguiente paso? Muebles o vajillas». Márquez no se cierra porque su firma es, en realidad, un laboratorio de ideas en permanente reflexión. Un espacio de libertad en el que da rienda suelta a su lado creativo.
Ha colaborado con el Museo Thyssen o con el Centro Pompidou de París. Los lazos con el mundo del arte son fuertes: «Desde pequeña ha formado parte de mi vida. Mi familia me enseñó a entenderlo y a incorporarlo de manera natural. En casa hubo artistas y creadores de diferentes disciplinas; yo aprendí a descifrar su lenguaje, a apreciar la belleza y a disfrutar de ella». Ahora alimenta su pasión colaborando con nombres como Fernanda Fragateiro o Rafa Macarrón, que diseñó para la marca una colección de cinco piezas que incluía tanto joyas como objetos decorativos. La madrileña, que cree que la divulgación del arte es un bien social, ejerce además como mecenas a través del Premio Catalina D’Anglade ARCO. «Mi objetivo es impulsar y difundir la creación contemporánea. A través del mismo consigo establecer sinergias con los artistas para llevar el arte fuera de su entorno habitual. El arte es un legado que responde a muchos interrogantes de un mundo complejo; su mecenazgo contribuye a una sociedad más sabia, nos ayuda a crecer y a entendernos mejor». El premio este año ha celebrado su tercera edición galardonando al pintor Luis Gordillo, una de las figuras clave del arte abstracto en España.
El mismo equipo que ha puesto en marcha el certamen se encarga de la parte creativa, de gestionar proyectos paralelos o de la búsqueda de nuevos mercados. Retos diarios que se traducen en la personalidad de las joyas. «Nuestro tamaño, como empresa pequeña, tiene limitaciones, pero también ventajas. Nos permite estar en cada una de las fases y ser flexibles», requisito insalvable del mercado actual. Al difuminar fronteras es más fácil esquivar barreras, aunque no desaparecen: «Están ahí para saltarlas y seguir avanzando».
Misui
El espíritu de esta firma barcelonesa se apoya en el principio de colaboración. Concebida para replantearse la idea del lujo en el siglo XXI, suma el empuje de un colectivo de creativos: «Es una marca editora de joyeros. Es un planteamiento diferencial porque implica que se da visibilidad a los autores», cuenta Estela Guitart, una de las diseñadoras. Arropada bajo el paraguas de Unión Suiza y gestionada por la sexta generación de la familia Vendrell, Misui permite ampliar los caminos creativos. «Supone nuevos retos y la posibilidad de usar técnicas y maquinarias a las que, de otra manera, no tendría acceso. Se dedican muchos esfuerzos a la investigación para encontrar soluciones técnicas que permitan llevar a cabo nuestras propuestas».
La obsesión de Guitart es aunar forma y función. «Pienso que una joya tiene que ser un objeto precioso en sí mismo, pero solo cobra sentido al ser llevada. Ahí es cuando despliega todo su potencial». Por eso en su trabajo la búsqueda estética comparte protagonismo con la investigación del movimiento y la funcionalidad de cada pieza. Sus diseños son limpios, geométricos y cargados de luz y color. De esto último se encarga el prestigioso atelier Munsteiner, responsable del tallado de muchas de las piedras que utiliza. «Su búsqueda de la reflexión total de la luz significó una visión revolucionaria en la talla de gemas».
Especialista en técnicas tradicionales como el lacado japonés o el esmalte, el trayecto de Guitart incluye estudios en el Istituto Europeo di Design y en la escuela Massana de Barcelona, donde aprendió el oficio. «De la joyería me atrajo tanto su formato como la posibilidad de dominar el proceso de realización al completo. Me gusta poder incidir en todas las decisiones. Poder observar los distintos resultados». También sus tangencias con el mundo del arte, al que siempre ha estado ligada. «De pequeña me fascinaban los botes de colores y las planchas de cobre que mi madre transformaba con sus esmaltes. O el estudio de diseño gráfico de mi padre en el que me colaba siempre».
En Misui no se olvida la parte de negocio, que «para los diseñadores es un reto y una oportunidad», ni del medio ambiente: «Esta conciencia determina procesos y selección de materiales. Buscamos establecer una relación positiva con el entorno». El resultado, una visión global cargada de matices y puntos de vista, funciona y capta a perfiles que tradicionalmente no se sentían atraídos por el sector. «El cliente es una persona interesada en el arte y el diseño, no necesariamente un comprador habitual de joyería».
Berta Sumpsi
El primer contacto de Berta Sumpsi con la joyería fue en México, con 22 años y tras haber estudiado Historia del Arte, en un taller artesanal en el que aprendió sus primeras nociones. «Quedé fascinada. Al volver a Barcelona me apunté a un curso de técnica y a los pocos meses al ciclo formativo de Grado Superior. Fue muy intuitivo pero ahora, trabajando en mi taller, confirmo que este oficio me hace feliz», confía la catalana, que también estudió en la escuela Massana. Sus propias creaciones empezaron siendo una actividad complementaria a su carrera en el mundo del arte, en el que trabajó casi 10 años en proyectos para CaixaForum, la Fundació Antoni Tàpies o la Fundació Joan Miró.
El gusto por lo creativo y lo manual siempre estuvo latente. Hoy todas las piezas que llevan su firma salen de sus manos. «Me gusta pensar en la simbiosis entre el trabajo artesanal, pensamiento y diseño. Antes idea y ejecución iban de la mano». Una coalición que recupera en su estudio y que atrae a un cierto tipo de consumidor, cada vez más consciente de la saturación de la oferta, que nace prácticamente obsoleta. «Hay un cliente que sabe apreciar el valor de estos objetos y creo que, aunque en el mundo actual convive con su opuesto, es una demanda que va a más». Se rebela contra la idea de que la joyería contemporánea es algo banal o meramente decorativo: «Lo contemporáneo no significa simplemente ‘hecho hoy’, sino que refleja el momento actual y el contexto en el que vivimos. Por ello es otro producto artístico desde el cual leer quién y cómo somos como sociedad. Es cultura visual como pueden ser la moda, el cine o la fotografía».
Comprometida con la sostenibilidad, adopta medidas como fabricar nuevas piezas a partir de oro y plata fundidos de otras ya existentes. Aunque defiende que el valor de la joyería no nace necesariamente del material sobre el cual están talladas, sino del concepto. Las suyas apuntan sencillez y sutileza. «Los diseños surgen de mi entorno cotidiano, la ciudad. No es una inspiración romántica, sencillamente ciertos elementos, materiales, temas o preguntas me llaman la atención. En el desarrollo entran en juego la intuición, pero también el análisis». Joyas que comunican a través de un lenguaje de elementos y gestos mínimos. «Desde siempre mi expresión creativa es de pocos elementos. Suelo jugar con una forma o material y darle vueltas a un mismo concepto. Porque las cosas miradas de cerca, un poco obsesivamente, adquieren profundidad y despliegan múltiples posibilidades». Su proceso marca varias fases: bocetos en papel, pruebas sobre cartón y fabricación definitiva. ¿Lo más difícil? La selección; pasar de múltiples prototipos a solo aquellos que potencialmente pueden funcionar.
Sumpsi disfruta especialmente del trato directo que le regala su espacio a pie de calle. «He retomado los servicios del ‘joyero de barrio’; al ver que tengo un taller me traen piezas antiguas para actualizar o restaurar. Realizar encargos me sitúa en otro lugar: hay que escuchar y comprender. La joyería es un campo creativo muy abierto e inabarcable, hoy se experimenta más que nunca».
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